El renacido, de Iñárritu, una película brutal al servicio de una historia de supervivencia

Fotograma de El renacido.
Fotograma de El renacido.

Conmociona. El renacido es un alarde de técnica, de creatividad, puestas al servicio de una historia que nos llega muy adentro, muy atrás, hasta el vislumbre de nuestros orígenes.

El renacido, de Iñárritu, una película brutal al servicio de una historia de supervivencia

Por la mañana, había leído la crítica de Carlos Boyero en El País. Rara vez coincido con sus taxativas y sesgadas opiniones, pues a menudo me demuestra en ellas que no está dispuesto a realizar el esfuerzo de atención, de permeabilidad, que requieren algunas películas de concepción más original, más singular y artísticamente ambiciosas. La pregunta sobre la cual este crítico basa sus valoraciones siempre es la misma: ¿Me emociona esta película o no me emociona? En este caso, para El renacido, su respuesta era negativa. Minusvaloraba los méritos de la última obra de Iñárritu, probablemente influido por el rebelde prejuicio de conocer las abusivas nominaciones a los Óscar que ha obtenido. Aunque reconocía algunas virtudes puramente visuales, su intención, con esa crítica, era la de rebajar la expectación que esta película ha creado, humillarla y despreciar su valía, comparándola con otras: con una antigua, Las aventuras de Jeremiah Johnson; y con otra reciente, Carol, dirigida por Todd Haynes, película que también he visto este fin de semana. Ambas películas, son de difícil o de indebida comparación, es verdad; pero, siendo las dos muy recomendables, me atrevo a decir que El renacido es mucho más creativa, más impactante y menos previsible que Carol, que, por otra parte, por su temática y por sus aciertos, exhibe una sensibilidad más afinada.

Reconozco que, si El renacido no hubiese estado firmada por Iñárritu, tal vez no hubiera ido a verla. (Uno también tiene sus prejuicios, ¿o son tan solo unas casi siempre fiables referencias?). Y es que la película se anuncia como una especie de pre-western (y a mí los western casi nunca me han gustado, lo que me convierte en un cinéfilo claramente anómalo). También se nos describe como una historia que contiene mucha violencia explícita (y yo rehúyo ese tipo de películas). Iba, pues, al cine, expectante y desconfiado. No sabía qué iba a prevalecer al fin: si una dirección singular, extraordinaria, sensible; o la simpleza de una historia creada para la exhibición de una vacía espectacularidad. Salí del cine pensando que había visto una película capaz de conseguir desviarse casi siempre, de forma natural, de las visiones más comunes.

El renacido es una película brutal. Habla de la emoción más básica, la que produce la lucha por la supervivencia; pero también de la emoción que nos inyecta el dolor recibido; y del resorte primigenio de la venganza; y de la pérdida afectiva.

El renacido es una película brutal. Las escenas violentas menudean y son mostradas desde unos ángulos que nos afectan intensamente, pero no he sentido que estuviera siendo manipulado, sino que se me estaba implicando en unas sensaciones primigenias,  hablándome de las primeras premisas del vivir, de la pura y muy apreciada – en circunstancias extremas- supervivencia.  Los diálogos son escasos y de ellos se desprende la avidez, el miedo, la constancia de una estructura civilizadora, en unos hombres más o menos rudos que aceptan una vida dura, peligrosa, como única manera de subsistencia. (Hay un momento en el que el capitán de la expedición confiesa que ya se le está borrando el rostro de su mujer, tanto tiempo y tantas apabullantes vivencias le están alejando de ese otro mundo más calmado). En esos lugares, en los que los códigos corrientes de la vida ya no sirven, ya no se está para exquisiteces. La vida de otro hombre solo vale si es útil para la propia supervivencia; y si no, si es un lastre, como sucede con la del protagonista gravemente herido, hay que valorar el cómputo final de las posibles salvaciones, lo que conlleva sacrificios que acercan al hombre a una naturalidad animal, inmoral, aunque sin poder esquivar la vía de un pensamiento racional ya irrenunciablemente adquirido, lo que finalmente no exime de graves o molestos problemas de conciencia.

El renacido sí me ha emocionado, señor Boyero. Y es que las emociones no son solo unas – las que llamamos sentimentales - sino que también son las otras, las que proceden de la estética o del pensamiento profundo; y no todas necesariamente provocan lágrimas sino que, a veces, una conmoción producida por una mirada ajena modifica ligeramente nuestra percepción del hecho de estar vivos, trastocando, al menos momentáneamente, el nivel de seguridad que nos protege de verdades que podrían refutar los preciados discursos con los que nos pertrechamos. Está película nos habla de la emoción más básica, la que produce la lucha por la supervivencia; pero también de la emoción que nos inyecta el dolor recibido; y del resorte primigenio de la venganza; y de la pérdida afectiva, en este caso la anterior de la esposa y la más reciente, la del hijo. Y estas emociones las he sentido a través de unas imágenes impactantes, que me han situado en perspectivas insólitas, audaces, incluyéndome en ese nivel básico del sentir que, desde nuestros satisfechos refinamientos, tenemos ya olvidado. He  recordado que estamos hechos de animalidad evolucionada, he pensado en el raro nacimiento de los sentimientos éticos así como de sus contradicciones inevitables, en un mundo complejo en el que convergen y chocan los intensos egoísmos, mientras al lado crece una tímida llamada que nos sugiere elevarnos hacia un sentimiento supremo, el del amor, que no solo ha de de ser un instinto más de propiedad, sino la intuición de una forma de ser aún no plenamente lograda.

Las más de dos horas y media de metraje me han sumido en un mundo de naturaleza envolvente, arrolladora, me han hablado de la construcción de la nación norteamericana, con sus abusos de poder y las aniquilaciones; pero también de los hombres que, en todas las épocas, han desafiado la preceptiva sumisión a lo instituido.

Las más de dos horas y media de metraje me han sumido en un mundo de naturaleza envolvente, arrolladora, me han hablado de la construcción de la nación norteamericana, con sus abusos de poder y las aniquilaciones; pero también de los hombres que, en todas las épocas, han desafiado la preceptiva sumisión a lo instituido, como este Hugh Glass  - interpretado por un visceral y exacto Leonardo DiCaprio - que se ha casado con una india y tiene un hijo mestizo; lo que muchas veces le obliga a pasar al otro lado, enfrente de donde están los suyos, los compañeros que la vida parece haberle asignado, aquellos que más fácilmente lo pueden traicionar, poseídos por una ambición excluyente. Mientras tanto, los indios están ahí, defendiéndose de la usurpación a la que se ven sometidos.  

En fin, una película que conmociona, un alarde de técnica, de creatividad, puestas al servicio de una historia que nos llega muy adentro, muy atrás, hasta el vislumbre de nuestros orígenes. Solo cabría reprocharle, a este relato basado en una historia real, la falta de verosimilitud en las excesivas veces que el protagonista salva graves situaciones de peligro, y tal vez, también, algunos pocos minutos de más; pero el conjunto nos aporta enormes valores cinematográficos, en absoluto despreciables.

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