Muere Jesús Díaz Ferrer: independencia y europeismo en el arte gallego del siglo XX

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Obra de Díaz Ferrer.

Ha muerto uno de los artistas más singulares y desconocidos de la vanguardia española. Creador de un inmenso ideario iconográfico que espera su reconocimiento en la cultura gallega.

Muere Jesús Díaz Ferrer: independencia y europeismo en el arte gallego del siglo XX

El primer día de este año fallecía Jesús Díaz Ferrer a los 94 años en Teruel, lugar donde pasó los últimos años de su vida. A pesar del silencio y el olvido que ha pesado sobre su figura, al gran desconocimiento sobre su singular obra y a su escasa repercusión en los medios, puede afirmarse de forma rotunda que fue uno de los más grandes y geniales creadores gallegos del siglo XX.

Afortunadamente, para el Patrimonio de Galicia el historiador Luis Enrique Rodríguez Arias (O Barco 1965) ha dedicado esfuerzos ímprobos para recoger su legado. Gracias a él su obra pasará a la posteridad, catalogada y estudiada como se merece. De hecho, este estudio análítico y biográfico ha podido reconstruirse gracias a los trabajos de Rodríguez Arias.

Por ello, y en exclusiva para MUNDIARIO, adelantamos la semblanza introductoria de la figura de Díaz Ferrer realizada por Rodríguez Arias, máximo especialista en la obra del artista.

Luis Enrique Rodríguez sobre Díaz Ferrer

Jesús Díaz Ferrer nació en O Barco de Valdeorras (Ourense) en 1922. Marcha a Madrid justo al final de la guerra con la firme intención de dedicarse al arte, a los que se dedicó durante 77 años de prolífica y fecunda actividad creadora. Hasta el año 53 en Madrid, hasta 1982 en París, Gotemburgo (Suecia), Zúrich (Suiza) o en la campiña francesa, y en Teruel desde entonces, sin descanso. A lo largo de todo este tiempon no perdió contacto con su tierra y afectos. Sus visitas a Galicia y a su Valdeorras natal fueron muy fecundas en cuanto a la captación de su paisaje y sus gentes.

La extensa carrera de Jesús Díaz, movido por la constante asimilación y experimentación en nuevos campos, da lugar a un artista tan rico y complejo como personal. Y no hablamos sólo de la multiplicidad de técnicas y materiales que utilizó y dominó (pintura, escultura, relieve, collage, ready made, grabado, orfebrería, cerámica etc.) sino también de la enorme variedad de temas que abordó y los diferentes enfoques y estilos con los que afrontó estos temas a lo largo de los años.

Cultivó el paisaje, el retrato, el bodegón, el desnudo, las temáticas religiosas, los cuadros de contenido social y satírico, las composiciones abstractas, el costumbrismo… Además de tener un acceso directo al mundo surreal que le permitía multiplicar hasta el infinito su ya inmenso ideario iconográfico.

Las miserias del Madrid de la posguerra, las “peixeiras” de Cangas, los tipos populares de los barrios de la capital francesa, los activos y coloridos mercados parisinos, las revueltas de mayo del 68, las corridas de vaquillas de Teruel, cualquier modesto pescado o trozo de carne que aterrizaba en su mesa… “Jesús, ¿qué no pinto usted?” le preguntaba Rodríguez Arias poco antes de morir. Él sonrió y contestó “creo que pinté todo”. Y sólo con una somera aproximación a su obra se comprueba que no es una exageración.

Cuadro-de-Jesús-Díaz-Ferrer

Del postismo a la independencia

Cercano en sus inicios a la escuela de Madrid y al interesante grupo Postista, rehuyó de los encasillamientos y apostó por poder conservar su visión plural, más dependiente de sus propios estados de ánimo que de las modas imperantes. Su carácter pasional, le hizo compaginar sus trabajos de inspiración más realista con otros donde su natural surrealismo temático y su expresionismo formal subyacente ganaban terreno poco a poco.

A pesar de su contrastada progresión en el difícil mundo artístico del primer franquismo, donde cosecha críticas elogiosas de influyentes personajes como Florentino López Cuevillas, Vicente Risco, Sánchez Camargo, Eugenio D’Ors, Luis Trabazo, Antonio Palacios o Chicharro Briones, Díaz decide abandonar la capital española. Su carrera ya ha despegado, pero el quiere escapar del ahogo artístico que supone la España de la época e instalarse en París. Su intención no es pasar una corta estancia sino desarrollar en la ciudad su carrera. Allí conoce a Micheline Langlois, quien desde entonces será su inseparable compañera y un esencial apoyo hasta sus últimos momentos.

Al principio de esta etapa parisina da rienda suelta al surrealismo y a su mundo onírico, a la vez que se multiplica su capacidad de experimentar con la instalación de un taller de escultura en Cléry, en la campiña francesa. De allí salen sus especiales tótems modulares de piedra caliza, tallas orgánicas de madera, grabados, joyas de oro y plata, esculturas de metal, piezas de materiales reciclados, experimentos en metacrilato y un largo etcétera de objetos artísticos. Su energía inagotable le lleva a experimentar en nuevos campos con una pasión renovada, consiguiendo obras geniales donde la herencia de todas las vanguardias europeas se mezclan armoniosamente con su peculiar forma de ver y sentir el mundo. A finales de los años 60 y principios de los 70 en su pintura se vuelve a observar un componente más social, cercano al movimiento de la Nueva Realidad. La demolición de los mercados de Les Halles, las calles parisinas con su realidad cotidiana, los limpiabotas, los sin techo, los disturbios callejeros, los obreros, etc., son temas recurrentes en este período.

Su obra vuelve a enriquecerse con su traslado a España en 1982. Su pintura simultaneará multitud de géneros y estilos, profundizando en todo lo aprendido y asimilado hasta entonces. Pinta recuerdos de toda su vida e investiga nuevos campos en pintura, escultura e incorpora también la cerámica.Un análisis pormenorizado de su amplísima y variada producción artística requiere, como ya estamos comprobando, años de estudio.

Cuanto más se profundiza en ella, más se ahonda en la percepción de su genialidad y en la urgencia de que, aunque desgraciadamente ahora ya sea a título póstumo, se coloque en el lugar que le corresponde dentro de la Historia del Arte.

Luis Enrique Rodríguez Arias.

Una publicación necesaria

"No existen artistas malditos, solo existen coyunturas que los silencian", declaraba recientemente con tristeza Luis Enrique Rodríguez.  Y es que después de leer este pormenorizado y atinado texto no se explica el poco interés de las autoridades a lo largo de las últimas décadas  por una figura artística tan personal y tan valiosa. Sumado al hecho a que Díaz Ferrer vendría a llenar un espacio europeísta esencial en la pintura gallega que redondearía visiones panorámicas de estilos y vanguardias.

Esperemos que en breve, la Diputación de Ourense, la Consellería de Cultura o cualquier otra institución auspicie la publicación del estudio completo de su figura, de su prolífica trayectoria y la catalogación de su obra. 

Un compendio antológico que no subsanaría la  cruel e injusta indiferencia que sufrió en vida por parte de la cultura oficial. Pero al menos, y esto es lo importante, salvaría para la posteridad, para la Historia del Arte en general y para el Patrimonio de Galicia en particular , su valioso legado que debería preservarse para generaciones venideras

. Diaz Ferrer y Luis Enrique Rodríguez

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