Los conciertos de órgano en Xunqueira de Ambía cumplen 25 años este agosto

Colegiata  de Xunqueira de Ambía. / Turgalicia
Colegiata de Xunqueira de Ambía. / Turgalicia

Es extraordinario que la crisis no impida la celebración, un año más, del Ciclo de Órgano de la Real Colegiata de Santa María la Real de Xunqueira. Son una excepción cultural.

Los conciertos de órgano en Xunqueira de Ambía cumplen 25 años este agosto

Es extraordinario que la crisis no impida la celebración, un año más, del Ciclo de Órgano de la Real Colegiata de Santa María la Real de Xunqueira. Son una excepción cultural.

 

Hay muchas maneras de medir el tiempo, esa condición volátil de las cosas que nunca deja de tener un componente subjetivo en quien pretende atraparlo para mirar su alcance en nuestras vidas. 25 años vienen a representar una generación, unidad de medida que permite echar la vista atrás con cierta capacidad para observar pautas y otear cambios ineludibles o repeticiones cansinas. Suelen usar mucho este concepto los tratadistas de la literatura, el arte y la filosofía, más que otros especialistas -en Historia, por ejemplo- para los que el tiempo tiene escalas muy diferentes, según el asunto concreto cuya trayectoria se quiera averiguar. En la celebración del “XXV Ciclo de Órgano e Música Antiga”, que tendrá lugar los próximos 17, 24 y 31 de agosto, en la Colegiata  de Xunqueira de Ambía, es posible emplear esa mixtura de puntos de vista sobre lo cronológico.

Pertenecen al tiempo largo el pueblo y su Colegiata -o al revés, pues muy probablemente fue primero ésta-, cuyos orígenes cabe remontar al siglo IV. Tiene su importancia –para las distintas evoluciones del tiempo- la ubicación de este poblamiento, a unos 6 kms. al este de Allariz, población con la que comparte el río Arnoya, pero de diferente vitalidad en estos tiempos. En el entorno de la villa alaricana, sin embargo –en Santa Mariña de Augas Santas-, existe un templo con el que la Colegiata de Xunqueira tiene especial afinidad. Las trazas constructivas de la iglesia de este pueblo, sus tres naves, ábsides, rosetones, canecillos y triforio, comparten románico del siglo XII -con referencias importantes a la Catedral de Santiago- y, también, posibles monjes constructores; y entre otros rasgos, una evolución constructiva, hacia el gótico primeramente, o que luego se vieron condicionadas por los avatares económicos de las órdenes religiosas a que estuvieron confiados ambos templos. Las fachadas de estas construcciones –con torre y estilos eclécticos muy posteriores- marcan un largo período de distancia respecto al esplendor primero mientras, por su parte, el claustro gótico de Xunqueira, con decoración flamígera, delata una mayor continuidad de recursos en la baja Edad Media y, por tanto, de mayor control sobre su área de influencia.  En todo caso, esta Colegiata de Xunqueira, monumento histórico artístico desde 1931, es bastante más que el centro del pueblo. Es casi toda la historia de esta población y donde puede verse la mejor herencia artística de la comarca, no sólo por la fábrica del templo y su claustro, sino por el conjunto de escultura religiosa que alberga. Fue colegio de mercedarios todavía no hace mucho tiempo, cuando estudiar estaba poco generalizado. Es, además, la iglesia parroquial y, durante el mes de agosto de los últimos 25 años, el espacio en que tienen lugar los conciertos de órgano,

En el tiempo de una generación no caben los cambios que la zona ha experimentado: hay que ir algo más atrás de 25 años para entender qué ha estado pasando hasta ahora en esta comarca. En los años cincuenta, todavía era una zona con densidad de población bastante alta, las escuelas rebosaban de niños y el colegio mercedario tenía abundantes estudiantes; y sólo dos o tres tenderos-comerciantes y molineros marcaban la diferencia respecto a una inmensa mayoría de agricultores minifundistas. Los flujos de los años sesenta han hecho variar sustantivamente su trayectoria, similarmente a muchos otros pueblos orensanos. Y mientras, la Colegiata y su claustro siguen ahí, como testigo aparentemente inmutable al paso de los años o, al menos, de nuestros años. Dentro del hermoso edificio y, encima del segundo arco que separa la nave de la epístola de la nave central, está el órgano, un magnífico ejemplar como instrumento y como mueble. Se trata del tercero que se construyó para los monjes que habitaron este edificio.  Hay constancia del primero en 1536, el segundo habría sido hecho en el s. XVII y este último dataría de 1759. De algún modo, estas fechas hablan de un tiempo en que había algo que celebrar y recursos sobrados para ello: el problema que tiene este órgano ahora es que, aunque suena magníficamente, necesita una restauración desde hace más de 25 años. Como instrumento, pertenece a la época en que esta música –sobre todo, religiosa, aunque no sólo- tuvo gran desarrollo y gran aceptación en España, especialmente en composiciones en que se buscaba gran espectacularidad con sonido pleno y a modo de estruendo victorioso. El constructor de sus dos teclados de 45 notas, registros y sistema sonoro, fue Manuel González Maldonado, de Santiago de Compostela, el centro –dentro de Galicia- de más rango musical de estas características. Como mueble, la caja exterior de este órgano de Xunqueira es obra de Xan de San Martín quien, al parecer, era discípulo de un entallador oriundo de Valderas (León), Francisco Castro Canseco, que había trabajado en la Catedral de Tuy y en la de Ourense, así como en diversas iglesias principales de esta ciudad, Celanova y Ribadavia. El resultado es una pieza prácticamente única, muy agradable de ver y, sobre todo, de oír.

El origen de los ciclos de órgano y música antigua que vienen celebrándose en esta Colegiata y en torno a este instrumento, se remonta a 1989. Por entonces, Canco López –apasionado de la música antigua y la composición, hoy residente en Madrid- , que había estudiado en los Mercedarios de Sarria y había terminado su carrera de música en el Conservatorio madrileño, se interesó por él. Iba a continuar estudiando dirección de orquesta en EEUU, pero los vaivenes administrativos de las becas gallegas, más sus preocupaciones por la música antigua –en conjunción con otra serie de circunstancias azarosas- hicieron que recalara en Xunqueira y que ocupara una buena parte de su atención con este órgano, de modo que, en torno a él, durante los nueve años siguientes, hubo un auténtico festival de música antigua: buenos intérpretes, orquestas conocidas, programas ambiciosos y siempre en agosto. Xunqueira se incorporaba a una onda que venía de algo más lejos. Para entonces, en Castilla y, sobre todo en Valladolid, ya habían nacido organizaciones de amigos del órgano –como la que puso en marcha la organista Lucía Riaño-  que, además, pronto catalogaron los que amenazaban ruina o, incluso, el latrocinio, como denunciaban que había sucedido con motivo de la restauración de alguno muy notable. Por otro lado, empezaban a florecer, por impulso de personalidades de la música o de otras artes, un género de ciclos de conciertos veraniegos en pueblos más o menos pequeños, aprovechando las vinculaciones familiares lejos de las grandes ciudades. El simpático formato, que a veces había empezado poco más que como reunión de amigos, tomaba en Xunqueira como pretexto el órgano y la necesidad de su urgente reparación. Un presupuesto de entonces cifraba en 22 los millones de pesetas necesarias para hacer un trabajo bien hecho, no de renovación sino de restauración.

En el tiempo corto de estos últimos años, ha sido parte importante en la continuidad de estos ciclos de música y en las demandas del arreglo del órgano que los suscita, una asociación de amigos de la música y de este instrumento  denominada Un rato no tubo: un nombre esclarecedor de la necesidad, al tiempo que llamativo, en la intención de que las autoridades –municipales y autonómicas con competencias culturales- se interesaran de manera más eficiente que la de las buenas palabras por este bien excepcional, pues cada año que pasa corre más riesgo de enmudecer para siempre, corroído por el descuido. La persona que actualmente preside esta asociación y este ciclo de conciertos, Marisol Mendive, es profesora de esta especialidad musical en el Conservatorio de Ourense –única en Galicia-  y, además de tener algunas grabaciones, es habitual en ciclos de conciertos con este instrumento en diversos puntos de España y Portugal. Lo más evenemencial del tiempo del órgano de Xunqueira y los ciclos que ha suscitado en torno suyo tiene lugar este mes de agosto.  Para conmemorar los 25 años transcurridos en este empeño de que sea tratado con la debida atención, ya ha habido una o dos conferencias y, para quienes se acerquen a Xunqueira en los tres domingos de agosto indicados, han programado, a las 20.00hs., que escuchen buena música de órgano, a cargo de acreditados profesores. Hay, incluso, una obra conmemorativa del recorrido de estos 25 años, escrita por Canco López y que tocará él mismo. En paralelo –y con la misma finalidad festiva-, Baldomero Moreiras, pintor  que vive en una aldea cercana y miembro de la asociación promotora, ha recabado de otros artistas principalmente orensanos, pintores, escultores y fotógrafos, obra que, de algún modo, aluda o recuerde el mundo de la música. Es una destacable muestra artística la de estos 25 autores reunidos –cifra casi cabalística-, de la que el visitante de la sala de exposiciones del Ayuntamiento de Xunqueira no quedará defraudado. Unas y otras propuestas quieren  ser un eco o resonancia indirecta del bienestar que es capaz de generar la música de calidad; pero una manera, también,  de llamar la atención sobre un bien que, contradictoriamente, nos interpela por el riesgo de desaparecer que tiene.

Construir un futuro posible es el reto de toda generación responsable. La nostalgia y el  mero historicismo no valen de nada si no nos impulsan a construir un presente esperanzador. La cuestión principal, en todo caso, se centra en torno a si un órgano puede y debe, o no, polarizar, en el momento actual, las energías de los distintos actores implicados. Y, en un plano no menos significativo –de turismo cultural, si se quiere-, en qué medida la colaboración informativa y económica de unos y otros ayuntamientos ourensanos o gallegos es capaz de sobrepasar intereses estrictamente locales. Si esto último cuesta –y es invisible en demasía-, no menos difícil es delimitar la preferencia de uso del dinero indispensable para una restauración como la que en Xunqueira se precisa. ¿Si somos carenciales en tantas otras cosas, debemos restaurar un bien de características indiscutibles como éste, pero cuyo coste es relativamente alto? Pero, por otro lado, cuando se malgasta o se ha derrochado dinero público en bienes o servicios mucho más perecederos y muy dispensables -o simplemente en el culto a modas pasajeras, ¿no sería de considerar la importancia y cuidado que se merece nuestro patrimonio artístico?  Es un dilema importante a tener en cuenta, nada fácil de resolver, y que sobrepasa ampliamente el caso concreto de este órgano de Xunqueira,  síntoma, sin embargo, de un proceder constitutivo de la calidad de vida democrática. Entre otras razones, porque encubre carencias culturales de largo recorrido. Por ejemplo, qué grado de estima se cultiva entre los ciudadanos –sin que sea una exclusiva de los de este ayuntamiento concreto- por bienes como éste. En ese sentido, sería muy relevante de cara al futuro que nadie tuviera que hacer un periplo migratorio por el mundo para empezar a valorar lo que tiene al lado cuando nace. Es fundamental, pues, la preocupación educativa que se desarrolla para que apreciemos nuestro patrimonio artístico, función no sólo de la escuela, sino también de cuanto aprendemos en el entorno cotidiano, fruto del quehacer de unos y otros, pero no menos de las autoridades de los distintos niveles administrativos: la desidia y el desprecio comparativos no son buenos consejeros. Asimismo, ayudaría mucho que la variedad de actores implicados -políticos y sociedad civil-, fuéramos capaces de darle suficiente vida a estos bienes de todos, pues de lo contrario será difícil que puedan ser vistos como un bien. El riesgo más grande que siempre ha tenido –y sigue teniendo el patrimonio artístico entre nosotros- es no ser apreciado por sus más próximos, indispuestos o reacios a valorar el beneficio social que conlleva el tenerlo y cuidarlo. Muchas veces le ha sido negado al común de la gente su disfrute, lo que ha ayudado a incrementar la insensibilidad –y que muchos de estos bienes hayan pasado a propiedad privada o a manos extranjeras-, pero a estas alturas de la historia es de muy poca modernidad y prestigio que tal forma de proceder pueda seguir sucediendo como algo “normal”. Estos ciclos de música que promueven los asociados de Un rato no tubo son un paso importante en la buena dirección. ¡Ojalá que la riqueza que atesoran y la determinación con que han sido programados no se agote en medio de la excepcionalidad que ya en este momento representan!

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