En su último libro, Theodore Zeldin propone nuevas actitudes para la mejora de la sociedad

El historiador y ensayista británico Theodore Zeldin
El historiador y ensayista británico Theodore Zeldin.

Un ensayo muy valioso para ayudar a pensar en la huida de tantas nefastas obcecaciones a las que nos conduce nuestro mundo. 

En su último libro, Theodore Zeldin propone nuevas actitudes para la mejora de la sociedad

El historiador y pensador Theodore Zeldin, en su último libro, Los placeres ocultos de la vida (el título me parece lo peor de él, pues despista bastante), ha construido otra caleidoscópica visión del ser humano actual. Y otra vez lo ha hecho partiendo del presente, pero apoyándose en personajes históricos. Cada capítulo es una pregunta que debemos hacernos sobre nuestra existencia, sobre nuestra sociedad, y en cada uno de ellos no hay una receta sino una sugerencia, el señalamiento de una posibilidad que acrezca las expectativas de mejora. No es un libro de consejos concretos, que se ciña a caminos determinados, sino una amplia demostración de que hay otras opciones en la vida que las que rutinaria y ‘machaconamente’ nos imponen. Algunos de los títulos de los capítulos son: ¿Por qué tantas personas se sienten faltas de amor y de una vida plena?, ¿Qué sentido tiene trabajar tanto?, ¿Qué significa estar vivo?, ¿Puede un no creyente entender a un creyente?, ¿Cómo se superan los prejuicios? Estos y otros muchos más son los temas de reflexión que se dirigen al individuo pero que nunca se presentan desligados de su trascendencia social.

Pero lo primero que se pregunta Zeldin es: “¿Qué podemos hacer para ser algo más que velas encendidas esperando consumirse?”. Este libro nos insta a ser conscientes de que hay que huir de una “vida desaprovechada”. Él mismo reconoce que ha “vivido solo a medias”: “Si escribo este libro es porque me gustaría entender un poco mejor cómo sería una vida más plena”. Y se pregunta: “¿No sería mejor que me renovara, que en lugar de escuchar la música que me ponen escribiera mi propia canción, que en lugar de buscar esparcimiento me convirtiera en inspiración para los demás?

Algunos de los títulos de los capítulos son: ¿Por qué tantas personas se sienten faltas de amor y de una vida plena?, ¿qué sentido tiene trabajar tanto?, ¿qué significa estar vivo?, ¿puede un no creyente entender a un creyente?, ¿cómo se superan los prejuicios?

“La curiosidad es mi brújula, la sorpresa es mi alimento, el aburrimiento es mi pesadilla”, dice Zeldin. Por eso busca siempre el camino de una novedad enriquecedora, madurativa. Lo que le interesa es conversar con personas que vean las cosas de distinta manera a como él las ve, que le obliguen a pronunciar afirmaciones repensadas al hilo de esas respetuosas provocaciones. Es necesario buscar la conversación que no sea superficial. Cuando esta se prepara y se estructura, los resultados son sorprendentes. Zeldin realizó el experimento con 2.000 participantes. Los enfrentó en conversaciones sobre la bases de unas preguntas que invitaran a la introspección, a la reflexión. Recibían lo que denominaron un “menú de conversación”. Los participantes se sintieron reconfortados, satisfechos de haber participado en ese experimento que les había proporcionado una posibilidad casi única de sentir que profundizaban verdaderamente en sus existencias, que descubrían otra visión de sus propias características, un ensanchamiento en la mirada hacia el otro. Parece ser que, en Londres, cada 22 de agosto, en sus parques, se celebra la “Fiesta de los desconocidos”, en la que muchos participantes se desinhiben y desatan la soga de sus impedimentos sociales.

Nos dice Zeldin que “las conversaciones más fructíferas son aquellas en las que no hay ni ganadores ni perdedores”. Opina que la introspección no puede ser el único camino para el autoconocimiento: “Mis ideas nacen en respuesta al pensamiento de los demás. Los pensamientos cobran vida con el intercambio.” Siente que la vida ha de verse como un experimento que plantea sus propias preguntas. Su mente siempre está abierta, dispuesta a alimentarse del mundo que la rodea: “Los coautores de este libro son todas las personas que he conocido a lo largo de mi vida, tanto las que han sido amables conmigo y me han abierto sus puertas como las que me han desconcertado, así como todos los autores que he leído”. Su gran afición es pensar y observar: “Pensar puede resultar tan satisfactorio y emocionante como lo que consideramos entretenimiento”. La vida es una aventura consistente en buscar su sentido, vivir en armonía con todas las criaturas de la Tierra, la búsqueda y apercibimiento de la belleza”. Es su forma de entusiasmarse.

El libro se nutre de semblanzas biográficas de personajes históricos de muy distinta índole, pero también de la historia de algunas de las empresas que han logrado ser más importantes. En los diversos temas que trata se vale de estudios sociológicos para ilustrar la verdadera forma de una realidad sorprendente que a veces se esconde ante nuestra exigua mirada. Así, por ejemplo, se nos informa, de que en 1920 el 94 por ciento de los norteamericanos decía que su religión era la única verdadera; hoy solo el 25%. Pero un 79% de los saudíes cree que su religión es el único camino hacia Dios. Los jóvenes estadounidenses dicen que una religión es verdadera si te hace feliz. Las religiones empezaron como revoluciones pero terminaron en la complacencia, en la corrupción. Zeldin, tolerante pero inquisitivo, dice: “No preguntaré al lector cuál es su religión. Prefiero preguntarle cómo pone en práctica sus creencias”.

Le gusta citar actitudes y proyectos que se deberían recuperar, extender o poner en marcha: “En la escuela de Tagore, a los alumnos, en lugar de hacerles memorizar y obedecer unos preceptos morales, se les animaba a conservar una mirada fresca”. Hay que estar despiertos siempre, alertas ante nuestros prejuicios: “Hasta las personas que están más al día y siguen las modas más de cerca conservan algunas creencias fosilizadas”. Más que preguntarse por el origen, por la ancestral pertenencia, más que decir: “¿De dónde vienes?” hay que preguntar: “¿A dónde vas?” Lo que interesa saber es cómo puede uno construir su colección  de personas.

“El credo de los americanos es que cualquiera puede llegar a lo más alto con su propio es fuerzo. Esto nos lleva a la cómoda conclusión de que no podemos hablar de desigualdades injustas”. El poder conoce y utiliza la debilidad del ciudadano: “Todavía hay una mayoría de personas para las que lo principal es tener seguridad, certezas y un orden claramente establecido”. Solo una amplia cultura bien enfrentada y digerida puede salvarnos de la opresión. Zeldin nos pone dos ejemplos opuestos. Por una parte nos habla de Abdurranmán Wahid, presidente indonesio, que decía que, si de joven no hubiera leído la Ética de Aristóteles, tal vez se habría convertido en fundamentalista. Caso contrario, para su opositor religioso, Hassan al- Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes, el objetivo de la religión ha de ser que “la certeza acabe con la incerteza y los titubeos de la mente”. Es decir, el miedo a la libertad, y el poder de constreñir.

En definitiva, Los placeres ocultos de la vida es una propuesta inteligente y diversa, plena de diáfana frescura, que aspira a la mejora de la sociedad sobre la base de unas posibilidades tercas y perezosamente rechazadas. Un ensayo muy valioso para ayudar a pensar en la huida de tantas nefastas obcecaciones a las que nos conduce nuestro mundo.

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