¡Próxima estación: el Estado de las Asimetrías!

Cartel independentista en Cataluña. / D.B.
Cartel independentista en Cataluña. / D.B.

Estamos a punto de enterrar la patética España de las autonomías y contemplar como resurge de sus cenizas, como un funesto Ave Fénix, una sintética y desahuciable España de las asimetrías.

¡Próxima estación: el Estado de las Asimetrías!

Estamos a punto de enterrar la patética España de las autonomías y contemplar como resurge de sus cenizas, como un funesto Ave Fénix, una sintética y desahuciable España de las asimetrías ¡Pasen, señores, pasen y contemplen el prodigioso espectáculo!

Estamos a punto de ofrecerle al mundo otra innovación genuinamente española, oye: el Estado de las Asimetrías. Todavía se pregunta el personal occidental qué coño es ese híbrido centrípeto-centrífugo al que llevamos 36 años llamando autonomías, y ya están en Moncloa, en Ferraz, entre politólogos, entre charlatanes de tertulia, entre editorialistas de periódico, diseñando una nueva chapuza nacional que volverá a parecer pan para hoy y acabará convirtiéndose en hambre para mañana.

El cuento es muy sencillo, como decía el poeta. Aquí, es que le sacas al estado español las pistolas, el goma dos, el RH, la insularidad, los Foros, la Estelada, la Lengua, cosas así, y al poder establecido en torno a un Monarca, a un Caudillo o a un Presidente del Gobierno (aunque este último haya sido democráticamente elegido), es que le entra talmente descomposición de vientre y delirios tácitos o implícitos de asimetría.

Mismamente, no es por desanimar a nadie. Pero Rajoy vive estos días blandiendo la Constitución en una mano y con un rollo de papel higiénico en la otra. Y Pedro Sánchez, esa especie de chico Almodóvar que protagoniza la película que dirige estos días Susana Díaz: socialistas al borde de un ataque de nervios, lleva semanas desarrollando una galopante adición a la vaselina. Es lo que tiene habernos pasado la historia aterrorizados con el Coco, ¡que viene el coco!, del genuino independentismo “made in Euskadi”, “made in Cataluña” y secuelas advenedizas que están entrando en erupción volcánica en las Canarias o van despertando de su longa noite de pedra, sin prisa y con pausas, en la Terra Nai de Castelao.

Ahora, también te digo una cosa: incluso Franco se lo hacía encima cada vez que en Euskadi o Cataluña sonaba un tímido estornudo de emancipación que hacía temblar las paredes de El Pardo. Porque el tal Paco, mucho parecer que lo hacía todo por cohones, oye, pero luego te hacía muchas cosas a la gallega, a ver si me entiendes, jugando con los Principios Fundamentales del Movimiento y las asimetrías del infausto INI (Altos Hornos en Euskadi, SEAT en Cataluña), como su paisano Rajoy está jugando con la Constitución igual para todos y las “competencias” periféricas cada una de su padre y de su madre. Para ser justos con la historia, el único gesto de reequilibrio en este viejo país absolutamente desequilibrado, lo tuvo Alfonso XIII en Las Hurdes, cuando se cayó del caballo, un decir, como Saulo en su camino hacia Damasco, abrumado por la pobreza y marginación de aquella comarca por la que no había pasado ni Dios.

Pero bueno, a lo que íbamos. Que los dos partidos mayoritarios quieren tunear España, como tuneaban a los pobres “seiscientos” los horteras de los infelices 70. Que están decididos a hacer un pan con unas hostias y que, una vez más, corremos el peligro de que nos vuelva a salir otro tiro por la culata. Nuestros veteranos padres de la Constitución (entre los que por cierto se encontraba Miguel Roca), se sacaron de la manga aquel As de las Comunidades Históricas que dividió a este país en territorios de primera y territorios de segunda. Y, ahora, los hipotéticos padres de la hipotética Reforma Constitucional, practican la alquimia política para encontrar un elixir mágico contra el independentismo: la descentralización bilateral, el federalismo asimétrico, el bla, bla, bla eufemístico que augura una España recompuesta por ciudadanos de primera y de segunda.

No está mal para un país entre cuyos refranes figura uno antitético a la solución que proponen los estadistas de Madrid para controlar el incendio de Cataluña: más vale ponerse colorado una vez que cien veces amarillo. Lo que pasa es que, a los ilustres conductores democráticos del Estado español, por los visto les ocurre lo mismo que me explicaba el otro día un experto en Formula Uno:

     -¿Qué le pasa a Fernando Alonso, tronco…?
     - No son sus facultades, no es su técnica, no es su Ferrari, periodista. Es el miedo acumulado que ha empezado a atenazarle cada vez que llega una curva.

 

Bueno, pues eso. No son los resortes democráticos, no son los reformables artículos de una Constitución, es el pánico acumulado a las semanas trágicas, a las guerras carlistas, a las sublevaciones cantonales, a los golpes de Estado, a las guerras civiles, a las dictaduras, a los casquillos del nueve Parabellum, a los Aberri Eguna, a las Diadas, a los malos presagios del CIS, a una larga y apabullante resaca de peligrosas curvas cerradas a lo largo de la historia.

Está claro que nos va el cubismo de Picasso, el surrealismo de Dalí, el esperpento de Valle y la pintura deformada de Goya. Está claro que nos va la marcha de la asimetría.

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