El progreso en el siglo XXI, una ruta hacia el bienestar material, social, moral e intelectual
La historia está jalonada de muestras que reflejan como cuando la desigualdad se agudiza, las élites de poder se las arreglan para introducir en el discurso político, el nacionalismo, el miedo al otro, o a la religión, como aglutinantes.
Cada cierto tiempo la sociedad sufre evoluciones drásticas que alteran su devenir. Todo indica que nos hallamos en puertas de una, quizás ya en ella, sin que todavía seamos capaces de identificar su intensidad y alcance. Nuestra percepción nos revela que en ella no serán ajenos los esfuerzo encaminados a conciliar civilizaciones, adaptarnos a una realidad virtual que entre otras cosas provoca la inmediatez de la comunicación, a la volatilidad de los flujos económicos y financieros, las modificación de las relaciones laborales o el riesgo para derechos presuntamente consagrados como el acceso a la cultura, la educación o la protección social. Aunque con espíritu conservador gustemos llamarlo futuro, la dinámica que nos envuelve, lo hace ya presente.
Debemos afrontar retos perceptiblemente distintos de los que acuciaron a generaciones anteriores. Riesgos ecológicos, graves atentados a la flora y la fauna y a las reservas estratégicas de la biosfera con reflejo en la contaminación del aire y el agua, la sobre-explotación de los recursos marítimos y naturales y una demografía cuya curva de caída esta fuera de control en las áreas más desarrolladas y explota incontrolable en las más deprimidas.
Progreso es civilidad y civilización. Democracia. Felicidad. Asunción respetuosa de la laicidad. Construir una sociedad desterrando el miedo. Fortaleciendo el perfeccionamiento del constitucionalismo de repúblicas y estados. Abogando por la protección de los derechos de los más débiles. Poniendo en valor a Montesquieu, asumiendo pulcramente la separación de poderes del estado que habrá de sustentarse en el derecho y los valores de la libertad y la solidaridad.
El progreso en el siglo XXI ha de ser una ruta hacia el bienestar material, social, moral e intelectual. Para ello quizás como ave fénix, debamos morir para renacer, de los viejos modos a los nuevos horizontes. No podemos permanecer impasibles ante millones de seres sin derecho a la educación, al trabajo, a la sanidad o a la vivienda. Millones de mujeres en condiciones infrahumanas. Migraciones masivas. Pandemias. Desamparo de la infancia. Así hablar de progreso, es una broma de pésimo gusto. Es ignorar cínicamente el dolor y la infamia.
Tampoco podemos permanecer indiferentes mientras la brecha social se hace insalvable, la injusticia se conjuga con impunidad y la solidaridad como obligación cívica y de convivencia, amenaza caer en desuso. Debemos prepararnos para vivir en un mundo distinto, que se advierte más hostil. Frente a personajes como Trump y Putin, y otros perfectamente homologables se hace necesaria una respuesta social para convertirlo en humanamente más habitable poniendo en valor los principios permanentes. Un soplo de oxigeno frente a los derroteros que conducen a una sociedad deshumanizada
En aras de implicarnos en el progreso de la humanidad, es hora ya de tejer una sociedad moral y espiritualmente distinta, alejada del despotismo confesional o de poderes arbitrarios. Donde una corriente de pensamiento emancipado haga inaceptables talantes y comportamientos que fueron derrotados en la segunda guerra mundial y con la ciada del muro de Berlín.
Un mundo con capacidad de pensar libremente. Cuyas posiciones con respeto a la verdad se forme sobre la base de la lógica, la razón y el empirismo en lugar de sobre la autoridad, la tradición, la revelación o el dogma. Una ciudadanía que haga suya la capacidad de constituir sus opiniones sobre un análisis imparcial de los hechos y aspire a ser dueña de sus propias decisiones al margen del dogmatismo, la tradición, la religión o del poder político.
Cuando hacemos tantas promesas por un inicio de año, comprometamos nuestro esfuerzo en que este sea umbral de una sociedad laica y democrática, construida desde la solidaridad
Librepensamiento como actitud filosófica y respuesta cívica frente a los que pretenden el monopolio del poder y dela fe, la que sea. Cuando hacemos tantas promesas por un inicio de año, cosa por demás habitual, comprometamos nuestro esfuerzo en que este sea umbral de una sociedad laica y democrática, construida desde la solidaridad. Que ejemplarice la decencia ante una ciudadanía cercada por la corrupción; que sea capaz de conjugar seguridad y derechos humanos, paz y libertad.
Un año en el que el viejo anhelo de padres europeístas como Jean Monnet o Robert Schuman se vea plasmado en una Europa solidaria, democrática, federal, cuyo eje central sea el humanismo Que frente a los factores endógenos y exógenos que pueden ponerla en riesgo, seamos capaces de oxigenarla con sus valores primigenios, restaurando la Europa de las ciudadanos frente a la de los mercaderes. Una Europa de todos, una Europa para todos.
La historia está jalonada de muestras que reflejan como cuando la desigualdad se agudiza, las élites de poder se las arreglan para introducir en el discurso político, el nacionalismo, el miedo al otro, o a la religión, como aglutinantes, no solo narcotizar a la ciudadanía sino para apelar a sus emociones básicas, propiciando la erosión continuada de la democracia. Solo en un marco global de convivencia es posible el desarrollo de las libertades y los ritmos armonizados. Un progreso no excluyente, que no olvide a nadie en el camino… Ni individuos ni territorios.
Libertad, para todos los hombres y mujeres. Compartida sin territorios estanque, con todos los pueblos del planeta. Forjando sociedades de mujeres y hombres, libres y justas. Y que aun siendo conscientes que la libertad total es inalcanzable, es la esencia del ser humano. Y que por ello siempre debemos encaminar nuestros esfuerzos para que la vida cobre sentido con su búsqueda.