¿Vivimos en el Estado del bienestar?

Mafalda.
Mafalda.

El ciudadano convencido del gran número políticos que le está robando su escaso pan, se ha echado a la calle y, a voz en grito, reclama sus derechos, como quien pide ese aire limpio que es de todos.

¿Vivimos en el Estado del bienestar?

Una vida es un movimiento constante que busca la felicidad. Arranca como un llanto, y conserva un halo de tristeza en los prolegómenos de la muerte. Visto así, o repitiéndose la escena, semeja un panorama doloroso. Gracias a que los caminos están poco transitados, en cuyo caso, lo mejor sería que cada uno encontrara por entero la manera de llenarse, en la vida, de todas las satisfacciones posibles. Entiendo que las cosas cada vez están más complicadas. Pues siendo incluso conscientes de que la media de edad de los individuos va prolongando por obra y gracia de una buena sanidad, así como  de expertos sanitarios, amén de otras cuestiones, “la sociedad del ocio” es una utopía en toda regla, un bulo, una burda manera de enredar al personal para que no acabemos todos perdiendo la paciencia. No solo me refiero a España, con una cuarta parte de pobreza, ni al cien por cien de lo que sufre África, ni al alto porcentaje de necesitados en los EE UU. (primera economía del mundo, por ahora). Ni tampoco a esos gigantes emergentes como Rusia, China, India, y un poco más abajo, Brasil. Por los cuatro puntos cardinales se viene observando una progresiva caída de la ya insufrible calidad de vida.

Que a día de hoy estamos mucho peor que hace dos años es un hecho. Y un primer culpable (con ser bueno y necesarias para cada país), es el crecimiento de las exportaciones, debido a que se vende a precios más bajos, a costa de bajar hasta extremos extenuantes los salarios y el consiguiente aumento de las horas de trabajo. Pero el nudo gordiano está en que ese propio país –gran exportador, decíamos- se va empobreciendo paulatinamente, pues el consumo interno no crece, sino que decrece. Entonces ni los trabajadores ni sus familias consumen porque no les alcanza los escasos salarios; no compran coches, por ejemplo, ni pueden acceder a “mínimos lujos”, lujos de esos que serían algo así como dar una limosna a un rico.

¿Qué hacer? Pensar en inventar una nueva democracia. Eso ya lo dijo José Antonio Marina en 1995, con aquel título tan novedoso: “La ciberdemocracia”. “No se asuste -decía él-. Solo se trata de llegar a una participación continuada en la política, aprovechando las tecnologías electrónicas. Se cumple la previsión que hizo The Economist con motivo del CL aniversario de su fundación: aumentará el interés por la democracia directa”. Algo que aquí al menos no ha llegado todavía.

Han pasado ya algunos años y el mundo no ha mejorado. Aunque a decir verdad solo se han notado tímidos conatos de acercamiento. A lo que ha ayudado mucho la tremenda corrupción generalizada, dígase también con toda claridad. El ciudadano convencido del gran número políticos que le está robando su escaso pan, se ha echado a la calle y, a voz en grito, reclama sus derechos, como quien pide ese aire limpio que es de todos.

En el mundo –continuó José Antonio Marina- existe la vaga pero tenaz idea de que tenemos que repensar nuevos sistemas políticos”. En Francia, en ese mismo año de 1995, Pierre Rosanvalión publicó un libro subtitulado Repensar el estado-provincia. Y Alain Minc, en reinventar la democracia. Como se ve, grandes sabios están pensando en esa fórmula que dé un giro copernicano al modus vivendi de esta sociedad

Seguro que ya hay montones de libros en el mercado que hablan de este asunto. Como cierto es también que ya no estamos donde estábamos. Que se han dado pasos, decididamente firmes y positivos en pos de alcanzar una mejor distribución de la riqueza (menos ricos lo ricos, menos pobres los pobres). Único modelo posible para dejar de retroceder. Siglos construyendo estados fuertes, inteligentemente dirigidos. Con poder. Y bellos ramos de flores cerca del corazón. Y ni un solo tiro. Así. Eso tan idílico y hermoso sería “el estado del bienestar”.  

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