Rajoy, ante el dilema de su antepasado Méndez Núñez

Estatua de Méndez Núñez en Santiago. / Compostela Virtual
Estatua de Méndez Núñez en Santiago. / Compostela Virtual

Por Rajoy no me sale hoy un artículo, me sale un epitafio. Exclusivamente político, naturalmente: aquí yacerá, en breve espacio de tiempo, un gallego excesivamente pragmático, plasmático y errático. Prefirió la honra que los votos, en vez de los votos que la honra, y le afectó el virus electoral de Churchill tras haber hecho probar a su pueblo la sangre, el sudor y las lágrimas.

Rajoy, ante el dilema de su antepasado Méndez Núñez

Pero hombre, ¿cómo es posible que el Gobierno del Estado no haya negociado y llegado a acuerdos con los chicos del Proces? Con lo fácil que habría resultado con un personal tan dialogante, tan tolerante, tan comedido, con tan poca nocturnidad y tan poca alevosía como los hipotéticos interlocutores catalanes. Con señoras y señores como Puigdemont, Junqueras, la Forcadell, Joan Tardá, Gabriel Rufián, gente así, es que resulta prácticamente imposible no llegar a entenderse, oye. Siempre con la mano tendida, siempre jugando limpio, siempre lanzando al espacio virtual pacíficos twits de buena voluntad, siempre subiéndose a las tribunas ofreciendo alternativas como esa que pasará a los anales de la tolerancia que todavía resuena en el Salón de Plenos del Congreso de los Diputados: ¡O referéndum o referéndum! ¿Qué parte de semejante oferta al diálogo no entendió el malvado, autoritario, antidemocrático e inquisidor señor Rajoy, eh? Nos han estado poniendo a huevo diferentes fórmulas para llegar a un acuerdo civilizado de divorcio territorial y, como insinúan los buenistas que rodean a Pedro Sánchez, los carroñeros que sobrevuelan al acecho de los futuros despojos de un sistema político español que agoniza, los neutralistas intelectuales que por un lado nadan y por otro guardan la ropa y una masa ingente de marianofóbicos en coma inducido, solo la torpeza de Rajoy, la absurda e inaudita inflexibilidad constitucional, la ademocrática obsesión por hacer cumplir la Ley y otras menudencias de esa índole, nos han metido en ese callejón sin salida al que llevamos meses llamando el 1-O.

Cumplir y hacer cumplir la Constitución... ¿Les suena a algo?

 la generosa, diplomática y sugerente invitación de “Referéndum o Referéndum” del señor Tardá, ha respondido el torpe, intransigente, fascistoide Gobierno español con el indignante, decadente y desproporcionado recurso democrático de “cumplir y hacer cumplir la Constitución”. Si, sí: ese protocolario e intrascendente compromiso que, mediante juramento, promesa o por imperativo legal, adquiere con los españoles, con el pueblo, cualquier autoridad electa, en cualquier ámbito administrativo y geográfico. Una pena que este asunto no hubiese pillado a Pedro Sánchez en La Moncloa, oye, porque habría puesto la otra mejilla. Y, bueno, si llega a estar Pablo Iglesias al frente del asunto, otro gallo estaría cantando estas inquietantes madrugadas que nos aguardan hasta el 1-O. Porque Pablo es que da el perfil perfecto para este tipo de insignificantes contingencias territoriales: tan plurinacional, tan pluridemócrata, tan pluriadaptable, tan plurimarxista él, como demuestra en cada ocasión en la que aplica la fórmula mágica del cachondo de Groucho: “Estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros

Lo bueno de la democracia, que sigue siendo el menos malo de los sistemas políticos, es que ya nadie puede decir aquello que decía un tal Rey Sol o un megalómano como Charles De Gaulle: “El Estado soy yo” Ahora, los Estados son los pueblos, los millones de ciudadanos que eligen libremente en las urnas quiénes quieren que les gobierne, bajo el imperio de qué leyes y en el marco de qué Constitución, cuya fecha de caducidad o la decisión de practicar reformas, solo compete a todos y cada uno de los extremeños, los andaluces, los castellano-leoneses, los vascos, los gallegos, los catalanes y demás españoles todos que aprobaron la que actualmente permanece en vigor desde 1978. Cuando el Honorable Puigdemont, por ejemplo, lanza sus amables adjetivos calificativos al oprobioso Estado Español, se los está dedicando, en realidad, a todos los españoles entre los que, naturalmente, y hasta que no se produzca lo contrario, se encuentran sus propios paisanos de la seva terra.

Si Figo fue un traidor al Barça, je, sobran los comentarios...

Porque, no nos engañemos, un catalán soberanista, ahora mismo, sigue siendo un español, como ustedes y como yo, que en realidad quiere independizarse de sí mismo. Aquí en España es que nos va la marcha circense de “el más difícil todavía” Si además fuese culé, podría ser perfectamente el mismo que le lanzó la cabeza de cerdo a Figo, no sé si te acuerdas, cargado de razón e indignación ante aquel traidor que había cambiado de camiseta. Y, sin embargo, ya ves, parece que le extraña que a sus actuales compañeros de equipo del resto del Estado les duela, les ofenda, les decepcione su afán inasequible al desaliento de cambiar de bandera, de himno, de pasaporte y de camiseta, la nacional, claro, que llevamos sudando juntos bastante más tiempo que el tal Figo, el tal Ronaldo, el tal Laudrup la elástica blaugrana. Hombre, un poquito de coherencia, por favor. Los Boixos Nois que han surgido en torno a ese proyecto que quiere ser algo más que una Nacionalidad Histórica, están intentando “hacerse un Figo”, en masa, claro, y encima quieren que la afición española les aplauda, les ponga puente de plata (yo es que lo flipo, je), con lo a pecho que se han tomado ellos la reciente secesión de Neymar de Can Barsa.

¡Goodbye, Mariano!

Pero bueno, a lo que íbamos. Que aquí no hemos creado presidentes autonómicos, sino reyecitos soles que creen que Cataluña, Euskadi, Andalucía, Galicia, Madrid, Murcia, cualquier recóndito rincón de Epaña son ellos: ¡L´Etat, c´est moi! Que Rajoy, como in illo témpore Churchill, ha firmado su sentencia política de muerte en cuanto le ha pedido a su pueblo “sangre, sudor y lágrimas” ante un nuevo brote nacionalista, a mis escasas luces, con sutiles síntomas de superioridad de raza. Que Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, si dios les ha creado y ellos se juntan, serían capaces de superar los rocambolescos episodios de The Flintstones, lo que yo te diga. Y que la historia, con un elevado porcentaje de razón, le negará mucho pan y mucha sal al actual errático presidente del Gobierno español pero, probablemente, reconocerá algún día que otro gallego, como Méndez Núñez en aquella encrucijada de El Callao, ha preferido honra sin votos que votos sin honra ¡Goodbye, Mariano!

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