La importancia del cambio climático, relegada por la urgencia de la crisis

Sequía por cambio climático
Los efectos del cambio climático son irreversibles y deslocalizados

Desde 2008, todo ha dejado de ser importante excepto la crisis, que pasaba a ser lo más urgente y relegaba cuestiones tan importantes como el deterioro del medio ambiente.

La importancia del cambio climático, relegada por la urgencia de la crisis

Desde 2008, todo ha dejado de ser importante excepto la crisis, que pasaba a ser lo más urgente y relegaba cuestiones tan importantes como el deterioro del medio ambiente.

Con el medio ambiente está pasando como con esos temas importantes a los que se dedica un día internacional bajo el patrocinio de Naciones Unidas, convertidas en una especie de plataforma universal de la sensibilidad ética y social de la humanidad, pero sin apenas repercusiones prácticas. Niños, mujeres, homosexuales, minorías étnicas, enfermos de males diversos no rentables para las multinacionales farmacéuticas… Una vez al año, por lo menos, son recordados a través de informes de denuncias y mensajes de buena voluntad, que por lo menos sirve para mantener esporádicamente la memoria sobre problemas sociales permanentes.

Sobre el medio ambiente y todos sus detalles adjuntos (contaminación, biodiversidad, cambio climático… ) se vienen celebrando cada año una o varias reuniones de diferentes niveles, desde comisiones científicas hasta cumbres internacionales (como la última celebrado en septiembre en la sede central de la ONU), con especial intensidad desde que, en 1992, se celebró en Rio de Janeiro la llamada Cumbre de la Tierra, de la que salió la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que en 1997 elaboró el conocido Protocolo de Kioto, que marcó unos modestos objetivos de control de emisiones contaminantes que está costando un mundo desarrollar. Hasta 2005 no fue posible llegar al mínimo de estados que ratificasen el protocolo para ponerlo en marcha y como los objetivos marcados para 2012 no se cumplieron, en 2013 se prolongó el plazo hasta 2020. Y así, entre reuniones rituales, hasta la catástrofe final.

El año 2007 fue un momento dorado de la concienciación sobre la situación del medio ambiente, a partir del informe del Grupo Intergubernamental de la ONU sobre el Cambio Climático, que ratificaba el consenso de la comunidad científica internacional sobre la repercusión de las actividades humanas en el calentamiento global y la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de gases de efectos contaminantes para frenar un proceso que pone en peligro la supervivencia de la especie humana. A los científicos integrantes de ese grupo les concedieron ese año el Premio Nobel de la Paz, junto con el ex vicepresidente estadounidense Al Gore por su labor de divulgación sobre el mismo asunto. Por un tiempo, los medios de comunicación y los foros internacionales de debate prestaron atención a uno de los problemas más serios y universales.

Pero la no menos universal crisis financiera se cruzó inoportunamente (o quizás oportunamente, según quien lo considere) en el palmarés de las prioridades. Desde 2008, todo ha dejado de ser importante, con la excepción de la crisis y de sus consecuencias, que pasaba a ser lo más urgente y relegaba a segundos o terceros planos las cuestiones importantes. Incluso empezaban a considerar esas cuestiones poco o nada importantes. Así, con mayor o menor intensidad en cada país, no sólo van desapareciendo derechos laborales y servicios sociales (donde los había, claro, porque una gran mayoría de la población mundial puede que nunca llegue a conocerlos), sino que también van disminuyendo las posibilidades de supervivencia humana a golpe de despilfarro de recursos y de crecimientos irracionales.

Y ya sabemos quienes resultan siempre más perjudicados, en las crises y en las posibilidades de supervivencia. Eso sí, a falta de capacidad real para controlar conflictos o para marcar pautas racionales en la explotación de los recursos del planeta, las Naciones Unidas servirán por lo menos para mantener la memoria de las causas nobles no atendidas y de las medidas de corrección del desastre que, previsiblemente, sólo se pondrán en marcha cuando los índices de deterioro empiecen a afectar al famoso 1 por ciento da población que concentra el 46 por ciento de la riqueza del mundo.

(A menos que algo se mueva entre el 99 por ciento restante para establecer nuevos equilibrios y proyectar futuros con más esperanzas a compartir).

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