Los políticos todavía no han aprendido a escuchar

Importa poco o menos que alguien dimita, que alguien ceda su cómodo sillón a otro gran mago de los artificios visuales. Simplemente duele ver cómo castigan al ciudadano con su indiferencia y su paseo prefijado por una multitud de asesores y expertos en protocolo. Sorprende ser un espectador que despierta del sueño electoral para pedir que por una vez el pueblo sea consciente de lo que viene encima. No importa Pedro Sánchez, importas tú y el panadero de la esquina. Importa la profesora con la que me crucé ayer en la calle. Importa el cajero de Mercadona, la secretaría guapa de aquel anuncio de Vitaldent. Importan las personas con las que me cruzo días tras día.

Hablo de un engranaje donde menos la eficacia, encontramos de todo, partiendo de la adopción popular de una caducada política. Esta gran mentira compartida no es más que la adquisición de un sistema de intereses propios que circula como un asesino en serie tras sus víctimas. Y cualquiera de nosotros, o tú, tú, puede ser su próximo objetivo, porque nadie escapa de las garras de la ineptitud. Hemos sido amenazados por el quiero pero no me muevo. ¿Nos encontramos en un país donde gobiernan unos cuantos titiriteros cuyo único interés es su propio crecimiento económico?

Reinstalémonos en la consideración primigenia: eliminación de la irresponsabilidad, castigo legal, regeneración de partido y entendimiento de lo público. Un reclamo a la verdad donde la justicia sea el único puño y bastón, sin represión  o desconocimiento de la mentira política. Y no volver a caer en las garras de la suposición y la condición retórica de aquellos que regulan, organizan y dirigen lo que será tu futuro.

Nos encontramos ante un momento histórico, pero también ante un momento peligroso. Cualquier decisión aparecerá como una acción representativa  con significado propio.