Rafael González: ‘Se escribe para saciar un ingenuo afán de demiurgos, para exorcizar la soledad’

Rafael González Serrano.
Rafael González Serrano.

Rafael González reivindica, a través de su editorial, la no dependencia de criterios ajenos, asegurando además que “se sobrevive con bastante trabajo y mucha fuerza de voluntad”

Rafael González: ‘Se escribe para saciar un ingenuo afán de demiurgos, para exorcizar la soledad’

Rafael González Serrano nació en Madrid, donde estudió Telecomunicaciones, Filología Hispánica e Historia Antigua. Dedicado a la enseñanza, es en la actualidad catedrático de Sistemas Electrónicos. Aunque escribiese desde bastante antes, no publica su primer poemario –Presencias figuradas– hasta 2005. Le seguirán Manual de fingimientos (2008), Insistir en la noche (2010), Mapa del laberinto (2011), Fragmentos de la llama (2014) y Leves alas al vuelo (2015). Es autor de una novela, Siempre la feria (2012). También ha traducido a Valéry y editado a Quevedo. Es fundador de la Editorial Celesta. Además, ha publicado reseñas en medios digitales como Adamar, Tam-Tam Press o Frutos del tiempo. Mantiene en internet un blog sobre poesía, De turbio en claro (http://ragonserrano.blogspot.com.es).

Portada Siempre la feria.
Portada de Siempre la feria.

 

Detallo a continuación las últimas publicaciones correspondientes a las  tres colecciones que componen la editorial Celesta:

Colección Piel de sal (Poesía): Arturo Rodríguez-Segade, Farolas. Rafael González Serrano, Leves alas al vuelo. Ada Soriano, Cruzar el cielo.

Colección Hidra azul (Traducción): Francisco de Quevedo, Medulas y ceniza. Fernando Pessoa, Las voces que me dicen.Thomas Stearns Eliot, La tierra baldía.

Colección Letra alef (Narrativa): Manuel A. Martínez, Olaf el blanco. José María Piñeiro, Pasajes escritos.

— Rafael, ¿qué te motivó a crear una editorial?

— La idea llevaba rondándome la cabeza desde antiguo, y tras mis primeras experiencias de publicación, poco satisfactorias, me decidí. La independencia, la formalidad y la estética serían mis pautas de actuación. O sea, no depender de criterios ajenos; que los plazos de edición se cumplan (mi primera publicación estaba prevista salir en un año y lo hizo al siguiente); que las medidas, tipo de letra, gramaje, colores, diseño, etc. del libro sean formalmente de mi agrado. Pensé así en editarme adecuadamente, mas también en publicar autores cuyas obras me gustasen (actuales y, sobre todo, clásicos) bajo los mismos supuestos ya indicados. 

— ¿Cómo crees que es posible la supervivencia de Celesta en un mundo editorial tan competitivo y, por qué el nombre de Celesta?

— Aunque tengo claras las exigencias en cuanto a la selección de los textos y a la forma de ser editados (lo más perfecta posible), puede decirse que Celesta es una editorial “no profesional” (lo que no implica en absoluto prescindir de la calidad), en el sentido de no vivir de ella y de que es ajena a la competitividad del mundo editorial. Lo que no aceptaría para ella es la definición de “marginal”, pues quiero que mis libros tengan la mayor difusión posible, si bien sé que el circuito por el que se pueden mover los mismos, por su propia condición, es limitado: al no ser “comerciales” no pretendo que se vendan masivamente. Y se sobrevive con bastante trabajo y mucha fuerza de voluntad.

El primer nombre iba a ser otro, pero me topé con la oposición de una poderosísima editorial que, a fin de cuentas, sólo tenía una colección de nombre parecido. Por no pleitear, y acordándome de Béla Bartók, se me ocurrió el término “celesta”, de obvias resonancias musicales (y la poesía en buena medida es música del lenguaje). Así que en esta ocasión la Oficina Española de Patentes y Marcas no puso impedimento a que la registrase como Celesta. 

— ¿Qué ofrece tu editorial?

— Creo que un trato bastante personalizado –y paciente– con los autores, obras bastante dignas en cuanto a la calidad (esto es indiscutible referido a los autores clásicos), el máximo de perfección formal para tratarse de pequeñas tiradas. En cuanto a lo editado: la oportunidad ofrecida a autores noveles de valía, la confianza en los más experimentados y la indiscutible apuesta por los clásicos consagrados.

— ¿Qué proyectos tienes de cara al futuro?

— Si jugamos un poco con la superstición esa de que más vale no decir algo no vaya a ser que se tuerza, tendría que callarme; pero diré muy vagamente que sí, que hay varios proyectos: un poeta brasileño, clásicos de los siglos XIX y XX, etc.

— En tu blog De turbio en claro das noticia de poetas poco conocidos a través de reseñas muy elaboradas. ¿Qué satisfacciones te reporta esta labor?

— Empecé hace siete u ocho años reseñando libros de poesía. Me impuse una norma: que fuesen extranjeros (no de lengua española), del siglo XX y ya fallecidos. Han sido autores que había leído –algunos incluso hace veinte o treinta años– pero también hay otros que he ido descubriendo al hilo de esta tarea. Y sí, los ha habido muy prestigiosos (premios Nobel incluidos), u otros minoritarios (pienso en Ponge o Larbaud, por ejemplo). La actividad ha sido enriquecedora por un lado, pero también un tanto laboriosa, pues me obliga a dedicarle bastantes horas todos los meses: la lectura, la búsqueda de estudios (a veces, difícilmente localizables), la propia escritura del artículo. No sé hasta cuándo llevaré a cabo esta ocupación pero, en cualquier caso, me ha servido para tener una visión más amplia y profunda de la producción poética de la cultura occidental.

— ¿Qué opinas de la poesía actual?

— Supongo que te referirás a la española. Pues no tengo una opinión clara: me da igual lo de las capillitas y los grupos, no sé si es un periodo yermo o plagado de genios, lo de las ayudas oficiales me da grima, lo de ciertas promociones asco, lo de los premios... Sólo sé que hay poetas que me gustan y otros que no tanto (o nada). Poetas se llaman –o nos llamamos– cientos (o miles), pero no creo que se estén alcanzando los niveles creativos de los siglos XVI o XVII.

— ¿Cuáles son tus referentes?

— Por mis estudios académicos, primero leí los clásicos españoles con cierta metodología. Luego he leído a bastantes autores de manera mucho menos sistemática (españoles o extranjeros). De mi primer libro –terminado en 1985, y publicado muchísimo después– diría que tiene ciertas resonancias de Salinas y Cernuda; luego he procurado irme apartando de influencias evidentes, aunque seguro que voces ajenas resuenan en mi interior. 

— Eres autor de una novela que lleva por título Siempre la feria, que se puede leer igualmente como crítica satírica y mordaz o un ensayo disfrazado de ficción, cuyo protagonista es un escritor que reflexiona sobre su propia obra y el mundillo literario. ¿Qué hay de Rafael González Serrano en esta novela?

— Aun a sabiendas de que el “Madame Bovary c’est moi” sea apócrifo, a la par que un tanto hiperbólico (mas “se non è vero, è ben trovato”), no puedo negar que hay parte “de mí” y de mis opiniones en esa voz literaria. Pero también hay un homenaje a un autor con quien he disfrutado bastante, un proyecto textual elaborado (estructura, referentes, estilo), una práctica de escritura tan laboriosa como lúdica, etc.

— Concretamente, en la página noventa y ocho, el personaje se plantea cuatro preguntas sobre el proceso de escritura. Yo he seleccionado dos de ellas: por qué se escribe, y para qué se escribe.

— El propio personaje habla de necesidad, vocación o, incluso, vanidad. Pero obviamente lo hace con ironía, pues los califica de tópicos. Y sí, se escribe para expresarnos, para darnos a conocer aún dentro de un reducido círculo (afirmarnos y así refutar la uniformidad), para saciar un ingenuo afán de demiurgos (al tenernos por creadores), para exorcizar la soledad; y, en definitiva, para entender la realidad y conocernos a nosotros mismos, aunque suene demasiado pretencioso.    

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