Roberto Bolaño lee a Pío Baroja, los Machados y Azorín

Roberto Bolaño
Roberto Bolaño.

Bolaño fue un autor consciente del mundo que le rodeaba frente al compromiso y actitud consigo mismo, para crear una excelente  y desafiadora literatura pese a las circunstancias adversas.

Roberto Bolaño lee a Pío Baroja, los Machados y Azorín

Me siento agradecido y no menos reconfortado volviendo a leer a Roberto Bolaño, alegrarme que fuera lector de Pío Baroja (nada le fue ajeno a tan perspicaz devorador de lecturas). Y así, como de paso nos comenta, que igualmente leía a los hermanos Machado, también a  Azorín. Y sentí respeto y solidaridad cuando descubrí en su estilo huellas del autor de La busca, que encontré reflejada en la lectura de Los detectives salvajes. Y ahora, en la despedida de 2016 al volver a sumergirme en sus sorprendentes detectives siempre aventura de rica y  viva prosa, en dos ocasiones Bolaño relee el cuento de Baroja La sima. Un relato corto perfecto, que por esta razón del autor chileno, también en esa despedida de año he vuelto a leer para gozo y disfrute de la pausada prosa barojiana, describiendo el calmoso pastar de las cabras bajo la vigilancia del viejo cabrero y su nieto. ¡Placer! Este manejo de los cinco sentidos de un escritor que nunca intentó ser original consciente que pretender serlo es practicar la idiotez.

Francisco Umbral pretendía públicamente ser original, jugó a ser dandi  dentro y fuera de su vida literaria, y durante  una fructífera época animador personaje literario; puede que fuera en los años de su columna diaria en El País, cuando machaconamente insistía una y otra vez calificando a Baroja y Pérez Galdós con el odioso adjetivo de garbanceros. Por lo que viene al pelo recordar que ninguno de los dos, don Benito y don Pío, nunca se bajaron los pantalones para que les donaran con un premio nacional parecido  al Cervantes de la democracia. Sin embargo, Umbral como columnista en la geografía del diario El Mundo, se bajó sus Lewis insistentemente ante ciertos personajes de la patria, uno ellos su padrecito protector Camilo José Cela, a quien le lloriqueó como una magdalena provinciana, para que le echara una  mano y obtener un Cervantes. ¡País este, donde las plumas de raza progres no conocen la palabra rubor! Cuestión de ética garbancera.

Naturalmente Baroja solo fue un maestro bien situado para el autor de 2666, los verdaderamente grandes bien definido los certifico él mismo; “Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y Cortázar es una obviedad” Y la lista se puede alagar hasta lo interminable empezando por los clásicos grecolatinos, siempre perennes Cervantes y Quevedo, sin olvidar al contemporáneo Hemingway, quien por cierto mostró un reconocimiento fervoroso hacia Pío Baroja al considero su maestro digno de un merecido Premio Nobel que nuca recibió. Conocida es aquella foto del autor de El viejo y el mar junto al moribundo Baroja que  yacía adormilado en su cama esperando los últimos adioses, mientras el sobrino del gran novelista del 98 mostraba su malestar y molestia por dicha visita del autor de Fiesta. Acompañado del voluntarioso y buen amigo Castillo Puche,  destacado escritor de novelas, cuentos y ensayos, periodista, biógrafo, editor, viajero y profesor de periodismo, autor de Paralelo 40 novela de importancia por aquellos dictatoriales años sesenta cuando los soldados americanos se asentaron en España. Han pasado los calendarios y ya las uvas se nos fueron por el sumo del adiós en algún brindis onomástico.

Pero lo cierto es que por Baroja el “Garbancero” continúa borbotando el venero literario, humedeciendo el cultivo diario de la literatura sobre destacados autores de este siglo que han sabido elegir maestros verdaderos. Roberto Bolaño fue un autor consciente del mundo que le rodeaba frente al compromiso y actitud consigo mismo, para crear una excelente  y desafiadora literatura pese a las circunstancias adversas. Todo un frente rodeado de múltiples dificultades hacia el creador convencido de su propia obra, arma expresiva que le dio  fuerza hasta alcanzar ese mandato  de maestría que hoy sobrevuela sobre la literatura contemporánea. Sombreada por el espíritu de Julio Cortázar y sus cronopios que aplauden por sus famas.

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