¿Puede ser el laborista Jeremy Corbyn un modelo para Pedro Sánchez?

Jeremy Corbyn. / Twitter
Jeremy Corbyn. / Twitter

El problema principal ya no es la decisión ante la posible investidura de Rajoy, prácticamente imposible a estas alturas, sino la estrategia que se debe seguir después, la política distinta que pueda recuperar la confianza en la socialdemocracia.

¿Puede ser el laborista Jeremy Corbyn un modelo para Pedro Sánchez?

Jeremy Corbyn, que desde hace un año dirige el Partido Laborista en medio de conflictos internos relevantes, acaba de refrendar su mayoría frente a los críticos internos. Atrás deja resultados electorales catastróficos y una política ambigua sobre problemas tan  relevantes como  el Brexit. Ahora dirige el giro a la izquierda de su partido.

Pedro Sánchez, que suma varias derrotas históricas, tiene una contestación interna larvada que nunca se hace abierta en forma de otro liderazgo alternativo. Venció a Madina, arrinconó a los barones territoriales y apeló a la democracia directa creyendo tener mayoría entre los afiliados. Ante la doble legitimidad que todo dirigente necesita, del cuerpo electoral  y de su propia estructura  interna, se decanta a favor de ésta, de la que depende su propio puesto. Ahora, ante dos nuevas derrotas electorales y previsiones de otra más en las siguientes elecciones generales, evita toda autocrítica y apela de nuevo a la democracia directa, acusando previamente a sus posibles oponentes de estar del lado de los poderes económicos y del PP. Es decir, excitando sentimientos primarios  de rechazo  y evitando, como va siendo norma, cualquier tipo de análisis riguroso.

Frente a él se alza ahora una pluralidad de voces reclamando más tiempo, como si los acontecimientos no fuesen previsibles desde hace semanas. Nadie parece querer asumir un liderazgo alternativo y confrontar abiertamente, quizás porque  la derrota en el PSOE  suele ir acompañada de la exclusión. Hasta ahora casi todos los cuadros relevantes,  por conveniencia, necesidad o lealtad, han apoyado a su máximo dirigente. Sin embargo la  alternativa a un liderazgo  fundado en el control interno de la organización,  no debería de  ser otro semejante, sino un liderazgo político. Con una alternativa clara al actual “impasse” de la política española y con alternativas rigurosas a la media docena de problemas más relevantes (fiscalidad, pensiones, Cataluña, empleo, educación, I+D). El problema principal ya no es la decisión ante la posible investidura de Rajoy, prácticamente imposible a estas alturas, sino la estrategia que se debe seguir después, la política distinta que pueda recuperar la confianza de los ciudadanos en la socialdemocracia. La carencia de liderazgo político sólido está siendo un lastre para los socialistas, en España, en Galicia y otras Comunidades Autónomas y en muchas ciudades. Es la primera condición para comenzar a construir una mayoría.

“El Partido es de los electores, no de los afiliados”, se dice a veces. Una de tantas fórmulas retóricas. Si se considera prioritario el resultado electoral, la lucha por el poder interno, inherente a cualquier organización política,  tiene que ser controlada. Las alarmas encendidas por el retroceso electoral continuo que solo beneficia a Podemos y coaligados, como acabamos de ver en Galicia y en el País Vasco,  no se apagarán con cambios cosméticos. Se impone otra política, más rigurosa, menos dependiente de las redes sociales y de los titulares mediáticos, más pegada a la realidad y sobre todo más compartida y dialogada con todos los sectores sociales. Que Podemos aproveche la actual situación crítica del PSOE para presionar en Extremadura, Castilla-La Mancha o Ferrol, rompiendo pactos de gobierno por mero oportunismo, es la enésima muestra de la doblez de su comportamiento y una evidencia más que imposibilita pensar en ese partido como socio de un eventual Gobierno de España.

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