Puigdemont tensa hasta el límite la situación, siempre tratando de mantener la ventaja

Carles Puigdemont. / C. Segundo
Carles Puigdemont. / C. Segundo

Ante la inminente declaración de independencia y la insumisión de las autoridades autonómicas y también locales que hacen inevitable  la  intervención del Estado, las opciones se están trasladando al peor escenario: la insurrección popular. ¿Haría bien el Gobierno en mantener su estrategia?

Puigdemont tensa hasta el límite la situación, siempre tratando de mantener la ventaja

El conflicto catalán se deteriora de día en día sin que se atisben soluciones políticas. Ante la inminente declaración de independencia y la insumisión de las autoridades autonómicas y también locales que hacen inevitable  la  intervención del Estado, las opciones se están trasladando al peor escenario: la insurrección popular. Así lo están demandando las organizaciones civiles que apoyan el secesionismo, también la CUP. Hay incertidumbre sobre el grado de compromiso de la Administración autonómica y justificada preocupación ante la actitud de la policía autonómica. Estamos en el peor escenario que, como es habitual, aún puede empeorar mucho.

Las protestas en la plaza Maidan de Kiev, que se repitieron en distintas ocasiones, tuvieron consecuencias deseadas, la caída de un gobierno, pero otras indeseadas, como la violencia de los últimos episodios, con muchos muertos y una división social rápidamente aprovechada por Rusia para apoderarse de Crimea y crear un protectorado sobre otras dos provincias ucranianas. Putin se ha manifestado ya sobre el conflicto de Cataluña, con una clara alusión a la actuación europea, en su día favorable a la desmembración de Yugoslavia. Por otra parte se ha sabido de la llegada de un enviado suyo, formalmente del territorio insumiso de Osetia en Georgia,  a Barcelona, para establecer relaciones culturales. Aproximadamente como si el Gobierno español enviase a un país extranjero a un representante del condado de Treviño, artificial enclave burgalés en territorio vasco. Que el Ministerio de Asuntos Exteriores aún no haya dicho nada es una muestra más de la parálisis que atenaza al Estado, cada día más fracturado.

Se ha escrito mucho sobre el desastre de la independencia para Cataluña, fundamentalmente desde la órbita de la Unión Europea, pero hay más mundo fuera y Putin lo está explicando

Se ha escrito mucho sobre el desastre de la independencia para Cataluña, fundamentalmente desde la órbita de la Unión Europea, pero hay más mundo fuera y Putin lo está explicando. Frente a la alianza habitual de Washington y Bruselas, tanto China como Rusia, Irán, Turquía o el eje bolivariano trazan juntos o por separado otras estrategias, para las que debilitar a la primera es imprescindible. Ahí debe enmarcarse la llegada de Rusia al conflicto catalán, con el objetivo de clara desestabilización de la Unión Europea, a la que acusa de hostil en Ucrania y en los Balcanes. Cataluña independiente no sería de inmediato socio comunitario pero tampoco un Estado paria.

Nada de esto se escapa a la sagacidad del gobierno catalán, que ha invertido muchos esfuerzos en internacionalizar el conflicto y está comenzando a recoger los efectos: formidable cobertura mediática de la prensa mundial,  atención de los principales dirigentes mundiales y progresiva alarma en las cancillerías. Hubiesen preferido la repetición de Yugoslavia o de la implosión de la URSS, pero ni España es como aquellos países ni la coyuntura europea está para nuevos conflictos territoriales. En su defecto saben que cada día es mayor la atención internacional y con ella las dificultades del gobierno español para retornar a la normalidad aumentan. Tratan de crear las condiciones sociales, políticas e internacionales, que hagan inevitable avanzar por la senda abierta hacia la creación de un nuevo Estado. Curiosamente han renunciado a la política económica imprescindible para ese objetivo.

Puigdemont tensa hasta el límite la situación, siempre tratando de mantener la ventaja. Si ahora, en el último minuto, acepta convocar elecciones, exige paralelamente la suspensión de la intervención estatal. Si lo consigue habría avanzado en la ruptura de la legalidad, anunciado y firmado la independencia, pero manteniéndola en suspenso hasta que una hipotética mayoría electoral le permitiese reactivarla. Ha bastado la mera filtración de esa posibilidad para que el PDECat se fracture en beneficio de ERC. Puigdemont puede retirarse sabiendo que Junqueras está presto para recoger su legado.

Haría bien el Gobierno en mantener su estrategia. Aprobación en el Senado de la intervención y modulación posterior de la misma en función de la evolución de los acontecimientos. Y leer a los clásicos, por ejemplo,  “Nunca regirse por lo que el enemigo habría de hacer” (Gracián).

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