Una propuesta para una vía de solución en el conflicto entre Cataluña y España

Angela Merkel, Mario Draghi, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. / Mundiario & Pho.to
Angela Merkel, Mario Draghi, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. / Mundiario & Pho.to

Estamos ante un problema político, de raíz económica y cultural. La tecla que hay que tocar no es la policial ni la judicial, es la financiera, desde el respeto a la cultura. Para Rajoy llega la hora de recurrir a Merkel. Solo ella tiene poder y credibilidad para aclarar ciertos conceptos sobre la UE y el euro.

Una propuesta para una vía de solución en el conflicto entre Cataluña y España

Según el Diccionari de Català, diálogodiàleg– es una conversación entre dos o más personas. Pero diálogo, según el Diccionario de la lengua española, significa más cosas. Del lat. dialŏgus, y este del gr. διάλογος, se trata, en efecto, de la plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos, pero también puede ser una obra literaria, en prosa o en verso, en que se finge una plática o controversia entre dos o más personajes, o una discusión o trato en busca de avenencia. Según la Real Academia Española, también cabe que sea un diálogo de besugos –la conversación sin coherencia lógica–, un diálogo de sordos –la conversación en la que los interlocutores no se prestan atención– o un diálogo social, aquel que mantienen las representaciones empresariales y de trabajadores con vistas a una actuación concertada en la regulación de las relaciones laborales.

¿Qué supuesto corresponde aplicar al diálogo –diàleg– entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. No parece fácil elegir a primera vista, y aunque hay opciones que podrían corresponderles, tal vez no procede incomodarles personalmente con algunas de ellas. Seamos educados.

Diálogo, para Puigdemont es que Rajoy acepte hablar de la independencia de Cataluña, y para Rajoy, diálogo es que el presidente catalán vuelva a la legalidad constitucional

Traducido del catalán y el español al idioma de la política ibérica, diálogo, para Puigdemont es que Rajoy acepte hablar de la independencia de Cataluña, y para Rajoy, diálogo es que el presidente catalán vuelva a la legalidad constitucional, en la que no se prevé la independencia de Cataluña. Así de claro, así de sencillo y así de complicado.

"Pedíamos hacer política y solo hemos recibido querellas, citaciones y plazos", se lamenta el portavoz de la Generalitat de Cataluña, Jordi Turull, ante la ausencia de su diálogo. "Si el señor Puigdemont quiere diálogo, debe reponer todo al momento inicial en que desobedecieron la ley y dar marcha atrás absolutamente en todo", replica la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

Si algo parece estar claro es que no se entienden. Pero como el tiempo pasa y cada día suceden cosas –fuga de empresas y bancos de Cataluña, caída del turismo, tensiones entre familiares y amigos, detenciones, movilizaciones, investigaciones judiciales...– ese desacuerdo previo tiene los días contados, a riesgo de que todos se asomen al abismo y al caos. Algo impropio de la Europa occidental, democrática.

Para este siglo se supone que hay soluciones civilizadas y democráticas, más sutiles y menos traumáticas que las del siglo XX

¿Hay alguna alternativa al bloqueo? Sí, hay varias, pero algunas de ellas –la imposición, la unilateralidad, la fuerza...– tampoco parece oportuno glosarlas en demasía, no vaya a ser que la cosa termine como en los años 30 del siglo pasado. Para este siglo hay soluciones más civilizadas y democráticas, más sutiles y menos traumáticas, empezando por el acuerdo en el marco español –previa reforma constitucional– o, en su defecto, en el marco de la Unión Europea, cuyos tratados también son de aplicación en España y, por tanto, en Cataluña.

¿Y no hay nada que pueda ser eficaz y a la vez más inmediato? Seguramente sí. Nadie lo quiere decir públicamente, pero sí que hay algo que puede ser definitivo. ¿Y por qué no quieren decirlo? Unos, desde Barcelona, porque no les conviene. Otros, desde Madrid, porque podrían sentirse ninguneados. ¿De qué estamos hablando? De Angela Merkel, que a fin de cuentas es quien manda en Alemania, en España y en Cataluña, salvo que Cataluña o España no quieren pertenecer a la Unión Europea o no seguir en la eurozona, en cuyo caso serían plenamente independientes para hacer lo que quieran.

Si Angela Merkel, personalmente, dijese alto y claro lo que le manda decir a Tusk o a Juncker, muchos catalanes le darían una vuelta al procès

Pero como es evidente que Cataluña y España quieren seguir en la eurozona y en la Unión Europea, más les vale que le hagan caso a Angela Merkel, que no es Tusk ni Juncker, sino la canciller de Alemania. ¿Y qué tendría que hacer Merkel? Decir lo que les manda decir –sin mucho éxito– a sus obedientes empleados en la UE. En público o en privado, daría igual, pero de manera clara, sin ambigüedades ni lenguajes políticamente correctos de manera artificial. Con naturalidad, como es ella cuando quiere ser así.

En el momento en el que los catalanes sepan –de verdad– que no podrán estar en la eurozona y en la Unión Europea si se independizan sin un acuerdo previo con España, no habrá DUI ni DIU. Y a partir de ahí, que negocien los años que haga falta para llegar a un acuerdo que no ponga en peligro las cosas de comer. Si se quiere, no se trata, pues, de hablar en secreto, en la oreja de Puigdemont, sino de ser claros y de que la gente entienda bien de que estamos hablando. Porque también hay otra manera de verlo: mientras Angela Merkel no mueva su dedo pulgar, como hacía el César, el independentismo puede seguir prometiendo el paraíso. Ni Tusk ni Juncker ni Rajoy parecen influir lo suficiente en el ánimo de los catalanes partidarios de independizarse.

¿Y qué tendría que decir Merkel para aclarar los conceptos? Bastarían dos cosas: 1) La República Federal de Alemania no aceptará en la UE a una Cataluña que se independice de España sin acuerdo. Y 2) En consecuencia, una Cataluña que se independice de España sin acuerdo no tendrá acceso a las líneas de crédito del BCE. No tendría que decir nada más. Es tal su poder que todo el lío quedaría reducido a la CUP y a una parte –tal vez minoritaria– de las bases (que no la cúpula) de ERC. Si Angela Merkel, personalmente, dijese alto y claro lo que le manda decir a Tusk o a Juncker, muchos catalanes le darían una vuelta al actual procès para emprender el siguiente, con tiempo por delante.

Suelo coincidir con todos los análisis que publica el economista y escritor catalán José Sanclemente en MUNDIARIO, especialmente en los referidos al sector de la comunicación. Pero en este punto voy a discrepar de la tesis del presidente de eldiario.es, exconsejero-delegado de Grupo Zeta, donde trabajamos juntos. Sanclemente sostiene que "no vale para moderar" la opinión de los independentistas que "las empresas  catalanas se domicilien fuera de aquí, ni que se anulen reservas de hoteles como si estuviésemos en guerra, ni que la Unión Europea diga que Catalunya no entrará en su club", ya que en su opinión "nada de eso amilana a mis amigos, familiares y colegas independentistas". Permíteme que lo dude, querido José.

Cataluña es una economía altamente desarrollada que basa su modelo económico en las exportaciones de bienes y servicios, así como en el turismo, tras convertir Barcelona en un parque temático algo saturado. Dentro de la UE y de la eurozona podría ser un país viable, sin duda. Pero simplemente fuera del paraguas del BCE, se colapsaría: no habría euros ni en los cajeros ni, lo que es peor, líneas de crédito en euros para sus empresas. Y fuera de la UE, la recesión económica sería bestial. Tal vez no a medio y largo plazo, para las futuras generaciones de catalanes, pero el impacto para los catalanes de hoy en día sería insoportable. Una locura que ni siquiera tiene sentido seguir imaginando. Aunque cosas peores se vieron en Venezuela, un país que en los años 60 y 70 le daba varias vueltas a España e incluso a Cataluña.

Lo que se promueve desde una parte influyente de Cataluña no es una revolución del proletariado, sino que es una rebelión burguesa que sintoniza con la Iglesia 

José Sanclemente tendría razón si lo que está promoviendo una parte importante de Cataluña fuese una revolución del proletariado de corte anarquista –su razonamiento sería perfectamente aplicable a la CUP y a una parte de ERC–, pero no es eso, no es eso: lo que se promueve desde una parte influyente de Cataluña es una rebelión burguesa de las clases medias y la alta burguesía, capaz de sintonizar con la Iglesia católica a través de la ANC. Todo un gran movimiento transversal pero liderado por el PDECat, que fue el que inclinó la balanza. Para entendernos mejor: el tipo de gente que en A Coruña vota al PP, en Girona vota al PDECat. La diferencia está en que mientras los que votan al PP en A Coruña no intuyen ningún beneficio en la independencia de Galicia, solo reivindicada desde la izquierda nacionalista (BNG), los que votan al PDECat en Girona creen que van a vivir mejor –y a ser más ricos en todos los sentidos (económico, cultural, ...)– si Cataluña es un estado independiente dentro de la Unión Europea. El compañero de viaje es la CUP.

¿Por qué el matiz de "una parte de ERC"? La historia nos enseña muchas cosas. ERC es el único partido de izquierdas de la Europa occidental y democrática que no tiene sindicato. Los grandes partidos socialistas, socialdemócratas y comunistas –léase el PSOE o el PCE– se basaron en la defensa de la clase obrera, no así ERC, que es un partido concebido por intelectuales y nutrido por una base interclasista, más bien urbana. Y precisamente por eso está preparado ahora para ser alternativa de gobierno en Cataluña, una vez quemado el PDECat.

Dentro del grupo de catalanes que ganan más de 4.000 euros al mes se da el porcentaje más alto de independentistas

No es una casualidad que las encuestas indiquen que dentro del grupo de catalanes que ganan más de 4.000 euros al mes se da el porcentaje más alto de independentistas. Si un pijo de Madrid fiel votante del PP, con banderita española en su pisacorbatas, se hace íntimo de un pijo de Barcelona que lleva camisa italiana sin corbata se dará cuenta de que su nacionalismo español, en Barcelona se sustituye como anillo al dedo por el nacionalismo catalán. A ambos les une en el fondo lo mismo: el interés, no solo el amor a España y a Cataluña, aunque también pueden darse casos. Y ese interés se basa en que la alta burguesía de Madrid vive de amamantarse del Estado y de sus provincias, porque las grandes empresas españolas no suelen ser industriales sino de servicios ligados a concesiones públicas. Y si uno repasa sus apellidos puede ver que muchos de ellos ya eran de personas ricas con Franco. Por su parte, la alta burguesía de Cataluña es industrial y/o comercial: sabe hacer su faena y piensa que España es un buen mercado pero un lastre fiscal. Dentro del euro y de la UE se imagina más próspera si suelta amarras en España y se libera de la solidaridad.

De todos es sabido que estas cosas son matizables, que no se puede generalizar tanto, etcétera, etcétera, pero en el imaginario colectivo hay algo de todo esto. Por eso mismo, si Mariano Rajoy quiere mantener la unidad de España –al menos para un tiempo– debe actuar con inteligencia y si él no se ve capaz de resolver el tremendo lío en que está metido debe buscar ayuda. Angela Merkel, que según él es "una buena amiga", puede echarle una mano. Porque solo ella puede decir ciertas cosas.

Este análisis –equivocado o no– aporta una salida provisional, no traumática, que parece más sutil e inteligente que hacer uso de la fuerza. Estamos ante un problema político, de raíz económica y cultural. La tecla que hay que tocar no es la policial ni la judicial, es la financiera, ya que culturalmente a nadie debería molestarle que los catalanes hagan su vida en paz, hablen en lo que quieran hablar y eduquen a sus hijos como les venga en gana. Los catalanes son un pueblo culto, amantes de su lengua propia, orgullosos de sí mismos. Pero por lo que pude ver en Barcelona los catalanes son también pactistas y antes de perder un euro le dan una vuelta a (casi) todas las cosas. Son gente inteligente. Como dice Puigdemont, son gente normal, de paz, con sus intereses. Tal vez por eso mismo, los líderes europeos ya se declararon dispuestos a "reflexionar" sobre Cataluña si Rajoy quiere. Veremos. @J_L_Gomez

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