Sánchez, las culpas del pasado y las vísceras de la militancia

Felipe González, Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz. / Mundiario
Felipe González, Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz. / Mundiario

El ahora secretario general ha sido el que mejor ha sabido aprovecharse de las insensateces cometidas por las anteriores direcciones del PSOE y de la dejación de responsabilidades y falta de valor de ex cargos que fueron referentes de un tiempo de rosas frescas

Sánchez, las culpas del pasado y las vísceras de la militancia

¿Cree el iluso Pedro Sánchez y sus militantes adeptos en el PSOE que una mayoría de españoles están dispuestos a desalojar del poder a un PP trufado de corrupción, al menos hasta hace tres días, pero férreo en su estructura y respaldo electoral, para entregar el Gobierno de la nación a un partido dividido, desnortado y en comandita de una amalgama de grupos antisistema adheridos, de momento, a la coleta de Podemos? No sé a qué espera Rajoy para convocar elecciones. En el PSOE ha ocurrido lo que la derecha quería que ocurriera, no porque Susana Díaz pudiera liderar una alternativa temible –la presidenta andaluza era la candidata de un mal menor que adoptaba el compromiso público de dimitir si era derrotada en unos comicios generales–, sino porque la elección de Pedro Sánchez abre una considerable vía de votos socialdemócratas y de centro que nunca apoyarán reminiscencias del comunismo y, mucho menos, a partidos deshilvanados que se pasan por el arco del capricho el marco constitucional. Pero del llanto de los barones socialistas, de la baja en el partido de dirigentes históricos y de la paulatina pérdida de votantes no tiene Sánchez toda la culpa.

El ahora secretario general ha sido el que mejor ha sabido aprovecharse de las insensateces cometidas por las anteriores direcciones del PSOE y de la dejación de responsabilidades y falta de valor de ex cargos que fueron referentes de un tiempo de rosas frescas que, ni aún con Zapatero en La Moncloa, se molestaron en defender. Casi nadie se atrevió a pronunciarse contra un sistema restringido y absurdo de elecciones primarias, coyunturalmente disparatado, que se ha convertido en el ‘waterloo’ de sus propios arquitectos.

El PSOE no solo decepcionó a una legión de votantes sino que entregó su inmediato destino a una militancia frustrada, que también se sentía huérfana del aparato. La venganza estaba servida con el primero que pasara, y pasó Sánchez, un tipo osado que hizo del victimismo virtud, incluso en sus derrotas electorales, con un discurso pobre y cambiante, pero el que mejor removió las vísceras del descontento interno. La travesía del desierto promete ser larga y convulsa. Ojalá solo sea lo primero.

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