Urge variar el concepto de Educación que se quiere y el tipo de profesionales requerido para lograrla

LOMCE.
LOMCE.

Salga el Gobierno que salga, nada se adelantará en Educación con mediocridad conceptual y maltrato a la profesionalidad docente. Será precisa mayor lealtad y altura de miras.

Urge variar el concepto de Educación que se quiere y el tipo de profesionales requerido para lograrla

137 escaños en el Congreso, -14 más que el día 20-D de 2015-  son una tentación para dar por bueno lo realizado en cuatro años de Gobierno. Aunque no hayan alcanzado la mayoría absoluta, casi ocho millones de votantes -uno de cada tres si se prefiere- así parecen reconocerlo y dan al PP muchas bazas para que pueda proseguir con su modelo de reformas “por nuestro bien”.

Brexit, encuestas y otras cosas

Todo tiene sus razones, pero que nos hayamos creído las encuestas cuando tanto fallan y tan instrumentalizadas suelen estar, no deja de ser un castigo de los dioses, expertos en cegar a los más crédulos –y más a cuantos se dejaron llevar por la desmesura o “hybris” griega-, pues no permiten que se jacten de su condición (Herodoto: Historia VIII, 10). En general, todos nos hemos quedado en el limbo por hacerles caso: la gran divisoria que vaticinaban no se ha producido y el sorpaso, tan temido por unos como anhelado por otros, ha quedado ad kalendas graecas.

Si en diciembre pasado un 25% de los votantes decidió su voto en los días anteriores al 20-D y un 10% esperó al último día para decidirse, no es desdeñable pensar que buena parte de lo sucedido este 26-J haya estado mediatizado por  la celebración del referéndum inglés tres días antes y, sobre todo, por las reacciones de miedo que suscitó. Muchos de los mensajes que la campaña había puesto en circulación pudieron verse amplificados, particularmente los del PP con su incitación al “voto  útil” y su apelación constante a la seguridad, “estabilidad” y un presunto  saber hacer.  El recurso omnipresente a la brocha gorda de los datos económicos lo acompasó todo de tiempo atrás, sin entrar en los matices del “crecimiento” económico y de empleo contrapuestas a unas desastrosas “herencias” sin cuento. Lo contrario, es decir, lo que vaticinaban -¿interesadamente?- todas las encuestas para los partidos emergentes, sólo generaría “incertidumbre” y regresión para una supuesta “buena senda de la recuperación”.

¿Continuará la desmesura?

El primer gran riesgo, después de este baño inesperado de realismo, sería atribuir sin más el logro de estos 137 escaños a una supuesta moderación y acierto en las formas gubernamentales de la legislatura que había empezado el 13/11/2011 y que, ahora, habría que completar. El síndrome del vencedor, la impiedad y la vanidad andan por medio en demasía para validar cuantas políticas se han hecho en estos cuatro largos años de aumento de la desigualdad social y desapego profundo hacia las políticas sociales, justo las que permiten dulcificar las asperezas de la vida colectiva. La Reforma laboral, la Ley de Educación, La “Ley Mordaza”, la gestión de la Sanidad y de los dependientes son hitos principales de una trayectoria de conceptuosas reformas que pueden ser muy aplaudidas por la prensa económica internacional y coreadas por palmeros muy interesados, pero nunca podrán ser invocadas como buenas decisiones a seguir profundizando, para ahondar más los desequilibrios y distancias crónicas existentes.

Si ya es lamentable la falta de moderación y humildad exhibida hasta aquí en los recortes y normas ejecutadas, sería desatinado orgullo que siguiera siendo el modelo de justicia con la parte más débil de la sociedad, tan abundante entre nosotros como recuerdan de continuo UNICEF, Cáritas o Save the Children. Y sería trágico que la ebria desmesura que pudieran infundir los resultados del 26-J a sus más directos beneficiarios, hiciera una lectura complaciente. En la realidad subyacente siguen vivos los desfalcos y corrupciones de diverso calado que han afectado a sectores completos de la administración. La  torcida administración de los fondos públicos como si de un botín se tratara, puede haber sido irrelevante para muchos votantes. Sería, sin embargo, pura ceguera no invocar la sobriedad, equilibrio y sostenibilidad que debe regir la gestión de los asuntos de todos, pues volverán a salir a la plaza pública los Gürtel, Génova, Granados, Bárcenas, Baltar –y una incesante lista de invitados- para reclamar el restablecimiento del orden moral debido. Muchos de estos comportamientos antidemocráticos reaparecerán en esta XII Legislatura. Aunque en este momento parezca que no hayan pasado factura, ampliarán el espectro de desafectos a la democracia.

Por más que los medios hegemónicos nos quieran mentir con milagrosa lealtad, ningún resultado electoral arregla los desaguisados morales y no viene mal recordar qué le pasó a Nixon con el Watergate, pese a haber ganado las elecciones presidenciales americanas el 07/11/1972 con el 60,67% de los votos, es decir, más de 47 millones de votos populares. Dos años más tarde, el 08/08/1974, antes de terminar el proceso que se le había iniciado en la Cámara de Representantes para revocar sus poderes, tuvo que presentar su dimisión. Los abusos de autoridad y los derechos de la justicia volvieron por sus fueros y la vieja sentencia del res clamat dominum logró abrirse camino. Ya en la mitología griega, los ejemplarmente castigados por su “hybris” fueron muchos, desde Agamenón a Casandra, Héctor o Ícaro, hasta Orestes, Prometeo, Tiresias o Sísifo. Y también en la narrativa bíblica, particularmente en la veterotestamentaria, son bien perceptibles los casos vitandos de Adán y Eva, expulsados del Paraíso; el de los constructores de la Torre de babel, castigados con la confusión lingüística; o el del propio Moisés, a quien Yahvé sólo dejaría avistar la Tierra prometida (Num. 20, 1-13). Ni este Dios único ni el olimpo griegos permitía la soberbia o la desmesura. Por eso Solón, a la búsqueda de la “eunomía” frente a los abusos, sentenció que “la riqueza que buscan los hombres a causa de su insolencia no viene con orden, sino que, obedeciendo a las obras injustas, sin querer las sigue y rápidamente se mezcla con la desgracia” (Elegía a las musas, 560 a.C.)

Los riesgos de la desmemoria

Evidencia principal de estas elecciones es que la corrupción sale gratis en España. Sea por mala táctica, por personalismos desorbitados o por razones técnicas que algunos dicen estar en proceso de averiguar, cierto es igualmente que la desmemoria colectiva sigue jugando un relevante papel en las decisiones personales del voto. Desmemoria unida, en este caso, a un sentimiento de supuestos miedos a perder una comodidad tranquila, propia del apacible individualismo aburguesado. Es esta una cultura labrada a conciencia desde los tiempos del antagonismo civil en el primer tercio del siglo XX. Todos los medios al alcance del régimen nacionalcatólico trataron de insuflar en la población abundantes dosis de tópicos interpretativos de la historia española, muchos de los cuales siguen primando en la conversación ordinaria, en no pocas supuestas interpretaciones intelectuales y en la mayor parte de la novelística de los últimos años. Los más frecuentes se siguen repitiendo, además, en las aulas como si de algo irrelevante se tratara: es puro voluntarismo de algunos maestros y profesores el contravenir este hábito, como evidencia el reciente libro de Fernando Hernández, El bulldozer negro del General Franco (Pasado&Presente, 2016).

El título de este incitante ensayo es cita textual de una amenaza profética que Vázquez Montalbán dejó impresa en 1992, en una apócrifa autobiografía de Franco. A la desmemoria instituida desde su victoria, se siguen sumando capas de olvido y desmemoria sobre cuanto haya sido pensamiento, palabra y acción proclives a la democratización de la convivencia en este país a lo largo de casi un siglo.  Desde antes de la LOGSE (1990), pero con evidencia en este momento, la ignorancia que nuestros estudiantes universitarios muestran, en general, sobre lo realmente sucedido en nuestra Historia contemporánea es supina. Lo grave no es sólo que sean los libros de texto los que se han encargado de propagar ambigüedades o falsedades ajenas al conocimiento histórico contrastado, sino que en una proporción alarmante, los profesores que han tenido en las etapas escolares no hayan estado a la altura. Según Hernández (pg. 187), “sólo el 21,5% de sus profesores abordaron los temas con detenimiento y profundidad frente a un 28,4% que lo hizo deprisa y superficialmente con pretextos como rehuir la polémica política o la proximidad a los hechos (¡casi 80 años después de la guerra y 40 de la muerte del dictador!)”.  Y del resto mejor no hablar, porque dan a  entender que estas cosas son absolutamente opinables. ¿Se imaginan que sucediera lo mismo, por ejemplo, respecto al análisis de las causas del cáncer, la utilidad de las vacunas o la estructura del átomo? ¿No tiene esto nada que ver con lo que cada ciudadano haya de saber para votar con mínima consciencia cuando vota o se abstiene de votar?

Credulidades inducidas

El riesgo de la ignorancia y los miedos propagados a su costa es tanto que han  quedado ahora muy abiertas las posibilidades de proseguir políticas erradas. También, que puedan estimularse consensos falsos que dejen fuera a amplios grupos de ciudadanos, cuyos derechos pueden ser arbitrariamente soslayados o sometidos a intereses primordialmente mercantilistas. La atrevida desmemoria induciría de este modo decisiones difícilmente  compatibles con la justicia distributiva y, de rebote, una convivencia colectiva crecientemente difícil, no exenta de riesgos. Ha sucedido en nuestra Historia y nada impide que no pueda volver a suceder.

Los dioses se han confabulado para cegarnos o  eso parece. Según lo que dicen los medios no hay mucho espacio para el optimismo. Seguimos peor si, por ejemplo, leemos que 14.483 niños no han sido admitidos en el centro público solicitado, mientras hay plazas en concertados cercanos, sostenidos por el presupuesto comunitario madrileño.

Otro ejemplo de estos días tiene mayor recorrido. Si la salud democrática requiere que sea bien conocida la historia de la mayoría que perdió la guerra y fue brutalmente reprimida. O si es deprimente que todavía hoy, lo que nuestros adolescentes estudian en sus centros –con libros distintos de la misma editorial, incluso, según se trate de centros privados o públicos-  sea la historia de una  España  profundamente conservadora,  ajena a los valores democráticos por los que muchos arriesgaron sus vidas…, no puede ser, además, que muchos dirigentes sigan reproduciendo esta visión, profundamente opresora de las clases populares, como las defendidas estos días en el Ayuntamiento de Madrid. Quien  haya seguido la breve historia de la Comisión de Memoria Histórica municipal entenderá poco los reproches del PP a la decisión de retirar  los honores concedidos en otras épocas a personalidades del franquismo, como por ejemplo, Carlos Arias Navarro. Se prefiere el ruido y la masa entontecida, como en el pop de los cincuenta.

Nadie debiera suponer que los votantes españoles, sea cual haya sido su opción, sean personas desquiciadas, ingenuas o idiotas. Pero tampoco los elegidos debieran presuponer que los ciudadanos, seamos como seamos, nos creemos lo primero que nos quieran contar para ir saliendo del paso extraño en que les hemos colocado el 26-J. Todos hemos dado en creer que el azar nos ha deparado un ámbito mezquino y que podría ser más glorioso; todo resulta, en todo caso, bastante anacrónico. ¿De qué “diálogo” hablan, pues, cuando hablan de diálogo? ¿Qué “consenso educativo” se sugiere, cuando -como si nada existiera del pasado anterior-, se alega que el partido que ahora tiene todas las bazas para ser opción de Gobierno sólo ha tenido un año para su LOMCE -una ley que estiman muy buena- y olvidan todos los recortes y obstrucciones que, desde 1990, han impuesto en las comunidades donde han gobernado, amén de las decisiones que fueron tomando en Educación con Aguirre, Rajoy y Pilar del Castillo, antes de que en 2011 entrara Wert en ese Ministerio?  ¿Es perturbador empezar por aclararlo? Hablamos de una especie, un modo de proceder en este asunto, y no de individuos aislados. ¿Van a ser capaces de no extrañar el sistemático recurso al rodillo como fórmula de “diálogo”? Y, por otra parte, cuando la vanidad palabrera abunda tanto en política, ¿creen –unos y otros- que los grandes problemas pueden arreglarse con mera metodología tecnocrática, sin variar para nada el concepto de Educación que se quiere ni el del tipo de profesionales requerido para lograrla?

Que no hagan más daño...

Es una lástima que se haya muerto Bud Spencer, el gran experto en cachiporrazos a  fantoches y trampantojos. Cuando hablamos de Educación, siempre estamos discutiendo de otra cosa: se van sucediendo reformas y contrarreformas para “mejorarla” y con el tiempo lo hemos ido tratando de entender… Sea lo que sea el inminente acuerdo de Gobierno que se avecina, que nadie haga más daño a uno de los escasos bienes que hemos sido capaces de conquistar para todos. La tentación de lo fácil e irresponsable suele ser muy socorrida, pero no debieran olvidar que la Educación, como la Sanidad y otros derechos y libertades democráticas nadie nos las ha regalado. Y que mucha gente dispuesta a proseguir esa tarea inconclusa, ya está diciendo como el apicultor de Lars Gustafsson: “Empezamos de nuevo. No nos rendimos”.

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