La globalización del nacionalismo amenaza seriamente la democracia occidental

Bandera Estados Unidos. / graphickstock.
Incluso democracias tan viejas como la de Estados Unidos se ven amenazadas. / graphickstock

Los regímenes democráticos del mundo que aún creen en la solidaridad y la paz, son amenazados por iniciativas de la derecha extrema que son, por ahora, institucionales. Quién sabe mañana.

La globalización del nacionalismo amenaza seriamente la democracia occidental

Ya no sorprende ver el resurgimiento del nacionalismo en Europa. Algo que comenzó durante el año 2016, y que con la llegada de Donald Trump en lo que va del 2017 se ha vuelto tan poderoso que incluso partidos de corrientes moderadas se han visto obligados a inclinarse bruscamente hacia la derecha, alejándose  de sus principios básicos de tolerancia, apertura y diversidad.

En Francia las cosas van en escalada, y ya no necesariamente se circunscriben a Marine Le Pen. El miedo ha tomado el control y algunos municipios han prohibido prácticas religiosas o cuestiones tan pequeñas como que las mujeres musulmanas se cubran completamente el rostro de acuerdo a sus costumbres. El parlamento danés aprobó en enero de 2016 la polémica "ley de la joyería". Una ley que permite al Gobierno confiscar objetos de valor de los solicitantes de asilo que llegan para ayudar a financiar su alojamiento. Cualquier parecido con las prácticas de la Alemania Nazi del siglo XX es mera coincidencia.

En Reino Unido el Brexit fue impulsado en gran parte por la retórica anti-inmigrante del Partido de la Independencia  que hace mucho tiempo ha pedido que Gran Bretaña cierre sus fronteras. De las consecuencias de esa pugna David Cameron perdió su trabajo, y el impacto sobre la integración de la economía británica con la Unión Europea ha sido evidente.

Los partidos de extrema derecha en Francia, Holanda, y otros países no se han quedado atrás en la reclamación  de sus propios plebiscitos públicos al mejor estilo del Brexit. Frente a la presión de la Unión Europea para aceptar su cuota de refugiados, los funcionarios de países como Eslovaquia, Estonia, Bulgaria, o Polonia, han dicho que sólo aceptarán a los solicitantes de asilo que profesen la religión cristiana, esto es, a los cristianos confesos o nadie en absoluto.

Incluso en Alemania, donde la condena global, y el pudor nacional a causa de sus lamentables papeles históricos han sido durante mucho tiempo la pieza que evita la atracción hacía el nacionalismo, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania ha logrado hacer girar la lógica del desprecio y la xenofobia una vez más.

Como se recordará, en una elección local a principios de septiembre del año 2016, la AfD obtuvo más votos que el partido conservador de la Canciller Angela Merkel, y todo ello en su propio distrito electoral. En otra elección local, celebrada en Berlín el 18 de septiembre, la Unión Demócrata Cristiana de Merkel registró el peor resultado de su historia en la capital.

Merkel ha reconocido que la infelicidad por su política de refugiados ha ayudado a impulsar algunas de sus recientes pérdidas electorales, pero también ha advertido sobre la creciente amenaza que representa el ascenso de la derecha en suelo europeo. 

En la vecina Austria las cosas no marchan mucho mejor.  El Partido de la Libertad de Austria que se hizo con cerca de una quinta parte de los escaños en el parlamento durante las elecciones de 2013, ha comenzado a ganar paulatinamente una seria cantidad de votos estatales y municipales. Su líder Heinz-Christian Strache, ansía ya desde hace mucho tiempo el cargo de Canciller, y resulta que tiene una buena posibilidad de tomarlo si su partido mantiene su popularidad antes de la próxima votación parlamentaria en 2018.

Sabemos por supuesto que la historia no es lineal, y por mucho tiempo pensamos que avanzaba como una especie de espiral en la que había períodos confusos seguidos de otros de calma. Hoy parece que la historia es circular y que lo que se va regresa, ya que el nacionalismo de extrema derecha estuvo aparentemente dormido durante algunos años, pero ha regresado con más fuerza que nunca.

Muchos países han sido golpeados especialmente por los cierres de fábricas, las altas tasas de desempleo, y el éxodo de jóvenes trabajadores hacia los estados más ricos de Europa Occidental. Trump y sus aparentes clones europeos, o a la inversa, han podido capitalizar no sólo los temores de la migración, sino también la angustia por la desigualdad económica, esgrimiendo los mismos lemas adaptados a las distintas realidades y a distintos idiomas.

La preocupación radica en saber hasta dónde más podrán aguantar los regímenes democráticos como los conocemos hoy, y en dónde se va a situar finalmente la frontera de la sensatez y el sentimiento de la globalidad como hasta ahora, medianamente la conocíamos. La única certeza a la que podemos aferrarnos es aquella que afirma que el mañana es incierto. 

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