El último reducto: una lectura personal del escándalo de Jordi Pujol

Artur Mas y Jordi Pujol.
Artur Mas y Jordi Pujol.

Bárcenas, Matas y Fabras, Pokemons, Gurtels, urdimbres de desintegración moral e impúdico comercio de dineros públicos, que conducen a la desconfianza, cuando menos...

El último reducto: una lectura personal del escándalo de Jordi Pujol

Desde periódicos, emisoras y partes televisivos me asalta diariamente el infierno, ese infierno sartriano, insoslayable de los otros. Y los otros son, si usted me entiende, israelíes matando palestinos, rusos matando ucranianos y ucranianos matando rusos, aviones que caen del cielo al azar de un taimado simún o al designio vesánico de la más vitriólica maldad. Pero hay otros demonios más domésticos.

Dijo un poeta, ya no recuerdo cuál  (tengo el disco duro cada vez más petao), que, cuando todo nos falta, nos queda la poesía. La poesía es, en efecto, la expresión de lo inefable, el calostro, nutricio, denso, dulcísimo, de la metáfora imposible, del símil absurdamente bello, de la imagen paradójicamente iconoclasta. Pero ni yo, que, debo confesarlo, tengo mimbres de poeta, encuentro a veces, enfrentado a una realidad torva y tozuda, ese consuelo necesario, como el aire que exigimos trece veces por minuto. ¡Malos tiempos para la lírica, pardiez! Confieso también que mi máxima aspiración en la vida es, y ha sido siempre, la de ser un tipo normal, fiel de una balanza en la que pesares y alegrías, reposos y tensiones, frustraciones y esperanzas oscilan en sensato equilibrio. Como todo el mundo, si vamos al caso.

Que feliz sería yo viviendo en mi casita de papel! Pero, ay, el papel de la casita  es cada vez más endeble y transparente. Porque, como también dijo el pensador, el infierno son los otros. Y el infierno crece y crece sin parar en la misma medida en que nos empeñamos en estar más (que no mejor) informados. Por lo que a mí respecta, no me cansaré de recomendar, como bálsamo profiláctico de muchos males, protegerse del exceso de información, al igual que de los rayos UVA. La tesis es bien fácil: de diez noticias, siete son malas, de lo cual, siguiendo una lógica absoluta, sólo puede inferirse que informarse mucho es intrínsecamente nocivo

Mi mapa del mundo es una geografía sencilla de ambiciones: ganarme la vida honestamente; disfrutar de los amigos y de la familia; dejarme seducir por un atardecer atlántico y tomarme un vermú con aceitunas de vez en cuando, procurando no hacer a los demás lo que no me gustaría me hicieran a mí. Pero, desde periódicos, emisoras y partes televisivos me asalta diariamente el infierno, ese infierno sartriano, insoslayable de los otros. Y los otros son, si usted me entiende, israelíes matando palestinos, rusos matando ucranianos y ucranianos matando rusos, aviones que caen del cielo al azar de un taimado simún o al designio vesánico de la más vitriólica maldad. El ejército de los otros infernales está también provisto de efectivos más domésticos: Bárcenas, Matas y Fabras, Pokemons, Gurtels, urdimbres de desintegración moral e impúdico comercio de dineros públicos, que conducen a la desconfianza, cuando menos, o a la desesperanza, cuando más, de quienes contemplamos este averno sin haber penetrado en él, en función de nuestra capacidad de resistir la náusea y, también , de llegar a fin de mes. Como un último reducto, yo excluía ciertos rincones de la memoria (de la mía personal y, creo, de la coleciva del país). Jordi Pujol habitaba uno de estos rincones, a salvo de demonios. Su ingreso en el infierno de los otros me priva hasta del último reducto.

¿En que creer?

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