¡Mueran las constituciones! ¡Viva la pluridemocracia!

La sede de la ONU en Nueva York.
La sede de la ONU en Nueva York.

La ONU, con su proverbial don de la oportunidad y la eficacia, en vez de enviar cascos azules a Cataluña, ha decidido enviar una advertencia a Madrid: ¡menos policías, menos detenciones, menos deberes constitucionales y más derechos de reunión y participación (ignoro ya si legal, ilegal o alegal), poniendo especial énfasis en la equidad: ¡qué bonita palabra! La verdad es que me han hecho pensar: ¿qué sería del mundo sin la ONU...?

¡Mueran las constituciones! ¡Viva la pluridemocracia!

Han cogido dos expertos de la ONU, un tal David Kaye, nada menos que Relator Especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y expresión, y un tal Alfred de Zayas, responsable de promocionar un “orden internacional democrático y equitativo”, y le han mandado un aviso al Gobierno español: ¡mucho ojo con que las medidas adoptadas contra el referéndum catalán el 1 de octubre “no interfieran con los derechos fundamentales a la libertad de expresión, reunión y asociación y participación pública”! ¡Coño, ya metidos en harina de otro costal, haber enviado a los cascos azules, tan conciliativos, tan equitativos, tan resolutivos, ellos!, como se ha ido demostrando en tan distintos y distantes puntos calientes del planeta. Por cierto, oye, ni una sola palabra sobre el derecho fundamental de la participación de los grupos de la oposición en el Parlament de Catalunya; ni una mención a la libertad de expresión de los Serrat o los Juan Marsé, víctimas de un linchamiento moral por parte de las jaurías humanas independentistas que, en aras a su fundamental derecho de reunión y participació!, naturalmente, han ejercido su derecho fundamental a sentenciar las conciencias, tomar las calles y sitiar los edificios públicos de Cataluña.

A propósito de la equidad

Hombre, como son expertos bendecidos urbi et orbi por la ONU en esas materias, claro, nos han dejado a los ignorantes demócratas españoles, si es que somos demócratas, que ya no sé, con la duda respecto a un axioma sobre la convivencia humana que ha quedado reducido a una carallada. Creíamos, ingenuos de nosotros, que los derechos de los unos acababan donde empezaban los derechos de los demás. Pero han tenido que salir dos sesudos especialistas en Libertad, Democracia, Equidad y la cosa a enmendarnos la plana. Equidad, señores, que no nos enteramos, hombre, es que tres millones de endogámicos ciudadanos ejerzan su derecho fundamental a pasarse una Constitución de todos por su peculiar e idio-sincrático arco del triunfo. Equidad es que un Gobierno de la inmensa mayoría de un pueblo, por la inmensa mayoría de un pueblo y para la inmensa mayoría de un pueblo (incluidos otro par o tres millones de catalanes de esos sospechosos), ponga la otra mejilla, que es también la mejilla de los españoles no independentistas, para que los ocurrentes diseñadores del Procés nos rompan la cara, la convivencia, la Ley, el Poder Legislativo, el Judicial, el Ejecutivo, todo eso que representa ese insignificante concepto al que llamamos Estado.

La perversa leyenda urbana de David y Goliath

¡Cuanto daño le ha hecho a la humanidad la fábula católica de David y Goliath, oye! Nunca sabremos si aquel gigantón bíblico era, en realidad, un inofensivo precursor del culturismo y, si el tal David angelical era un hijo de la Gran Bretaña dotado de mala leche y una extraordinaria puntería. Y lejos de mí la funesta manía de establecer odiosas comparaciones, pero a mí me da la sensación de que el Proces está explotando el victimismo, abusando de la paciencia, practicando la incruenta pero efectiva guerrilla urbana, fomentando la caza de brujas en su propia tierra y demostrando una oportunista y maquiavélica puntería mediática para provocar escenas que hieran la sensibilidad de los espectadores. Pero, claro, como no trabajo en la ONU o para la ONU, que tiene el curioso nombre de Organización de Naciones Unidas, o sea, de unir y no de separar, no sé si me entiendes, pues no van a hacerme ni puto caso, asunto que en vez de inquietarme me tranquiliza en estos tiempos que corren en el que rugen, ¿no las oyes?, todo tipo de marabuntas humanas.

Neodemocracia: 17 democracias con denominación de origen

A lo mejor es que estamos ante los primeros síntomas de un período de Neodemocracia. Una nueva tendencia en el arte de la política que consiste en que las minorías impongan sus criterios a las mayorías, a ver si me entiendes, con denominaciones de origen territoriales, como los vinos, como el jamón, como los espárragos, como los quesos y todos esos productos para el consumo, je, que nos permitirá elegir entre una democracia a la catalana, otra a la vasca, otra a la gallega, otra a la andaluza, hasta llegar a disfrutar de tantos tipos de democracia como comunidades autónomas. Ya me imagino yo a los españoles practicando el regateo en los mercados: ¡a ver, a cómo está el kilo de democracia catalana! ¿Y el de la vasca o gallega? ¿Por cierto, cuál de todas las democracias españolas ofrece la mejor relación precio/calidad, eh? Lo qué no entiendo es por qué estamos perdiendo el tiempo con gilipolleces eufemísticas como la Plurinacionalidad que defienden Pedro y Pablo, o la utópica negociación por la que suspiran los intelectuales, o la dichosa proporcionalidad que proclaman ahí fuera algunas voces de la ONU y aquí dentro los amorfos, pusilánimes e inocuos “bienquedas” de toda la vida. Echémosle huevos de una puñetera vez y convirtamos España en el territorio planetario piloto de un nuevo misterio de la Santísima Enesimidad: un solo país virtual y 17 democracias autóctonas, personales e intransferibles, con su denominación de origen y su cosa, ademas de los asuntos de Ceuta y Melilla, naturalmente.

Hombre, yo no sé lo qué les parecerá mi proposición a esos dos chicos de la ONU con su proverbial sabiduría. Pero teniendo en cuenta sus baremos de equidad, proporcionalidad, injerencias policiales, inmunidad de políticos y demás profundas reflexiones de ética y estética democrática, me da a mí que podemos llegar a un acuerdo: ¡Mueran las Constituciones! ¡Viva la Pluridemocracia! Lo que no sé es como denominaría la historia a esta intrépida e innovadora etapa de la civilización: ¿Renacimiento o Remurimiento? Eso, Director, que lo juzguen los historiadores.

 

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