En las guerras mediáticas también vale todo

Pedro Sánchez. / Anamaría Tudorica
Pedro Sánchez. / Anamaría Tudorica

No se recordaba una unanimidad semejante en la prensa escrita editada en Madrid respecto a la figura de Pedro Sánchez. Una suerte de "enemigo público número 1" que mereció una fuerte beligerancia.

En las guerras mediáticas también vale todo

Las recientes elecciones al Parlamento gallego y la dimisión de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE colocan a los medios de comunicación en la agenda de las inexcusables reflexiones de los sectores más críticos de la opinión pública.

Afirmar que la victoria en una confrontación electoral es debida, primordialmente, al comportamiento de los medios es una simplificación que debe ser abandonada en los análisis posteriores al cierre de las urnas. Pero desconocer la importancia de ese factor en la conformación de la opinión del electorado es un despropósito que descalifica a quien lo practica.

Reflexionando sobre lo sucedido el pasado 25 de septiembre conviene, antes de nada, ejercitar la memoria. En los últimos meses del año 2008, el bipartito (PSdG-BNG), a pesar de que encaraba el final de la legislatura exhibiendo un balance razonablemente satisfactorio en la evolución de los índices que miden el bienestar social de una comunidad, tuvo que aguantar una campaña mediática –promovida, fundamentalmente, por el principal grupo empresarial privado de ámbito gallego– que buscaba crear la opinión de que Touriño y Quintana eran unos vividores rodeados de bienes de lujo y distantes del sufrimiento de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Llegó el día de las elecciones y ya sabemos lo que pasó: el BNG perdió un diputado en la provincia de A Coruña y Feijóo consiguió los 38 escaños de la mayoría absoluta. Las razones de ese resultado fueron, sin duda, variadas pero en el catálogo explicativo deben figurar aquellas inolvidables portadas apocalípticas.

Ahora, las imágenes comprometedoras de las amistades peligrosas de Feijóo dejaron paso a un menú con dos platos: la creación y consolidación del mito de la buena gestión presidencial y el aprovechamiento intensivo de cualquier oportunidad para fortalecer la idea del caos asociado a una eventual alternativa gubernamental de la oposición.

Citemos un ejemplo revelador de la práctica de esa dualidad valorativa. Tres días antes de que finalizara la campaña, Feijóo pidió explícitamente el apoyo de los votantes para “elegir directamente” al presidente de la Xunta. La filosofía que estaba postulando no se compadecía con la letra y el espíritu de la actual Constitución: aquí no hay elecciones presidenciales; se votan representantes parlamentarios que luego eligen a la persona que preside la Xunta. Ninguno de los analistas habituales reparó y criticó esta nociva pedagogía empleada por el dirigente del PPdG. ¿Qué habría ocurrido si tal mensaje hubiese sido emitido desde la Marea o desde el BNG? Las acusaciones de populismo chavista estarían servidas desde el primer minuto.

Es verdad que las razones del triunfo del PP son más amplias pero el dilema interesado difundido desde el “estado mayor” del partido gobernante -o Feijóo o el caos- fue metabolizado por una parte del electorado mediante la conocida máxima de que “es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

No se recordaba una unanimidad semejante en la prensa escrita editada en Madrid respecto a la figura de Pedro Sánchez. Una suerte de “enemigo público número 1” que mereció tal nivel de beligerancia que el propio Borrell protestó verbalmente contra los editoriales del periódico El País. Argumentaba el ex -ministro socialista que el secretario general de su partido no podía ser elegido por el grupo Prisa. He ahí, precisamente, la línea roja que atravesaron estas empresas mediáticas: no sólo apostaron por un gobierno de Mariano Rajoy sino que también quisieron seleccionar el modelo de oposición de los próximos meses. Y quien no acepte ese diseño, deberá asumir las consecuencias. Como en cualquier otra guerra, aquí vale todo.

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