Los strippers masculinos para públicos femeninos en la Ciudad de México

Stripper masculino.
Stripper masculino.

El autor analiza, desde la interpretación política y performativa del striptease, este tipo de trabajo sexual masculino poco visibilizado, a pesar de que su práctica en México transcurra en desafortunada mimesis con una híbrida modernidad.

Los strippers masculinos para públicos femeninos en la Ciudad de México

El sociólogo Ken Plumier advierte que “es moralmente sospechoso tratar  temas relacionados al sexo y al erotismo”. Esta es una actividad que aún podría provocar sonrisas suspicaces y miradas curiosas, ya que en México, al igual que en muchas otras sociedades occidentales, hablar de strippers varones supone acaso una anécdota de sobremesa. Es un tipo de trabajo sexual poco visibilizado, a pesar de que  su práctica en México transcurra en desafortunada mimesis con una híbrida modernidad.

El striptease masculino no ha sido un objeto de estudio para los departamentos de investigación de las distintas universidades del mundo. Un estado del arte en este sentido  no dejaría ninguna duda. Sin embargo existen un par de  investigaciones académicas que se publicaron en inglés en Estados Unidos. Quizá la más emblemática sea Strippers and Screamers (Montemurro, 2001). En este trabajo se analiza no sólo el modo de vida de los bailarines sino también de las clientas que acuden regularmente a verlos. Tampoco para ningún escritor relevante el tema de los strippers masculino ha sido objeto de estudio. Acaso Gilles Lipovetsky hace un par de comentarios para explicar que para las mujeres los strippers masculinos no son fuente de placer libidinal, como sí lo son para los hombres las bailarinas eróticas. Pero insisto sólo en algunos párrafos y de manera indirecta.

En realidad la cobertura que ha recibido esta actividad nocturna y lasciva sólo se ha recogido de manera periodística y casi siempre con un tratamiento muy epidérmico y sensacionalista. Al igual que otras actividades sexuales, la mayor parte de la gente sabe de su existencia a través de las pantallas del cine holliwoodense. La película The Chippendales Murder (2000) basaría su guión en  hechos reales. Es una historia sobre cómo se iniciaron los clubes de strippers para público femenino en Estados Unidos, con un final muy trágico para su “inventor”. Sin embargo, los chicos de cuerpo atlético, con el torso desnudo y con un moño atado al cuello se convirtieron en una iconografía muy emblemática para la época, la cual por cierto se ha ido diluyendo.

La cobertura que han recibido los strippers varones sólo se ha recogido de manera periodística y casi siempre con un tratamiento muy epidérmico y sensacionalista.

Teóricamente tendríamos que decir que encontramos algunas tendencias de carácter global en el striptease masculino, lo cual permite construir una explicación congruente y aproximada sobre esta oferta erótica americana; así como su hibridización al adaptarse al escenario mexicano: 1) El protagonismo del cuerpo y su cuidado no tiene precedente en la historia contemporánea. Cubrir y descubrir al cuerpo ha cobrado una importancia muy singular en el sistema de las apariencias vigente. Esta obsesión narcisista es especialmente sintomática, a partir de la década de los ochenta. 2) La pandemia del Sida en la segunda mitad de los ochenta, lo cual supone el que la cópula sea un riesgo para la salud de las personas y que el sexo se volviera un asunto delicado. 3) Una filosofía neoconservadora que reaccionó a los aires libertarios de la generación que le precedía, con un discurso que militó por la defensa a ultranza de la familia tradicional. El striptease masculino reproduciría la ideología hegemónica que primaba en la sociedad, sin poner en peligro el sentido de masculinidad. 4) La proclividad hacia el disfrute del vouyerismo como dinámica social. Las nuevas tecnologías no sólo lo han facilitado sino que lo han promovido debido a la posibilidad del consumo de manera anónima. 5) El sentimiento de soledad en una época de conectividad sin precedente. Las nuevas comunicaciones virtuales y el marcado individualismo han lastimado la ritualidad del cortejo cara a cara.  6) El agotamiento de espacios y protocolos instalados en los códigos tradicionales de socialización hombre–mujer, por lo que los clubes de striptease, entendidos como “espacios” de solteras colectivos, ofrecerían esta posibilidad, a partir de la dramatización del flirteo masculino. 7) Los clubes de striptease como portonopías adaptadas a la modernidad, en donde lo que se oferta se presenta y representa en un formato en el que la teatrializacción es el cuerpo masculino. 

En el año 2005 realicé una investigación científica sobre strippers mujeres en México y, consideré el expediente de los strippers varones para contrastarlo con sus pares femeninas. El género era una variable que no se podía pasar por alto para este tipo de estudios. La investigación fue de tipo cualitativa, por lo que los relatos de los strippers varones permitían visibilizar las diferencias muy sintomáticas en comparación con las bailarinas eróticas. El estigma social gozaba de una valencia ideológica muy distinta para strippers hombres vis a vis; strippers mujeres. El narcisismo en el expediente de los strippers varones no es un tema menor. Explica un sentimiento de realización y éxito por parte de los oferentes. Es simbólico que los bailarines usen tarjetas de presentación para promocionarse con todos sus datos, mientras que las bailarinas eróticas se cambian el nombre buscando el anonimato para evitar la estigmatización. Las palabras del uno de los strippers, quien caracteriza a un policía resultan reveladoras: “Compadre el sueño de todo mexicano es ser stripper en su juventud (…) Imagínate, dinero, viejas, cuerpo… lo tienes todo…”
La investigación la desplacé a Canadá y a Estados Unidos y, esta experiencia, arrojó muchas coincidencias. Pero también crudas diferencias en el expediente mexicano.  Dicho de otro modo, evidenció ciertos rasgos muy excluyentes que prevalecen en la sociedad mexicana y se incorporan y escenifican en los clubes de striptease. 

El narcisismo en el expediente de los strippers varones no es un tema menor. Explica un sentimiento de realización y éxito por parte de los oferentes. Es simbólico que los bailarines usen tarjetas de presentación para promocionarse con todos sus datos, mientras que las bailarinas eróticas se cambian el nombre buscando el anonimato para evitar la estigmatización.


A diferencia de Europa, el baile erótico masculino para público femenino que se realiza en el continente americano –con excepción de la parte francófona canadiense, así como en Argentina y Uruguay- el striptease no es integral. Es decir, no se muestra el falo (erecto o no) en ningún momento. -Los strippers que bailan para públicos gays si lo exhiben-  Este “detalle” instala el performance en otro terreno, ya que lo que se pone en valor es la dramatización del striptease y la imagen del bailarín. No es un mero cachondeo para “despedida de soltera”. En el caso de los recintos mexicanos, supone un fuerte contenido ideológico, porque los strippers tienden a cumplir ciertos requisitos que en Estados Unidos y Canadá se mimetizan de otra manera. Al igual que las “telenovelas” (culebrones) el aspecto físico de los strippers mexicanos no corresponde del todo con el somatotipo del mexicano promedio. Y no me refiero a  la hipertrofia en la musculación, sino a la estatura y a los rasgos faciales mucho más mediterráneos. Dicho de otro modo, un perfil que no refleja, sino más bien anula la estética indígena que es común –y muchas veces estratificada-  en la sociedad mexicana.

Strippers pidiendo el voto al PRI.
Strippers pidiendo el voto al PRI.

 

Nacimiento del primer recinto de strippers varones

El primer recinto de strippers varones en la Ciudad de México surgió a principio de la década de los ochenta. No se preocupó por ocultar su emulación a los Chipendales americanos, que en aquel entonces comenzaron a ser una moda en los Estados Unidos. Los performances de estos lugares imitaban el formato escénico de la propuesta estadounidense. De hecho, una vez al año, invitaban a strippers americanos a presentarse en este bar de la Ciudad de México. Había distintas caracterizaciones y el striptease duraba alrededor de 15 minutos por bailarín. Al final de cada número, la clientela compraba boletos que eran canjeados por un beso en la mejilla, que gradualmente se mexicanizaron por besos boca a boca. En una noche de fin de semana cada bailarín daba más de cien besos boca a boca. Parte de las condiciones de la contratación era que el stripper firmaba su renuncia desde el primer día de trabajo. El propietario, José Luis Ugalde era un productor de teatro, pero este negocio semi-clandestino fue todo un éxito comercial. No había ningún tipo de derecho laboral para los oferentes masculinos. Ni tampoco los chipendales mexicanos reparaban mucho en sus condiciones de trabajo.  

En la década de los noventa, el performance cambió drásticamente. La razón fue exógena: la pandemia del SIDA. El pánico moral que desató este virus promovió que los besos fueran prohibidos dentro del establecimiento, y en su lugar se realizaba un baile erótico tipo table dance. Hay que decir que el SIDA no se trasmite a través de la saliva, pero el miedo endémico provocó que la oferta sexual se modificara. Sin embargo. Las caracterizaciones y performances seguían siendo muy tradicionales. A diferencia de los strippers en Estados Unidos, Europa, Canadá y Australia, los strippers mexicanos no buscaban divertir a la audiencia femenina. No era un mero entretenimiento lascivo. O al menos no sólo eso. Los bailarines mexicanos buscaban denodadamente seducir a una audiencia que gritaba a muy altos decibeles. Las dramatizaciones expresaban también la semiótica de un macho alfa. Siempre protagónico y siempre con movimientos sugerentes. Sin llegar a ser frenéticos como en Brasil o en la costa este de los Estados Unidos.   
Durante el performance, la música ha  jugado un papel hedonista fundamental en este tipo de representaciones eróticas. El español Román Gubern lo explica con cierta felicidad literaria en su libro El Eros Electrónico:

La música de baile, al imponer un ritmo común y compartido a los bailarines, refuerza su vínculo emocional, con una sincronía que los convierte en cómplices gozosos de un mismo rito, al igual que ocurre en las danzas de las tribus primitivas. Además de tal complicidad emocional, sus evoluciones y contorsiones, a los ritmos agitados de la música moderna, hace que sus movimientos incluyan expresivos movimientos pélvicos, de obvio significado erótico (Gubern, 2000: 19)

Hay que decir que la mayoría de las mujeres de clase media, no asistían a los recintos eróticos para celebrar despedidas de solteras o cumpleaños ardientes, sino para interaccionar con chicos que no se encontraban en su cotidianidad.

La sociedad mexicana es una sociedad muy estratificada, como otras sociedades latinoamericanas. Y en las clases sociales muchas veces también se somatiza el componente racial. Los protocolos de interacción suponen un componente racial también. Y esto no es poca cosa en países mestizos porque el cuerpo supone un alto contenido político. El tufo racista es posible entenderlo aunque se encuentre muy naturalizado en el habitus de la sociedad mexicana. (Habitus en el concepto de Bourdieu).Técnicamente poseer una apariencia socialmente entendida como atractiva, literalmente te facilita la vida, llegando a ser un elemento de movilidad social. La apariencia del actual presidente de México, así como el que la Primera Dama haya sido protagonista de distintas telenovelas fue un factor a la hora de la emisión del voto ciudadano. 

En aquellos años el corporativo de la Florida, Solid Gold, llevó a la Ciudad de México un cuerpo de strippers del popular club La Bare. No le llamaron de esa manera porque en la jerga del español mexicano soportaba un problema semántico. Resolvieron llamarle: Teady Bear. La mayor parte de estos bailarines desarrollaron un performance más estilizado, y con una mayor producción teatral. Eran los años que en la Ciudad de México se vivían vientos de modernidad. Se acababa de firmar el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos. México se adhería a la OCDE y había una sensación de que nos estábamos americanizando de prisa. Resultaba “lógico” importar strippers americanos. Sin embargo, la devaluación del peso mexicano a finales de 1994, lo convirtió en una propuesta que diluyó su costo-efectividad para los oferentes, ya que ellos residían en los Estados Unidos.  Esta experiencia no duró mucho tiempo pero evidenció lo atractivo de usar un elenco con strippers extranjeros en los escenarios mexicanos. Después de todo en la historia de México y en la imaginación colectiva de los mexicanos, los extranjeros soportan una carga ideológica preponderante. Un escritor mexicano lo dibuja de la siguiente manera, cuando explica la Conquista de México:

Se dice que Quetzalcóatl era rubio, blanco, alto, barbado y  de grandes conocimientos científicos. Que enseñó a los  pobladores  de  lo que  hoy  es México a labrar con metales, orfebrería, lapidaría, astrología. Se dice que no era indio como ellos (Leyenda popular mexicana). El mito de Quetzalcóatl explica que los pobladores facilitaron la conquista, pues ellos confundieron a Hernán Cortés con el personaje que supondría su debacle.

Al comenzar la nueva década, el baile erótico practicado por hombres se popularizó en México, a partir de una producción iniciada por actores de la principal empresa televisiva mexicana (Televisa, 2000). Dicha producción reunió a un grupo de “famosos” de telenovelas, quienes realizaban coreografías grupales. Se desprendían la ropa hasta quedar sólo en boxers. Esta puesta en escena rápidamente fue muy conocida en México (y fuera México).

Al comenzar la nueva década, el baile erótico practicado por hombres se popularizó en México, a partir de una producción iniciada por actores de la principal empresa televisiva mexicana (Televisa, 2000). Dicha producción reunió a un grupo de “famosos” de telenovelas, quienes realizaban coreografías grupales. Se desprendían la ropa hasta quedar sólo en boxers. Esta puesta en escena rápidamente fue muy conocida en México (y fuera México) debido a que los actores eran muy conocidos para la teleaudiencia femenina. Se registraron como “Sólo para Mujeres”. Pronto se comercializaron videos de este espectáculo en cualquier tienda de autoservicio. También se instalaron bares, en los que strippers profesionales realizaban las mismas rutinas escénicas que los actores de televisión. El impacto simbólico de esta dramatización erótica promovió que los strippers en México fueran vistos por las clases populares como pequeñas celebridades. Especialmente en provincia. El discurso para promocionar este espectáculo por parte de los actores durante las conferencias de prensa era ridículo y –contra lo que ellos pensaban- bastante misógino: “Ellas también lo merecen”, replicaba el actor mexicano Sergio Mayer. Y remataba con un “Nosotros estamos ayudando a que las mujeres también tengan lo que se merecen”.   

Así pues, la propuesta performativa del corporativo televisivo suponía un espectáculo mucho más profesionalizado. Fue la primera y única vez en que los strippers fueron agremiados a un sindicato: Asociación Nacional de Actores (ANDA). Este hecho ha sido motivo de debate, porque nunca se había logrado agremiar a ninguna bailarina erótica hasta la fecha. De hecho, este mismo sindicato, a todas luces muy conservador, se ha pronunciado abiertamente en contra de esta iniciativa.  Aquí hay que mencionar también que en estos espectáculos de strippers ya no se realizaban bailes de mesa, sino que se vendían fotos con los bailarines al finalizar el show. La estigmatización social de los strippers varones gozaba de una valencia de amplia aceptación social. Era un estigma positivo parafraseando a Goffman. Eran los años dorados del striptease masculino. Incluso este trabajo sexual se llevó al cine. Cintas como Ladies´ Night (2003) lograron altas ventas en taquilla, pero más por su contenido musical y la curiosidad,  que por la hechura de la propia película, pues la producción y guión dejaban mucho qué desear. En esta película proyectó con clichés y, de modo muy estereotipado, el submundo de los strippers varones que laboraban en la Ciudad de México. No eran “chulos” sino gigolos que a veces sucumbían al “verdadero amor”.

Parecía un mercado inagotable hasta que en el año 2005, durante una grabación en la que participaba todo el elenco, sucedió una tragedia de tránsito. Uno de los actores en ciernes se estrelló en motocicleta, pereciendo en el acto. Dicho accidente fue grabado y, el impacto mediático del mismo, provocó fuertes reacciones, ya que durante las pesquisas se descubrió que los actores habían incurrido  en distintas irregularidades: no contaban con los permisos para la filmación, ninguno de los conductores portaba casco, no eran escoltados por ningún vehículo oficial. Hasta la fecha a nadie se responsabilizó de la tragedia; sin embargo, el accidente enturbió a esta producción artística – erótica mexicana y gradualmente esta actividad perdió la popularidad ganada. Huelga decir que nunca se indemnizó a la familia del joven actor Edgar Ponce.

Los strippers para ese entonces ya se habían multiplicado, pues esta actividad pronto se convirtió en una oferta muy demandada, no sólo en la Ciudad de México, sino en ciudades cercanas a la megalópolis.   
Si consideramos que el cuerpo y su significado es lo que se pone en valor al desarrollar los performances eróticos, la hiper-sexualidad del mismo se logra especialmente con el aumento de la masa muscular. Los strippers utilizan sustancias de manera indiscriminada, debido a que en México existe un amplio mercado informal de estas sustancias. Las palabras de un stripper (vaquero) lo explican con una dosis de creatividad: 

Sólo checa a los tarzanes de antes y a los de ahora; por qué crees que sean tan diferentes: pues  el chocho [anabólicos – esteroides], o ¿qué pensabas?… ¿qué con puro ejercicio te pones así? (…) Lo malo es que aquí en México ya hasta el chocho es pirata, así que el wistrol (anabólico: stanazol) que te metes tiene que ser veterinario.

Los strippers recurrentemente consumen esteroides. El formato de las representaciones nocturnas promueve mucho la competencia entre los bailarines. En México literalmente pierdes el trabajo si no eres “productivo” para los clubes.

En este sentido es importante decir que los strippers recurrentemente consumen esteroides. El formato de las representaciones nocturnas promueve mucho la competencia entre los bailarines. De hecho está diseñado ex profeso de esa manera. Esto no ocurre así en distintas ciudades de Estados Unidos, Australia, Canadá o Europa. En México literalmente pierdes el trabajo si no eres “productivo” para los clubes. Los cuerpos que requieren construir para poder laborar en un establecimiento de strippers en Ciudad de México, supone un esfuerzo muy comprometido y profesional. A diferencia de sus colegas de otras partes del mundo occidental, los bailarines en México trabajan de tiempo completo. Dedican una buena parte de la jornada a “atender” a su clientela y el gimnasio es parte de su vida diurna. Si Foucault hablaba de disciplinar el cuerpo, en esta actividad se lleva casi hasta sus últimas consecuencias. Román Gubern lo advierte cuando explica que: 

“Esta presión sobre el cuerpo queda expresada en sus figuras retóricas, en la cirugía, el dolor, en su desdoblamiento en cuerpos artificiales. La pertenencia a un segmento, a una clase social, así como la movilidad social, requieren de un esfuerzo y un sacrificio ejercido sobre el cuerpo. Es una necesidad y una coerción, es una violencia extrema sobre nuestros organismos, que no termina en las extensas jornadas en el gimnasio o en dietas brutales, sino que se extiende hacia su mutilación y la inserción aún más bestial de todo tipo de prótesis. Nunca el cuerpo había sido un referente tan masivo para el consumo y para la imagen social. Lo había sido el vestuario, el habla, la gestualidad, pero nunca reposaba en el mismo organismo” (Gubern, 2004).

Los distintos establecimientos de strippers varones reflejaban, a veces de manera muy nítida, el contexto y la globalización en el que han operado. Por ejemplo, la crisis en Europa del Este permitió incorporar bailarines de Hungría que no hablaban una palabra de español. Pero también de otras economías quebradas como por ejemplo de Argentina y Venezuela. La razón es que los nacionales de estos países no requieren visado para su internación en territorio mexicano. Bailarines cubanos también han desfilado en estos escenarios, aunque de manera intermitente. Pero sobre todo porque los strippers contaban con el apparence (Goffman, 1963) que se demandaba en los escenarios aztecas.

En los últimos años, el performance dentro de estas pornotopias se ha ido modificando en un sentido más comercial para promover el consumo: el alterne. Es decir, los propios bailarines aceptan degustar tragos en las mesas de las clientas entusiasmadas con la presencia masculina. Los strippers ya no son parte del “destape” mexicano, el cual descansa en la transición política gradualista. Dejaron de ser novedad y, como advertíamos en un inicio, a pesar de que  su práctica en México transcurra en desafortunada mimesis con una híbrida modernidad.

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