Habitación 300: aquella recompensa llega cuando entregas una cabeza hueca

Niñas asiáticas sonriendo.
Modelos de niñas asiáticas.

Me pasaba el tiempo superando al tiempo que pasaba. El parque conserva algún chicle mío en el suelo en su Paseo de la fama.

Habitación 300: aquella recompensa llega cuando entregas una cabeza hueca

Era el día de la Paz y yo había publicado mi primer poema en la edición especial del periódico de la escuela. Lo recité ante el micro y cientos de padres y alumnos, mi voz sonaba como la flauta de Hamelín, cuando aplaudieron miré al suelo y no sé lo que sentí.

Yo antes no sabía lo que merecía sino que me esforzaba por merecer. Aunque me hubieran rechazado para el baile de Bom Bom Chip en el parvulario por ser más bajita, no cesé de demostrar que los mejores perfumes vienen en frascos pequeños. No sabía que ser mayor era esto, a pesar de que pensé que tendría que haber nacido bailando si quisiera hacer ballet como las importantes que iban a ballet.

Me perdía seguido por la calle, me había asentado en el parque de siempre y todos los niños seguían al flautista de Hamelín y se unían a mis aventuras: de timbrar en portales anónimos a embadurnar de Coca-Cola con la pajita…Me pasaba el tiempo superando al tiempo que pasaba. El parque conserva algún chicle mío en el suelo en su Paseo de la fama…

Pero el Machu Picchu es una ruina que pocos sienten como propia, es en Perú, arriba de todo como los castros, y también jugué a tocar la guitarra con una caja de zapatos, y la pobreza es una condición que ningún niño entiende.

Fue antes, después de pintar la vaquita, hice lo que una niña valiente que desafía al mal debe hacer. Los del último curso echaron a los pequeños de la cancha de baloncesto durante la hora del recreo, hubo revuelo, la otra Paula estuvo de acuerdo conmigo: “¿y si les tiras piedras?” Cogí gravilla del suelo en cada mano y se la lancé: “¡estaban ellos primero! ¡No es justo!” Al principio parecía que el remedio no surtía efecto, hasta que un grandullón me agarró por el cuello del niqui y, por los aires y pataleando, me llevó ante el director del colegio. “¿Es verdad que les echaste piedras?”, me inquirió flexionándose ante mi cara. Yo miré al suelo y asentí con la cabeza, cuando el chaval había vuelto con los suyos…


 

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