Habitación 300: No he conocido la libertad, sólo tengo un pasado en mente

Caballo blanco.
Caballo blanco.

Quiero ayudar a la gente a ser honesta con sus miedos, porque el coco no existe, el coco es el ser humano.

Habitación 300: No he conocido la libertad, sólo tengo un pasado en mente

El niño augura muerte en mis lágrimas. Tenía que evadirme por una vez, cuando se rompe la esperanza sólo hay ángeles en el cielo. No hay más que caretas que nunca cambian su expresión y digestiones sedantes, sordas en las tiendas de ropa, padres más listos que sus hijos que saben conducir y ciertas cosas.

Es fiesta, la fiesta de los disfraces de princesa, pero cuando pitan los coches no quiero mirar. Puede que más adelante, cuando sea vieja, vuelva la rumba, y James Dean, y una réplica de Pompeya. Sólo hay que desear mucho que pase algo para que te llamen loca.

He visto a Jesús y a un indio mapuche en tierras de la cordillera Barbanza, tan salvajes como un beso bajo una farola fundida, doblando la esquina sin mirarme. Y los he visto, son más preciosos que el vestido que no he estrenado. Ambos saben gallego, conocieron a Pitágoras, duermen en una gamela de la playa. Están allí jugando con los tornados, invitando a copas y quieren que aprenda a tejer sábanas.

Aunque las rosas sean rojas y el algodón tan suave, juro que el mundo no me ha penetrado; como si los misiles de la envidia matasen inocentes, la batalla de flores dejó una alfombra en la plaza para que las vírgenes descansen de pasear y los hombres se limpien los zapatos.

No es que esté triste: las huérfanas somos así. Nadie entiende un mundo sin lucha de clases, pues yo no puedo vivir sin amor. No sirvo para otra cosa, es una mezcla entre piel y sol que me hace robar servilletas que agradecen mi visita para cuando me quede muda.

He descubierto en el hastío de la paciencia una nueva versión de mí, con respuestas automáticas, que se viste de cabaretera paseando para obtener monedas. En las películas siempre hay un fotograma que sonríe.

Moriré de pena, allá cuando alguien esté más triste que yo, me sentiré enternecida, seré una carne blandita que abrace y un escalofrío de diente de león. Quiero ayudar a la gente a ser honesta con sus miedos, porque el coco no existe, el coco es el ser humano. Y no se puede tener tanto miedo como para callarse toda la vida y llorar al final.

Lo que hago es buscar la puerta de Google, que me está cogiendo el frío. Estoy aprendiendo cubano porque inglés ya sé, para volver al concierto de La Habana de Silvio Rodríguez con un uniforme de escuela. No paro de pensar, estoy aprendiendo de mí misma, pero hay cosas que yo no me digo.

Y entonces era la esperanza la que me torturaba, las mandarinas eran mi secreto de belleza y además dulces, las que yo quisiera. Eran otros tiempos en que las matemáticas me las enseñaron en zapatillas y mis pegatinas se deshicieron con la lluvia.

No quiero ser el ángel caído, él desafió a la autoridad pero apuesto a que tenía parte de razón. Me refiero al demonio con su capa roja y su hoguera, yo no he quemado ni un palo, porque con los palos te haces una cabaña.

Sigo aquí, y sigo, y sigo, esperando a que me abran una puerta. Algún día me caeré por las escaleras como una canica, entonces empezaré a trabajar.

Sólo es amor, el presente, pero una lucha contrarreloj que no se para con palabras. Me hace libre, pero arrasa todo como la primera bofetada. Me lleva por el mundo y el sexo es un arcoíris, el dolor es bello cuando te hace diferente. Pero huyo de la alegría de mi inocencia como cuando los gatos cruzan la carretera. No me creo las moralejas, el nuevo príncipe es aquel al que echaron de muchos sitios. Que me digan si soy salvaje cuando estreno ropa, si juego con los lagartos y me sé las rías. Y es que el Barbanza florecerá, lo iré a visitar. Hay un hombre en el mirador, lanza piedras a un caballo loco, es un caballo loco.

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