Habitación 300: Sé que no me quieren porque vine sola, sin rogar nada a cambio

Río Nilo.
Río Nilo.

Estoy aquí, ante las calles conocidas y todas las caras que aparecen, practicando el castellano y este don, pero las líneas se tuercen aturdidas.

Habitación 300: Sé que no me quieren porque vine sola, sin rogar nada a cambio

Llegué y no sé por qué, yo no sabía por qué y no respondí a ningún nombre, hasta me asustaban las pestañas caídas, los ombligos mal hechos, las carantoñas de la abuela. Sólo sabía que el cielo había venido conmigo, con el ojo del ciego al que todos quieren, como si el primer rayo de sol diese nacimiento a un exilio desorientado equivocándome de pena. Aprendí a adivinar nubes de tormenta gracias a los castigos en la biblioteca, África y su riqueza, el planeta azul por descubrir y el arruyo del algodón de la almohada que me acompañaba en el carrito. Y me convertí en el ojito de la increíble Nélida, que me ofrendó plastilinas de colores para mis figuras en el recreo y punzones para mis líneas.

“¿Una línea se segrega en innumerables puntos?” Entonces, ¡puedo hacerla chiquita, y más chiquita, y llamarle a un puntito pequeña circunferencia!

Pero yo me dejé llevar por el síndrome de la pintura que conmociona para siempre, la monstruosidad de un maestro atento es como caminar de rodillas, hice que me doliese la barriga, mi barriguita se comió el bocadillo… Ellos me comieron a mí.

Aprendí el idioma con matices de gallego y francés, pero mi dialéctica ganó al duelo de compases y a los tacos de las cochinas hasta la edad de los tiempos en que las ranas cantaron ópera y llenaron el pantano.

Esto es mi ciudad, esto es todo lo que queda después de que todo haya crecido. Mi ciudad es como la maqueta de un coleccionista de Legos, donde aparecen bomberos o repartidores de pan con el mismo semblante de pasividad, con esa cara de ser cada oficio para inspirados juegos.

Nélida tenía una nietecita que vino a clase, Martita, ella se sentó con mis amigas y conmigo, por eso dimos vueltas en su coche sin parar de hablar hasta que llegamos a su humilde cumpleaños en una casa recóndita en el centro de la ciudad.

Hoy no hay ninguna nube, el cielo me está dando ansiedad, anoche casi me muero otra vez. Porque estoy más triste cada día si tengo en cuenta que he olvidado lo triste que he estado. Me siento más pequeña que un botón o una goma gastada, menos grande que la camarera y sus trabajos. Estoy aquí, ante las calles conocidas y todas las caras que aparecen, practicando el castellano y este don, pero las líneas se tuercen aturdidas, hago algún borrón con violencia. Está azul varón, nadie me ha dicho “hola” todavía… Hasta entonces, seré como una recién nacida, seré vasta como las matemáticas y libre como Pipi Calzaslargas, o más, más traviesa que entonces, valiente como los chicos grandes, con la cara demacrada por el sueño como si me hubiesen dado un beso en la mejilla de media luna, o una nueva fecha en el periódico sobre el apóstol que va trotando los montes, pero con la misma santidad de un patriarca que hace cuentas cada mes, o una tromba de agua con calor que te eriza la piel como si todo lo que te ordena fuese la exhalación del perro viejo en la casa de ladrillo que te enseñó arañas como cangrejos,  calabazas y los milagros del dolor y el olvido.

Quiero montar en mi nubecita… Salpicar a todos, dejar que pasen los días hasta que la ranita del río llegue al portal. “¡Salta!”─ le dije tendiendo mi mano. Pero era patosa como si todas las ranas fuesen igual de testarudas, tienen sangre fría pero yo creo que he podido besar mi mano después, mi corazón se convirtió en rana saltarina. Quiero trazar un plano en el reverso de esta hoja: “cómo ser libre”. Quizá debiera buscar el fin del mundo si es que no ha sido ya, sigo viva sin embargo, pero estoy como ciega, miro a todo y no lo siento, ni siento el calor de la sangre.

¿No podría ser el río Nilo? Hay más secretos en el pasado que expectativas de futuro, a nadie le importa. Pero yo quiero inventar versículos, porque, algún día, echaré un camino por la boca que busca su cauce. Mi río Nilo, yo creo que ya he visto el río Nilo…
 
 

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