Hace 40 años que España volvió a la libertad, pero tiene que seguir construyéndola

Patio de un colegio.
Patio de un colegio.

Para muchos, ya van más años de democracia que de etapa franquista. Pero no cabe decir que se haya desarrollado tanto: en eEucación, el listón ha sido bajo.

Hace 40 años que España volvió a la libertad, pero tiene que seguir construyéndola

Hay logros importantes que, como reclama Antón Saracíbar para 1977 -el año “que volvimos a ser libres”-, están cumpliendo 40 años o están a punto de cumplirlos. Ya se han cumplido  en cuanto a la libertad sindical, y ahí siguen también los del atentado múltiple de Atocha. 40 años ha cumplido, en Madrid, la FAPA Giner de los Ríos, base de una de las asociaciones de madres y padres más revindicativas en asuntos educativos, CEAPA.

Acababa de ver la luz la “Alternativa para la Enseñanza” en que se pedía un “salario mínimo de 20.000 pesetas, estabilidad en el empleo-no al paro, escolarización gratuita, gestión y planificación democrática de la enseñanza, sindicato democrático, por la amnistía y por las libertades”, y se reivindicaba “la escuela única”: todavía no había Constitución…

Conmemorar qué

Los riesgos de que hayan pasado 40 años son múltiples. Para quienes no los tienen o los han cumplido recientemente, pensar que todo eso ha estado siempre ahí, como el otoño después del verano en el ciclo estacional. Y para quienes ya eran talludos en 1977, después de los 40 grises anteriores, creerse que su naturaleza es tal que una vez logrado se sostiene por sí mismo. Es otra forma de olvido y justificar “batallitas” que no evitarán que reviva el abuso.

El recurrente abuso de lo natural como excusa es un eufemismo cargado de trampas. La naturaleza enseña a cuantos abandonen el encapsulamiento urbano lo poco simpática que puede ser, y lo frágil y mutante que siempre es. Ahí está el río Ebro, el más caudaloso y largo de España según nos enseñaron en la escuela, cuyo tramo medio lleva en este momento un caudal de 35 metros cúbicos por segundo cuando lo “normal” –la media estadística de registros hidrológicos fiables- sería que llevara 100. Quienes sigan el ritmo de las floraciones y llegadas o partidas de aves migratorias pueden decir cómo es de arriesgado fiarse de la “belleza” y “normalidad” de la naturaleza si preocuparnos de cómo interferimos en sus ritmos haciendo peligrar nuestra propia ecología.

Los historiadores que documentan fiablemente el pasado  saben mejor que nadie del riesgo de silenciarlo o manipularlo. Si algo constituye al ser humano es su memoria y su historia: no son  lo mismo y se complementan. Cuantos hayan tenido cerca el Alzheimer saben del deterioro de quienes lo padecen y el vegetar indeterminado que acarrea. Similar es lo que producen determinadas narrativas que, aunque se digan históricas, son imaginarias y poco fiables. Incluso las hay oficiales y siempre han estado en muchos libros de texto, un asunto que seguirá dando la paliza indefinidamente. Les encanta adoctrinar adoctrinar, y todavía a estas alturas su referencia de autoridad es la Enciclopedia Álvarez: 22 millones de ejemplares se vendieron entre 1951 a 1966, a los que sumar varias ediciones facsímiles para añorantes después de 1997. Todavía va a ser difícil concordar a gusto intereses tan encontrados como en esto se concitan, lo que seguirá dando validez al refrán gallego: cada un fala da feira según lle vai nela…

De todos modos, merece la pena echar la vista atrás de manera reflexiva sobre lo vivido colectivamente en esos 40 años, la edad media de la esperanza de vida actual. A condición de no mirarlos como solemos cuando ejercemos de turistas: el turista habitual, según describió J.D. Urbain en 1993, es “el idiota que viaja”. Es más recomendable la actitud del viajero, dispuesto a sorprenderse y aprender. Conviene asimismo no dejarse manipular por las urgencias del presente: suelen enturbiar el aprendizaje que, si es pausado y documentado, puede proporcionar el pasado. En fin, los interesados en esa búsqueda explicativa no han de olvidar que los “eventos” conmemorativos –especialmente los oficiales- suelen ser encerronas en que el poder triunfante se justifica a sí mismo, tentación que abunda más cuanto más alejado esté de la pretensión original. Los libros, folletos y eslóganes que en tales ocasiones florecen, casi solo hablan de quien los patrocina. Rara vez son ocasión para aprender algo que no sea otro modo de que se fortalezca un orden instituido en que nada sea cuestionable. Cuando se invocan los años transcurridos -25, 50, 75 ó 100 son muy socorridos-, raro es que no sea para tapar la boca a quien discrepe… en lo que sea. Sin ir más lejos, ahí está la Iglesia, superviviente durante casi dos mil años: la adaptabilidad de sus centenarios es sorprendente, como ha podido verse en la última visita del Papa a Fátima hace unos días. Y entre miles de ejemplos, ahí tenemos al PSOE alegando 148 años de existencia como argumento incierto.

La Historia maestra

Suele decirse que la Historia es maestra de la vida.  Y no está mal si se parte de  que, cuando Cicerón dijo lo de magistra vitae, lo que afirmaba en realidad no se refería a la Historia sino las “historias” o cuentos que, como saben cuantos gustan de contarlos a sus pequeños, tienen habitualmente alguna función moralizante o didáctica. Adecuada a un sistema de valores morales que se quieren inculcar, la idea es: haz como fulanito y te irá bien. Si leen El Conde Lucanor, que escribiera Don Juan Manuel en el primer tercio del siglo XIV, verán cómo reproduce el éxito de la sentencia ciceroniana, transmitida a través de los estudiantes de Retórica y elocuencia porque iba estupendamente para atraer la atención con anécdotas “ejemplares”. El poder lo sabe y quienes lo detentan lo intuyen.

No es mal ejercicio para los preocupados por la Historia –y no por las invenciones interesadas en ocultar atropellos- tratar de resolver dudas sobre lo relevante a saber. Suelen ser la clave de lo que merece la pena aprender. ¿Para qué? La mayoría de las veces, no para repetirse y esclerotizarse. Y muchas otras para modificar lo que haya que modificar pero sin perder la brújula.  Conste que la esencia del conocimiento histórico es el cambio, no la geología estática. Tampoco es suya la moral de lo que está bien o mal, ni la metafísica de las esencias. Y si bien se mira, no se vaya a la Historia con la pretensión de hacerse un experto en Erística, esa derivación de la lógica que Shopenhauer denominaba El arte de tener siempre razón. Los saberes de la Historia son más humildes, pero muy valiosos respecto a la verdad y lo verídico. Por eso tardó en llegar de verdad a las aulas –como Antonio Viñao ha estudiado- y por eso se la desvirtúa tanto.

Esta semana se están produciendo sensibles movimientos que, si no se pierden de vista, permiten observar de cerca este andamiaje metodológico. A partir del domingo por la noche, se abre un compás de espera para ver hacia dónde evoluciona el PSOE. Si la Historia es “cambio”, más interesante no puede ser el conocimiento del que de ahí surja: hacia dónde, cuántos afiliados lo van a seguir, cuántos cambiarán de acera; y, en el horizonte próximo, cuántos votantes ligarán su voto a lo que entiendan que les conviene del nuevo PSOE. Más acuciantes pueden ser las dudas de quienes les hayan votado desde finales de los setenta y especialmente en el 82. No dejarán de hacérselas antes de emitir sus próximos votos: ¿Es este mi PSOE? ¿Es este el PSOE original? ¿Es otro PSOE? ¿Para llegar a esto ha hecho falta tanto traqueteo del tren en este último año y en el supuesto debate a tres? ¿Si viniera ahora el Pablo Iglesias de 1879 se reconocería en este nuevo PSOE? ¿Con cuál de los tres candidatos se quedaría?

Al compás de estas cuestiones –y otras que pueden hacer más compleja la observación de lo que vaya a ocurrir-,  quienes hayan votado a este partido en el pasado es muy probable que se sigan preguntando si no les merecerá más la pena votar a otros partidos. Y puede que algunos también se pregunten si ellos o los afiliados no se habrán aburguesado tanto en estos 40 años molestarían mucho aquel PSOE inicial, fundado precariamente en Casa Labra. Bien. Pues la prensa y los medios ya lo están contando antes de que suceda nada el domingo. Ya se puede comparar qué dicen unos y otros; es un buen ejercicio documental para todo buen lector de historia que quiera hacerse un criterio propio.  Añádanle los floridos comentarios de opinión que empezarán a bullir el propio domingo por la noche, y podrán aumentar el material en qué entretenerse para dilucidar si les dicen de manera incontrovertible qué haya pasado. ¿Habrá que esperar otros 40 años –quienes alcancen a contarlos- para enterarse con seguridad?

Prenociones

De las novedades mencionadas al principio, también hay algunas en asuntos educativos que ya han cumplido 40 años. Es indudable que nos han hecho bien: ayudarnos a convivir mejor, que no es poco. La cuestión es si hemos de contentarnos con ello impertérritos e inconmovibles o si no merece la pena revisar lo que no funciona o no ha estado a la altura de las expectativas y por qué.  Y más teniendo en cuenta que pasan del 70% los que, cuando se votó la Constitución en 1978, o no habían nacido o no tenían derechos de voto.

Estén atentos porque el recurso al pasado para que no se entienda nada del presente es constante. Francis Bacon, uno de los padres del conocimiento científico hace casi 400 años, ya hablaba en su obra, Novum organum (1620), de los idola tribus –los prejuicios- como obstáculo para avanzar: “Las prenociones tienen potencia suficiente para determinar nuestro sentimiento; ¿no es cierto que si todos los hombres tuviesen una misma y uniforme locura, podrían entenderse todos con más facilidad?”  (I, 27).

Comentarios