El procès sabe a “apartheid” y muchos españoles suspiran por un Mandela

Pep Guardiola. / RRSS
Pep Guardiola. / RR SS

El resto de muchos españoles también tenemos sentimientos, ¿me oyes, Pep? También aspiramos, pacíficamente, a una España no amputada. También queremos volver a pisar las calles de Barcelona nuevamente, con la sensación de que seguimos pisando las calles vuestras y nuestras. También nos rompe el corazón que quieran volar el longevo puente aéreo sentimental entre Madrid y la Ciudad Condal, entre lo que llaman el resto del Estado y Cataluña.

El procès sabe a “apartheid” y muchos españoles suspiran por un Mandela

¿Es que solo los catalanes tienen sentimientos, Pep? ¿Es que mis amigos de infancia y adolescencia en Barcelona, no serían ahora mis amigos? He caminado durante 14 años por las calles de la Ciudad Condal, y me he sentido en casa cuando mi pequeño mundo limitaba al oeste con la calle Muntaner y al este con la calle Balmes, y el enigmático y magnético más allá era la Vía Augusta, el psicodélico gusano intergaláctico de Tuset street que me permitía hacer expediciones a La Diagonal, la red de Granjas Catalanas donde me enganché al Cacaolat, el majestuoso Paseo de Gracia en el que le juré amor eterno al hombre que imaginó, diseñó y esculpió La Pedrera, que desde entonces ha sido mi edificio más hermoso del mundo. He sido feliz haciendo excursiones de la mano de mi madre por el barrio de la Catedral, en vísperas de Navidad, para reponer figurillas de terracota en el Belén; y aquellos domingos de Ramos en los que el viento de las palmas en movimiento generaban una brisa genuinamente mediterránea que todavía infla las velas de mi memoria; y el día anterior al Domingo de Pascua, en el que aguardaba impaciente “La Mona” con la que me iba a sorprender mi madrina, mi tieta importada de Galicia tan sorprendentemente parecida a la genuina tieta a la que años más tarde inmortalizó Serrat. He sido feliz, como un catalán más, sin necesidad de sentirme un gallego menos, devorando “Coca”, haciendo explotar petardos, lanzando cohetes desde la terraza de casa y contemplando como ardía de alegría Barcelona, Cataluña por los cuatro costados.

L´Estaca ya la habían arrancado Adolfo y Felipe

Lo que pasa es que estos días no arde como entonces, Director. Ya no invaden los cielos aquellos inofensivos globos domésticos que se lanzaban al espacio a competir con las estrellas. Se han impuesto los globo-sondas mediáticos, los Nerones pirómanos, los castellers en el aire, el micropolitismo al cosmopolitismo, las fronteras a la universalidad, la lengua en la que se dice amor al amor en cualquiera de las lenguas, lo nuestro a lo de todos, la obsesión de tumbar la vieja Estaca a la deducción de que ya la había arrancado un poco la Transición de Suárez y un poco más la culminación de Felipe. Arde Cataluña, arde Barcelona, renunciando a ser bona si la bolsa sona y apostando por hacerse bona si la calle sona, y creo que el humo está cegando los ojos de muchos catalanes que han sacado a las calles a Els Segadors del jurásico a guadañar la hierba que crecía bajo los pies, tantas veces de barro, de esta España contemporánea ¿Acaso creen que el resto de los españoles no tenemos sentimientos? ¿Mis amigos de infancia y adolescencia, los amigos de tantos amigos del resto del Estado, creen que no nos duele, que no nos segrega, que no nos humilla que quieran deshacerse de nosotros, montarse la historia por su cuenta, hacer de su capa un sayo y dejarnos la sensación de ser un obstáculo, una carga, material humano desechable, ay, en su excluyente camino de Santiago en busca de su exclusivo y comprometido jubileo del futuro?

Cierto olor a apartheid

¡No es esto, no es esto, como dijo una vez Ortega! Al margen de los duelos en el OK corral político entre Puigdemont y Rajoy, pulsos institucionales, odios en las entrañas entre tifosi independentistas y unionistas, inútiles actos de conciliación entre dos o tres millones de partidarios del divorcio y otros tantos partidarios territoriales de la pata quebrada y en casa, hay un enorme caudal sociológico de eso que llaman el resto de españoles que, estos días que os viviendo peligrosamente, a medida que avanza la crónica de la muerte anunciada de la convivencia, digerimos el delirio de secesión de las élites y sus enardecidos seguidores catalanes como un nuevo apartheid en pleno siglo XXI. Como si una minoría, embelesada de superioridad intelectual, económica, artística, deportiva, cultural, democrática e ilustrada, hubiese decido preservar su raza marginando en el gueto del resto del Estado a un conjunto de razas inferiores. Nos sentimos indefensos y olvidados de la mano de Dios con una Constitución que no nos hace inmunes; un Poder Ejecutivo resignado a que el sol salga por Antequera; un Poder Legislativo partidista que teje durante el día y desteje por las noches nuestro velo de Penélope, aunque no esté esperando precisamente a Ulises, sino a una convocatoria de elecciones; un Poder Judicial que ha pasado de dedicarse a juzgar a ser juzgado; una Corona que se ha quedado más sola, más indefensa que el mismísimo Ricardo III de Shakespeare poco antes de acabar exclamando ante el devenir de los acontecimientos: ¡Un caballo, mi reino por un caballo!

Huérfanos de un Mandela

Lo que ignoran Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera, Urkullu, Puigdemont, Forcadell, Ada, Manuela,gente de esa, es la cantidad de españoles, de todas las tierras de todas las Españs, que, estos lúgubres días en los que el elitismo catalán programa un “apartheid” y el elitismo Estatal programa el artículo 155, como realmente nos sentimos es huérfanos de un Nelson Mandela ¿Alguien sabe dónde y cómo podemos encontrar uno...?

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