El inminente diálogo para un pacto educativo obliga a la lealtad y el ejemplo

Esperanza Aguirre. / FB
Esperanza Aguirre. / FB Esperanza Aguirre

Las protestas de Aguirre ante una discutible decisión viaria para el centro de Madrid ni centran ese debate, ni mejoran la convivencia. Recuerdan, eso sí,  sus trucadas actuaciones en Educación.
 

El inminente diálogo para un pacto educativo obliga a la lealtad y el ejemplo

Mientras el CIS dulcifica levemente las sensaciones que tenemos los ciudadanos respecto a la situación política inmediata a la investidura de Rajoy, el PP no deja que la realidad le estropee un buen titular de prensa. “Los cortes de tráfico en Gran Vía buscan destrozar las Navidades”, ha sentenciado la Sra. Aguirre. A su lado, es intrascendente  el último Informe PISA, tan similar a lo que viene diciendo desde el 2000 que viene a complicar su instrumentalización sectaria, inútil para la mejora efectiva de la educación, como sostiene Carabaña. Se autoengaña, sin embargo, el MECD al atribuir las indecisas y desequilibradas  mejorías detectadas ahora a “sus políticas”, pues entre tanto recorte y no poco desdén, la única variable que se ha mantenido constante es la voluntariedad del profesorado responsable. El ambivalente Informe también recuerda la pobreza y desigualdad estructural que rezuma por todas partes el sistema sin que parezca preocuparle a nadie, como si lo relevante fuera el posicionamiento competitivo en un campeonato.  

 El enfado navideño de Aguirre

Para estar en condiciones de debatir una posible reforma de la Constitución, o “dialogar” para un “pacto” educativo que se precie de tal, no parece lo más idóneo este travestismo sonriente que sigue  tomando el rábano por las hojas. Después de 38 años, cierto es que cabe atribuir a la Carta Magna de 1978 una durabilidad que no han tenido otras que, democráticamente hablando, la precedieron. Pero no debiera ser obstáculo para advertir cuestiones y articulado que no merezcan al menos una revisión, so pena de cuarteamiento repentino. Todo lo cual parece irrelevante para el PP que representa Aguirre. Le preocupan más  supuestas trapacerías en la municipalidad madrileña, sin reparar en que su  actitud de “verso libre” puede entorpecer la rima en un contexto de urgencias de más enjundia. La erosión que produjo a la enseñanza pública no se ha olvidado.

Según la vigilante portavoz del PP en Cibeles, la medida de restringir el tráfico navideño en esa céntrica calle tan turística es “inconcebible, esperpéntica, vergonzosa, indigna y cutre”. Estas hiperbólicas y trascendentes calificaciones traslucen una indignación que se habría producido a causa de que se “pisotean los derechos de los ciudadanos”. Y tan alarmante considera la transgresión que amenaza con que acudirá a los tribunales “a denunciar esto”. Como genuino producto de marketing, Aguirre es experta en buscar el máximo impacto mediático mientras ya está avizor de otro instante similar para que no se olviden de ella. Se crece con esto de las denuncias y, cuando se lea este comentario, ya habrá anunciado alguna otra.  Si por Aguirre fuera, los jueces confirmarán que lo de la Gran vía ha sido “un decreto esperpéntico y dañino”. Su afán “político” es siempre altruista, no faltaría más, y no ha dudado en armarse de razón a cuenta de los damnificados, en nombre de los cuales dice expresarse. La decisión del actual Ayuntamiento, al parecer, “llena de indignidad a vecinos y comerciantes”. Sin embargo, al aunar ambos conjuntos sociales, como si no hubiera diferencias entre uno y otro –e intereses a menudo opuestos- nos da un leve indicio del huerto a donde quiere llevarnos hábilmente.

Probablemente no es la mejor de las soluciones la adoptada para la Gran Vía madrileña, pero no hace falta ir al censo para advertir que no todos los que viven en ese distrito –ni todos los madrileños- son “comerciantes” ni que, muy probablemente, muchos se sientan aliviados con que, en estos días de intensa aglomeración de gente en esa calle, la circulación y el trato vecinal les puedan ser más llevaderos al restringirse un tráfico automovilístico a todas luces difícil. Lo importante, en todo caso, es que por Navidad el sentimentalismo de la cercanía a los más airados con cualquier cambio que moleste a sus costumbres de siempre puede producir adhesiones y votos.

La aristócrata indignada

De todos modos, ¡bienvenida sea Dña. Esperanza al sector de los indignados! Sin duda podrá ayudarles a salir de sus pesares si, a tanta pesadumbre verbal, añade algún testimonio operativo del que puedan deducir que de verdad está a su lado. No tema que, por ello, la desamparen muchas protecciones que la han librado de problemas; en compensación, pronto tendrá el apoyo unánime de cuantos no paran de criticarla por los que dicen les ha causado su peculiar estilo de manejar los recursos públicos. Algunas habilidosas “competencias” les podría empezar a transferir y que pudieran hacer frente a las reivindicaciones en que no cesan –con multas incluidas a veces-, pues ha sabido salir indemne de algún percance sonado en esa calle madrileña por la que ahora clama tanto.

Mientras esto no suceda, permita la consorte aristócrata, si no quiere ser populista –adjetivo que suele emplear con otras personas-, que los ciudadanos que no son comerciantes, hosteleros ni autobuseros con licencia para estorbar, no se sientan representados por su aparente indignación.  No podrá hacerse con su complicidad de otro modo.  A sus ahora defendidos no les suele ser asequible la difusión de sus abundantes quejas y se extrañan de la prontitud con que lo ha logrado otra vez. ¿Ha sido por mera tradición de sus múltiples cargos? Lo cierto es que siempre ha tenido fácil acceso a los medios y ha podido ser prolijamente locuaz. Ya antes del “tamayazo” –y sin que decayera con tan milagroso acontecimiento-, la televisión y la prensa le fueron construyendo una imagen de listeza. Sus siempre oportunistas declaraciones poco le valieron, de todos modos, para liderar su partido, aunque lo intentó.

Además, al común de sus vecinos le sorprende esta repentina consagración de Esperanza Aguirre a la defensa de unos derechos presuntamente conculcados ahora por el Consistorio de Carmena. La han visto en “el candelabro” demasiadas veces, enarbolando pretextos de todo tipo. En la mayoría, lució desparpajo sin privarse de ningunear a sus oponentes cuando le vino en gana.  Incluso cuando estuvieran en litigio los derechos colectivos frente a intereses estrictamente privados. Sin necesidad de ser muy memoriosos, quienes han estado al tanto de las políticas educativas y sus consecuencias durante sus años de exuberancia verbal  no olvidan dos faenas que le salieron más o menos bien a ella pero que perjudicaron seriamente a los ciudadanos. Aquello de las “Humanidades”, cuando fue ministra de Educación entre mayo de 1995 y enero de 1999, le reportó indudables beneficios de imagen. Los continuaría reforzando desde la presidencia de la Comunidad madrileña con dineros públicos para atacar a oponentes como Mareaverde, pero sus afanes por una España neoliberal, continuista del liberalismo más rancio del XIX, lograron que el alumnado madrileño fuera especialmente ignorante de la Historia Contemporánea de su país. A su otra fijación mental también le dedicó gran atención. Tanto abanderó “la calidad” educativa que, además de ir contra un pacto educativo –que tuvo ocasión de firmar hace casi 20 años  y no firmó-, ha logrado una gran mejora en  la segregación escolar, lo que hizo que el circuito de la enseñanza privada tuviera enormes oportunidades para ampliarse y la enseñanza pública resultara gravemente erosionada, como predijeron algunos miembros de su camarilla

Por todo ello, cuando los ciudadanos ahora supuestamente defendidos recuerdan  las decisiones de su ahora defensora, cuando ejercía importantes cargos de poder efectivo, además de que ven todavía amplias zonas de transparente oscuridad in actuando e in vigilando,  no dejan de percibir las  grandes limitaciones que le impone su duro sectarismo.  En fin, que esta coyuntura no es lo más oportuna para sacar de nuevo en procesión su figura a las palestras informativas. Si es improbable una reforma constitucional para la que no hay suficientes consensos previos, los pactos a que deberá irse acomodando Rajoy requieren otras ejemplaridades. Especialmente, si quiere lucir un “Gran Pacto de Estado Social y Político por la Educación”, nomenclatura tan alambicada que, para no quedarse en nominalismo puro, requiere mimbres más consistentes y flexibles.

Dialéctica para impresionar

Con todas las consecuencias que las aventuras de Aguirre han traído a la enseñanza pública y, en general, al desequilibrio social, este pretexto de la Gran Vía, por más que parezca menor no deja de ser chungo. Si es lástima que desaproveche su derecho a la libre expresión, las salidas de esta mujer –poderosa todavía en muchos frentes- vuelven a obligar, ante todo, a una pérdida de tiempo, por querer simplificar y llevar el agua a su molino a base de despistar. Al colocar como problema en el centro del debate municipal lo que no pasa de cuestión coyuntural, deja intocada la parte más sustantiva del asunto. Sus ofendidos, no son, en este caso, los damnificados por la gentrificación que está experimentando el centro de Madrid ni los dañados por la turistificación creciente que sufre la inmensa mayoría de vecinos de esas u otras áreas urbanas aledañas: eso ni se toca.  Sólo le interesan los hosteleros y autobuseros discrecionales -amén de algunos comerciantes dudosamente despistados con las ventajas de la peatonalización-, que parecen protestar, por miedo a una posible “ruina” de sus particulares negocios que los demás deben soportar estén o no desregulados.  Entre tanto ofendido como pulula en este género de conflictos, Aguirre se solidariza con que ninguno parezca haberse parado a pensar en el ritmo que va tomando la desconsideración que las servidumbres que le benefician genera hacia las demás personas que viven en la zona si no se las tiene en cuenta.  ¿No habría que debatir de quién es la ciudad y si vamos camino de que sólo los intereses de quienes se benefician copiosamente del turismo rijan su diseño? ¿Habrán de contentarse con votar cada cuatro años más o menos y apandar con lo que salga? ¿Sólo deberán conformarse con apariencias de lo que para ellos es más déficit que dividendo atractivo?

Hubiera sido fantástico que la portavoz municipal del PP llamara la atención –ya que puede- sobre estos asuntos, tan entrecruzados estructuralmente con la evenemencialidad del tráfico navideño en Gran Vía. En su lugar, ha añadido algunas perlas más a su habitual sermoneo que no tienen desperdicio. Esto de poner énfasis –negativo- en que sea  ”cuestión ideológica” la resolución adoptada sobre esta calle, sólo parece coherente con que Wert y compañía se hayan propuesto que la Filosofía pinte poco en el sistema educativo por “inútil”. Así se hace difícil saber por qué Platón o Aristóteles le dieron valor tan principal a las ideas en la vida de las personas. Va  a resultar que el pensar, razonar y exponer claramente lo que se piense sobre los problemas que nos incumben, o era cuestión exclusiva de los homínidos o, tal vez, específica de personas con pedigree como Dña. Esperanza.  

No deja de ser también sugestivo que la nueva lucha social consista, a sus ojos, en ”enfrentar a coches con personas”. Salvo que del lado de los que denomina “coches” hayan de sobreentenderse incluidos neoliberales muy maquinales, en cuyo caso seguiríamos donde siempre, aunque en una lucha de clases encubierta o subrogada, ahora que las sociologías al uso rehúyen hablar de “clases”. Tampoco menta a los trabajadores precarizados: “personas” diluye mejor el conflicto de intereses y lo traslada a otra órbita, la celestial, esa zona del imaginario donde Fígar, González o Granados -amén de otros grandes talentos fichados por la aguda perspicacia de Esperanza-, ya no nos podrán dañar. Según el P. Astete (1537-1601), a quien tuvimos que recitar, la Gloria, al revés del Infierno, es “un estado perfectísimo, en el cual se hallan todos los bienes sin experimentarse mal alguno”.

Y por lo que atañe a los verbos “destrozar” y “pisotear”, nada menos que “las Navidades”, en vez de la libre circulación de vehículos pase lo que pase, suena a uno de esos lapsus en que, sin querer, salen a la luz intimidades que no se desea explicitar. Tal vez se le escapó aquí a la portavoz lo que realmente quiso hacer cuando pretextó promover  libertades  como la de “elección de centro”, los derechos de los papás sobre los de los niños o sus particulares preocupaciones cualitativas por la educación.

¿Sin plagiar?

 Un despiste lo tiene cualquiera, pero no es disculpable cuando es reiterativo en asuntos de la envergadura de los sistemas de Sanidad o Educación. Menos lo es para cuantos jalearon sus soflamas en pro de una convivencia tan agria y desamparada. Don Arturo Shopenhauer escribió un pequeño opúsculo que debiera ser más conocido: El arte de tener siempre razón. Entre las estratagemas dialécticas que propone para derrotar a los adversarios, hay varias como las que nutren este reciente alegato de Aguirre. Por ejemplo, la 15: “Si hemos expuesto una tesis paradójica que tenemos dificultad en demostrar, hay que presentar al adversario cualquier proposición exacta, pero que no sea del todo evidente, a fin de que la acepte o rechace, como si fuese de allí de donde queríamos sacar nuestra demostración”. Si la rechazara, se le haría ver el absurdo de su posición y se triunfaría, y si no, mejor será preparar otra jugarreta o sofisma para el siguiente asalto.

Lo escrito por el filósofo alemán en 1864 no es pura paleontología: sigue vivo y molesta más de lo necesario a quienes tratan de ser leales con el bien común. Quienes en más de una ocasión hayan sentido insultada su inteligencia por todo género de argucias sepan que también Shopenhauer fue maestro en el impertinente uso de la ofensa como último recurso de convicción. Dejó de hecho un florilegio amplio en sus obras, que alguien recopiló como El arte de insultar. Sería de mala educación, especialmente ahora que parece haber disposición para “dialogar”. En la tregua provisional de estos seis meses, queda pendiente comprobar si el tal “diálogo” y los subsiguientes “pactos” transcurrirán por trampantojos similares a los aquí comentados. En el aire está qué vaya a definir mejor a esta Legislatura.

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