El 25-N y el riesgo de acostumbrarse a la violencia machista

Cada 25 de noviembre se celebra el Día Mundial contra la Violencia de Género.
Cada 25 de noviembre se celebra el Día Mundial contra la Violencia de Género.

No debemos acostumbrarnos. No debemos hacernos a la idea de que cumplido el protocolo del 25-N nos olvidamos del asunto y esperamos a que llegue el próximo para comparar las cifras de la vergüenza.

El 25-N y el riesgo de acostumbrarse a la violencia machista

No debemos acostumbrarnos. No debemos hacernos a la idea de que cumplido el protocolo del 25-N nos olvidamos del asunto y esperamos a que llegue el próximo para comparar las cifras de la vergüenza.

El año pasado por estas fechas hice lo mismo que este año. Recorrí los cinco kilómetros que separan el Monte del Gozo de la sublime Plaza do Obradoiro de Santiago de Compostela, en una caminata contra la violencia de género organizada por la Xunta de Galicia. Pocas diferencias con la de 2013, esta vez llovía y hacía un frío que calaba los huesos, mientras que el año pasado Compostela nos había deleitado con un día esplendoroso. Una diferencia más: esta vez me pareció que éramos más numerosos. Al menos una buena noticia.

También en la misma fecha escribí esta columna bajo el título “No más 25 de noviembre”.  Doce meses después me niego a hacer lo mismo, me niego a convertir cada noviembre en un protocolo de gestos repetidos. No puedo escribir otra vez las frases de hace 12 meses como si de una plantilla de word se tratase. Me provoca una sensación de enorme inmoralidad pensar en frases hechas cuando son ya 52 las mujeres que faltan a los suyos, cuando habrá seguramente cientos a quienes les están agrediendo en estos momentos.

Hace muchos años, a muchos kilómetros de distancia de aquí, conocí a una mujer que me contó que a ella el marido siempre le pegaba. Las palizas eran tan regulares que estaba acostumbrada. Decía que cuando el hombre llegaba a casa borracho (un día sí y uno no) y no le zurraba ella se preocupaba y pensaba que le estaba poniendo los cuernos.  Se había acostumbrado. Esa rutina era la norma y, por tanto, cuando esa cotidianidad  se alteraba ella se preocupaba: algo no iba bien. Ya ni siquiera preguntaba por qué le golpeaba, no era necesario saber los  motivos, seguramente porque ni siquiera los había.

No debemos acostumbrarnos. No debemos instaurar noviembre para siempre como el mes de la violencia de género. No debemos hacernos a la idea de que esta situación es inamovible y que cumplido el protocolo del 25-N nos olvidamos del asunto y esperamos que el llegue el próximo para comparar las cifras de la vergüenza.

No sé si las campañas de concienciación deben ser más o menos duras en su lenguaje; no sé si eso puede resultar más o menos eficaz. No sé si debe haber más recursos o más estructuras administrativas para luchar contra la violencia. Pero de lo que sí estoy segura hoy es de que no quiero contribuir a esa letanía que se escucha de fondo hasta formar parte del decorado sonoro de nuestras vidas. Quiero creer que todo este discurso pronto será una excepción.

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