En Las uvas de la ira, Ford parte de la novela de Steinbeck para mostrar el drama de la inmigración

Henry Fonda en Las uvas de la ira.
Henry Fonda en Las uvas de la ira.

Nos hallamos ante unos inmigrantes americanos en la época de la Gran Depresión. Allá donde van, despiertan animadversión y recelos. La mayoría no los quiere, los percibe como a intrusos.

En Las uvas de la ira, Ford parte de la novela de Steinbeck para mostrar el drama de la inmigración

Nos hallamos ante unos inmigrantes americanos en la época de la Gran Depresión. Allá donde van, despiertan animadversión y recelos. La mayoría no los quiere, los percibe como a intrusos.

La primera vez que vi Las uvas de la ira, la película de John Ford, fue hace muchos años. Entonces, a los españoles, la problemática de la inmigración y de la xenofobia nos resultaba muy lejana. Veíamos los problemas de racismo en el cine y pensábamos: “qué malos son esos americanos”. Pero no habíamos tenido que enfrentarnos nunca a una inmigración considerable los contadísimos extranjeros que recalaban en nuestro país nos parecían curiosos y nada amenazantes. Esta película de 1.940 toca un tema que hoy provoca fuertes polémicas en nuestro continente, que comporta complejas soluciones y delata lo mejor y lo peor del ser humano, el recelo ante el lejano o la incuestionable solidaridad.

La historia que narra esta película es la de un hombre y su familia que tienen que emigrar de su tierra natal, Oklahoma, para no morirse de hambre. Este hombre es Tom Joad (Henry Fonda), que ha salido de la cárcel después de cuatro años de encierro. Mató a alguien, en una pelea. Fue un accidente, un golpe nada calculado. Tom Joad no es una mala persona, solo alguien que se ve inmerso en líos, alguien que no escurre el bulto, que responde de forma natural a las agresiones. Cuando, liberado de la cárcel, llega a su casa, se encuentra con que su familia ha sido desahuciada. Junto a ellos, tendrá que emprender un largo camino de emigración hacia California. Deberán dejar la tierra en la que han crecido, abandonar el mundo amado, las seguridades, muchas posesiones, los amigos.

El campesino que depende de otros no es nadie. Su seguridad es volátil, está a expensas de los terratenientes. No puede enfrentarse a una gran Compañía, propietaria de las tierras, de la que no se sabe dónde reside ni qué rostro tiene. La familia de Tom empieza resistiéndose, se enfrenta al trabajador que les derriba la casa, pero pronto renuncia a la batalla cuando este les espeta la cruda realidad: él no es más que un peón inmediatamente reemplazable. Si no es él, otro lo hará. El trabajador acaba tragándose su dignidad porque tiene que priorizar la supervivencia, cerrar los ojos al perjuicio que le causa a su propia clase.

John Ford, para hacer esta emotiva película, se basa en la homónima novela John Steinbeck, aunque finalmente desvía el cauce de la historia hasta derroteros más épicos, más discursivos y también más esperanzadores. Se suma a su denuncia, a su solidaridad con el hombre víctima del hombre. Nos presenta a una familia amplia, sencilla, solidaria, unida. Juntos avanzan, asumen el drama, se enfrentan a las decepciones.

Nos hallamos ante unos inmigrantes americanos en la época de la Gran Depresión. Allá donde van, despiertan animadversión y recelos. La mayoría no los quiere, los percibe como a intrusos, como causantes de problemas, perturbadores de una estable convivencia. La película muestra las contradicciones humanas ante el extraño. El éxodo de las familias está lleno de dificultades. Se las hace ingresar en campamentos que son guetos, exclusiones que protegen al mundo instalado de su incómoda presencia. Tienen que hacerse fuertes ante el desarraigo, frente a la marginación a que son sometidos. Finalmente, ya no les importa trabajar por un sueldo miserable. Los poderosos, los que tienen el arma de poder facilitar un trabajo, juegan con la debilidad de los indigentes.

Ante ese drama, la postura de cada uno de los diferentes miembros de la familia protagonista es distinta. Así, Tom es el más sensible y el más intransigente ante las vejaciones; su padre, está sumido en la nostalgia, en la desesperanza; y su madre, demuestra una fortaleza que no la incita a hacer ninguna revolución sino a creer en una resistencia pasiva, en una invencible esperanza.

Tom, pese a todo el cuidado que pone en no incurrir en más delitos, se ve inmerso en una pelea con los esbirros de los poderosos. Al brutal ataque, responde reactivamente, causando otra muerte. Tiene que huir en la noche. Su madre se despierta, y hablan. Tom no se resigna a esa situación. Alguien tiene que dar un paso para que todo cambie. Le dice a su madre: “He estado pensando en nuestra gente. Si nos pusiéramos todos a gritar…”. Se considera a sí mismo simplemente como un elemento necesario para el bien de la humanidad: “No hay un alma para cada uno de nosotros. Solo un alma común de la que tenemos un pedacito cada uno de nosotros. Y entonces ya no importa, porque yo estaré en todas partes, donde quiera que mires. Donde haya una posibilidad de que los hambrientos coman, allí estaré. Donde haya un hombre que sufra, allí estaré. Estaré en los gritos de los hombres a los que vuelven locos y en las risas de los niños.”

Pero el mensaje final de la película es el de la madre: “La mujer se adapta mejor que un hombre. Vivimos la vida como un río, con sus remolinos y cascadas”. “No volveré a tener miedo jamás en la vida. Estamos vivos y seguimos caminando, porque somos la gente”. Sí, esa gente que deja de ser respetable cuando, lejos de su tierra, tiene que pedir permiso para vivir, y se la trata de invasora, de usurpadora. Esa gente sencilla, que nunca le ha hecho daño a nadie, que huye de sus dramáticas condiciones, de la pobreza extrema o de la guerra, y llega a tierras extrañas para poner a prueba la solidaridad del mundo; muchas veces, para cubrir los puestos de trabajo que los delicados lugareños rehúyen y cuyos servicios tanto precisan. Mientras, los que promueven las guerras y la desigualdad en el mundo, permanecen cómodamente en sus castillos, midiendo el nivel de la xenofobia, por si tuvieran que cambiar su hipócrita discurso.

                                                              

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