Hemos fabricado una democracia: ahora sólo falta fabricar demócratas

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.
Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.

Vivimos en un país libre con parte de su decorado de cartón piedra… Pero nosotros, su pueblo, con honrosas excepciones,  creemos que la democracia es una forma de estar y no una perseverante forma de ser.

Hemos fabricado una democracia: ahora sólo falta fabricar demócratas

Vivimos en un país libre con parte de su decorado de cartón piedra… Pero nosotros, su pueblo, con honrosas excepciones,  creemos que la democracia es una forma de estar y no una perseverante forma de ser.

Sin sueños, como aquel que reveló Martin Luther King en el Memorial Lincoln, se puede acceder a las Casas Blancas, a Las Moncloas, a los Olimpos en los que entran y salen diosas y dioses con pies de barro, pero es prácticamente imposible acceder a esas páginas de la historia donde nunca habita el olvido. Yo tenía 13 años cuando JFK se desplomó sobre el regazo de Jacqueline como un muñeco roto. La sangre no se distingue en blanco y negro. Pero, entre aquel primitivo granulado que conformaba las 625 líneas, se podía intuir que se estaba desangrando irremisiblemente aquello a lo que los adultos llamaban “La nueva frontera” Cinco años después, como un preludio del mayo del 68, caía el Premio Nobel de la Paz que una vez había tenido un sueño. Tenía 39 años, sólo dos más que Pablo Iglesias, tres más que Albert Rivera, cuatro menos que Pedro Sánchez y 21 menos que Mariano Rajoy, pero sus pasos y sus palabras ya habían dejado una profunda e imborrable huella como patrimonio inmaterial de la humanidad. Unos meses después, mientras empezábamos a deshojar margaritas sobre las posibilidades de la imaginación al poder, si, no, si, no, por las calles de París, se nos desplomaba un castillo en el aire de la esperanza en el hotel Ambassador de Los Ángeles, junto al cuerpo tendido de Bobby. Le quedaban escasos meses para llegar a la estación término del despacho oval, pero en vez de hacerse el sueco y dejarse llevar por la inercia, siguió echando pie a tierra en las estaciones intermedias de la verdad, casi toda la verdad y nada más que la verdad.

La rentabilidad de las mentiras repetidas mil veces

Por lo visto, fue una traumática lección para nuestra generación que, a mis escasas luces, está claro que ha marcado las líneas maestras de mis colegas de época y sucesores que han acabado dedicándose a la cosa pública. Han descubierto que la verdad perjudica seriamente la salud. La política y, a veces, incluso la física, lagarto, lagarto. Y como de los polvos vienen siempre los lodos,  ahora, miradles, mejor dicho, escuchadles, practican la mentira, casi toda la mentira y nada más que la mentira. Sin tetas no habrá paraíso, como intentaba persuadirnos hace unos años TVE, pero con sueños ya no hay porvenir en las aguas turbulentas de la política. Nadie quiere ya entrar en la historia, sino en las ejecutivas de los partidos, en las quinielas de ministrables, en los repartos de migajas de los parlamentos, en las agendas de los “gurús” de los medios de comunicación, en los coches oficiales, en las tertulias prime time y en las conciencias de los españoles en las que, una mentira repetida mil veces, también tiene muchas posibilidades de convertirse en verdad.

El poder para soñar o el sueño del poder

Ya nadie quiere tener sueños, sino poder. Hubo un tiempo en el que los seres humanos intentaban alcanzar el poder para poner en prácticas sus sueños. El problema, ahora, es que a nuestros soñadores, je, nuestros Rajoys, nuestros Pedrosánchez, nuestros Pabloiglesias, nuestros Albertrivera, les cuesta un horror distinguir cuál es el medio y cuál es el fin. Ya no saben si sueñan con lo que pueden hacer si alcanzan el poder o, sencillamente, persiguen el poder para alcanzar su sueño. Con todas las excepciones que ustedes quieran añadir para confirmar la regla, a mí me recuerdan un horror a aquel frívolo torero al que llamábamos Luís Miguel Dominguín, ¿recuerdas? Del poder, como de Ava Gadner, lo importante no es lo que puedas sentir o hacer con él/ella, sino lo que puedas presumir ante los demás cuando uno u otra han caído rendido/a en tus brazos. Ya no tenemos políticos propiamente dichos, sino aspirantes a “latin lovers” obsesionados con llevarse al huerto a esa señora de tan buen ver a la que seguimos llamando España.

La asignatura pendiente de fabricar demócratas

Estas cosas ocurren, Director, porque España ha estado tan concentrada en reconstruir la democracia que había dejado en ruinas el franquismo, que solo ha tenido tiempo para crear organismos, instituciones, Cartas Magnas, Tribunales Constitucionales, sectas ideológicas disfrazadas de partidos políticos, cainismo mediático camuflado de pluralidad, candidatos a caudillitos municipales, autonómicos, nacionales, con una sola diferencia respecto al genuino caudillo que nos amargó la existencia durante 40 años: que, estos de ahora, aunque nos los imponen los aparatos de los partidos, por lo menos son elegibles o rechazables en las urnas, oye. O sea, que hemos fabricado una democracia que puede pasar controles de calidad, aunque ese tipo de controles hayan quedado en cuarentena desde el inesperado asunto de Voklswagen: ¡Era alemán!, que diría Claudia Schiffer. Que nuestro decorado de cartón piedra al que llamamos sistema de libertades, no tiene nada que envidiar a los impactantes decorados de la grandes superproducciones de Hollywood. Que hemos aceptado pertenecer a un club al que admiten a tipos como nosotros, algo a lo que ni siquiera se atrevió el mismísimo Groucho Marx. Ahora, lo que falta, lo que se echa de menos, el déficit que debería preocuparnos tanto o más que los dichosos déficits macroeconómicos que nos quitan el sueño, es el déficit de democracia per cápita de mi pueblo y mi gente, ¡oh, los españoles!, cada vez menos tolerantes, menos dialogantes, con menos capacidad de criterio propio, con tanta facilidad de mimetismo con el criterio ajeno, tan “unamunianos” para adaptar resignadamente aquel ¡qué invente ellos!, de Don Miguel, a éste ¡qué nos salven ellos!, los caudillitos, los mesías, los expertos charlatanes, al que se aferran tantos dones y doñas anónimos convencidos de que esto de la democracia es una forma de estar, en vez de una forma de ser.

¡Ser demócrata da mucho chollo!

Cierto es, señores del jurado, que España ha fabricado un elogiable decorado para representar la divina comedia de la democracia. Ahora sólo falta fabricar demócratas, actores salidos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que se aprendan los papeles y sean capaces de hacer una representación diaria, todos los días, de todos los años, por todos los siglos de las siglas.

¡Esto de ser demócrata, y no sólo parecerlo, es que da mucho chollo, oiga!

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