Habitación 300: Se acercan temperaturas que nos llevarán a la tortura

Cementerio junto al mar.
Cementerio junto al mar.

Realmente, aunque se me haya ido el alma por los ojos, sigo siendo la bendición que cualquiera tendría a su lado. Nuevo relato de esta autora.

Habitación 300: Se acercan temperaturas que nos llevarán a la tortura

“Pobrecita, me acercaré a acariciarle la cabeza… Con suerte se casará conmigo.” Porque en las fiestas de agosto se va el amor y vienen críos con los que pasear hasta la guardería, yo los veo de camino allá a donde me dan whisky.

Estoy traumatizada, mi Dios, pero no ha sido nada. Realmente, aunque se me haya ido el alma por los ojos, sigo siendo la bendición que cualquiera tendría a su lado. Qué importa lo sucedido si consigo acabar el plato y mantener mi cuarto vacío, y hablar con las demás sin derribar la silla ni que me tiren de los pelos, realmente soy esa cría que dicen y por eso pueden pegarme, porque ya tengo los años en que, si busco relaciones, debo tener dinero para yo qué sé, es como la ley de vida de vomitar junto a tus amigas y no ante tu zumo de naranja recién exprimido.

Creo que he caído en la trampa, es decir, creo que estoy en esa España que pienso. Lo malo es que todo, la política, los bolsillos traseros, las hermanas bisexuales, las casadas trabajando que charlan saludablemente, la utopía del amor, la vocación de los niños, las defunciones televisadas de los genios, todos los naufragios de las pateras… Todo, todo lo que va en la patera se queda en las profundidades de sus corazones, como si fuesen sus vidas la peor selva, y la playa de Rota un Sáhara de la vergüenza.

Me tomaron como hija, acepté mi soledad como liberación. Pero ahora, ay, siento el corazón en el cuello, el ardor en los labios vaginales me hace sentir una medusa que mata, siento que el corazón se me ha propagado por todo el cuerpo y quiero llorar porque mi mamá no era más que una prostituta.

“Mamá”, qué insultante palabra del castellano, qué gran deber de la patria el incrementar la población.

Fíjense en mí, así como para pasar el rato mientras vacío los ojos, soy tan simple como las mareas, como las manchas de grasa en la ropa. ¡Si me dedicase a limpiar mi mierda! Siento mucho este desorden, que si traumas, que si España.

A mí nadie me va a decir nada si fotografío mi clítoris para encontrarlo o si quemo las camisas que he planchado, porque es lógica aplastante. Porque, desde que empecé a querer a los demás, sigo sufriendo. Sólo queda esa esperanza en la vida de que los sentidos se apagarán, y el corazón fluirá como los chorritos en la taza, y, entonces, llegará la muerte para todos, y, al final, conseguiremos lamentar no haber hecho algo, se darán cuenta de que no eran felices… Conseguirán la condena del Cielo, sí, mi Dios, sé que se enfadan porque se están muriendo, que quieren matarme para saber lo que es la muerte.


 

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