¿Hay realmente posturas irreconciliables entre padres e hijos adolescentes?

Alberto Ortega Cámara.
Alberto Ortega Cámara.

Un proceso de coaching profesional puede ofrecer diferentes herramientas orientadas a facilitar y favorecer la comunicación interpersonal, útil en las relaciones con adolescentes.

¿Hay realmente posturas irreconciliables entre padres e hijos adolescentes?

A lo largo de mi trayectoria profesional como profesor de E.S.O. y coach en programas de liderazgo y a nivel personal, he escuchado infinidad de veces a padres, madres, profesores y otros adultos lamentarse sobre la dificultad de educar a adolescentes. Solemos partir de la creencia de que “no les interesa nada más que el móvil y los videojuegos”, “no escuchan”, “hacen lo que les da la gana”, “son ariscos”, etc. etc. etc. Sin embargo, ¿se acerca esta interpretación a la realidad de lo que un adolescentes es y siente?... Agradecidos, abiertos, altruistas, clarividentes, apasionados… ésa es mi experiencia y la de otros muchos educadores. ¿Qué hay entonces entre una percepción y otra?

La Teoría Transaccional establece tres estados del “yo”: el “yo padre”, el “yo niño” y el “yo adulto”. También establece transacciones (relaciones entre esos tres estados) que funcionan a nivel comunicativo y otras que no tanto, para concluir con que las relaciones efectivas que funcionan son las que se establecen de igual a igual. Siguiendo esta línea podríamos ver que el conflicto que se genera en la adolescencia surge de la dificultad de adultos (especialmente padres y madres) y adolescentes de adaptarse a una nueva situación. Nuestros hijos van dejando de ser niños desde que comienzan a ser preadolescentes (11-12 años); sin embargo, padres, madres y educadores no solemos cambiar nuestro discurso ni nuestras maneras de ser para con ellos y seguimos estableciendo mensajes imperativos (“recoge tu habitación”, “estudia”, “vuelve temprano”…) o marcamos la comunicación con el binomio “bueno-malo” donde cualquier escala de colores entre el blanco y el negro dejan de existir ante las conclusiones a las que hemos llegado exclusivamente a través de nuestra propia experiencia. Es lógico pensar que diez años de mensajes desde el “yo padre” han llegado a crear un hábito en la comunicación de los progenitores, que condena a sus hijos a ser eternos niños y crea discordia con las necesidades de los jóvenes, quienes, a su vez, comienzan una batalla para conquistar terreno a la edad y modelan maneras de ser y acciones que ellos consideran de adultos: beber alcohol, fumar… y pronunciarse también desde el paradigma maniqueo y extremista que escuchan de sus propios padres. Ante este panorama la solución parece imposible… sin embargo, puede resultar muy fácil, tanto como cambiar el hábito discursivo y emitir nuestra comunicación desde el “yo adulto”.

Desde el “yo adulto” hacemos preguntas en lugar de emitir afirmaciones, escuchamos en lugar de hablar, apoyamos a reflexionar sobre el valor y el propósito de las acciones y el binomio “bueno-malo” desaparece, sustituyéndose por la evaluación de precios y recompensas (pros y contras). También empoderamos a los demás para elegir conductas favorables desde la responsabilidad (entendida como la capacidad de elegir libremente y de apropiarse de sus decisiones y resultados en lugar de ponerlos en otras personas o circunstancias o aceptar opiniones de otros sin integrarlas como propias). Una vez que los padres, madres y educadores se entregan de manera genuina a dejar de llevar razón en sus creencias e interpretaciones y se comunican desde el respeto a otras opiniones y percepciones, los adolescentes rompen la barrera defensiva y se establecen en el “yo adulto” (frente al “yo niño” obediente o caprichoso y al “yo padre” aferrado a su razón), escuchan e, incluso, se dejan guiar.

Dice el Doctor Miguel Ruiz en su libro “Los cuatro acuerdos” que “De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con la información que otros seres humanos nos transmitieron (…) Los niños creen todo lo que dicen los adultos. (…) No escogimos estas creencias, y aunque quizá nos rebelamos contra ellas, no éramos lo bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase. El resultado es que nos rendimos a las creencias mediante nuestro acuerdo.” La rebelión de los adolescentes nace como defensa del “yo niño”, que aún es fuerte a la edad de la adolescencia y se siente vulnerable ante creencias (entendidas como pensamientos y opiniones) emitidas desde el poder del “yo padre”.

Y conociendo el poder que la palabra del “yo padre” tiene sobre el “yo niño”… ¿cómo sería emitir mensajes favorables sobre nuestros hijos e hijas para que ellos estén “de acuerdo” y desarrollen conductas efectivas en base a esas creencias?

Emitir mensajes positivos y comunicarse a un nivel profundo, de adulto a adulto (conversando, reflexionando, etc.) e, incluso, de niño a niño (haciéndolo desde la diversión y jugando con ellos cuando ellos lo elijen) son las claves para que nuestros adolescentes nos abran la puerta, quizás al otro lado descubramos un mundo impensable ante los ojos ciegos del “yo padre”…

Alberto Ortega Cámara es profesor de ESO y Experto en Coaching Personal. Desarrolla su labor como Coach y facilitador en programas de habilidades de liderazgo para adultos y adolescentes en 4MAR, Inteligencia Emocional y Liderazgo. 4mar.es  blog.4mar.es

 

Comentarios