Pabellón de cáncer: una parábola del escritor ruso Alexandr Solschenizyn

Alexandr Solschenizyn/ MGP

La novela de Solschenizyn nos descubre toda una serie de testimonios duros sobre la biografía de los pacientes que esperan en la competencia del Estado una forma de supervivencia.

Pabellón de cáncer: una parábola del escritor ruso Alexandr Solschenizyn

En su reciente estudio psicoanalítico del proceso creativo, Una espina en la carne, Lola López Mondéjar incide en esa relación necesaria e indivisible entre trauma y escritura. Nadie pondrá en duda de que la biografía de Solschenizyn, como la de Pasternak o Ajmatova, está impregnada de esa agresión constante que la propaganda política y la propia determinación al exilio,  a los trabajos forzados, influyen en la literatura de Pabellón de cáncer.

Lo que destaco de esta novela es esa capacidad sutil para describirnos el Estado como todo un ingente y mastodóntico aparato burocrático y tecnificado. Es cierto que los avances oncólogicos y sus tratamientos en la URSS existen con un notable grado de desarrollo cuando se escribe la novela, pero también es cierto que están contaminados por un exceso de trámites para acceder a las curas, por la insensibilidad y la escasez de unos recursos que podrían mejorar la salud de sus pacientes.

Al igual que sucede en La montaña mágica, de Thomas Mann, se desprende de su lectura una crítica de la propia relación del sujeto con el medio. Lo que deja claro el autor es que el individuo es un objeto del aparato que ordena y ejecuta en función de sus intereses ideológicos. Pabellón de cáncer logra revelarnos esa significativa escisión entre individuo y Estado en perjuicio claramente del primero, donde sus sentimientos, fracasos y frustraciones importan poco o nada dentro de un sistema que lucha por la propia supervivencia de sí mismo, al margen de las injerencias individuales.

La enfermedad, como en la novela de Thomas Mann, se convierte en un nuevo horizonte de expectativas para cada uno de los sujetos a los que la enfermedad ha cambiado todo, pues el cáncer revela la naturaleza de los sentimientos personales, el declive de la resignación a corto y largo plazo, la indefensión ante las decisiones médicas, el desconocimiento ante la propia patología, la frustración ante los sueños no cumplidos y la insatisfacción de la falta de reconocimiento institucional ante cargos que se ven abocados al destierro de la enfermedad.

Los diálogos confirman esa evolución de la creencia en la infabilidad del sistema hacia una decepcionante evidencia de que la enfermedad es el punto de inflexión que abre los ojos de cada paciente, pues descubren que los valores morales del comunismo son tan efímeros e irrelevantes como los tejidos de sus cuerpos, afectados y consumidos por los tumores y sus metástasis. La enfermedad es el acicate que nos involucra en el pesimismo soterrado de los actores de la novela, en su descenso a los infiernos, que se traduce también en una actitud escéptica hacia el funcionamiento de las instituciones y a los logros de los diversos tratamientos médicos.

Es el automatismo de los protocolos y dichos tratamientos donde se evidencia, por un lado, la eclosión de experiencias emocionales y atribuladas de los personajes, y, por otro lado, el distanciamiento del poder político de la propia situación social y económica de sus ciudadanos a los que ha destinado simplemente a un pabellón como una silenciosa e invisible muchedumbre.