La extrema derecha, la gran ausente nuevamente en las elecciones del 26-J

extrema derecha España
Simbología de la extrema derecha en España.

En España la ultraderecha lleva ausente de la Cámara Baja desde 1982, cuando Blas Piñar, de Unión Nacional, dejó de ser el único diputado de ese espectro hasta la fecha.

La extrema derecha, la gran ausente nuevamente en las elecciones del 26-J

De entre las diferentes conclusiones que podemos extraer de las últimas elecciones generales, una de ellas, apenas comentada, es la persistencia del fracaso electoral de las candidaturas denominadas social y mediáticamente de “extrema derecha”, carentes de representación en el Parlamento desde hace casi treinta y cuatro años. En este sentido, las fuerzas que se agruparían en este segmento: Falange Española de las JONS, Plataforma per Catalunya, La Falange y Vox no superaron el 0,24% de los votos el 26-J, aglutinando a un total de 57.619 votantes. A estos resultados hay que sumarle el hecho de que aproximadamente solo el 5% de los españoles se ubica en el 9/10 y 10/10 de la escala ideológica, de acuerdo con el CIS de febrero de 2015.

Entrecomillo el concepto de ultraderecha, ya que técnicamente es bastante discutible ubicar a todos estos partidos en este espectro. En este sentido, si tomamos como variable independiente de la ubicación a la derecha/izquierda la igualdad, solamente podríamos ubicar en este extremo a las organizaciones de corte tradicionalista o integrista, inexistentes en esa cita. Así, las tres primeras son de corte social-patriota y Vox es neoconservadora.

En todo caso, la pregunta que nos hacemos es por qué la extrema derecha (tanto desde el punto de vista netamente politológico como socio-mediático) no triunfa en España:

En primer lugar, las casi cuatro décadas de dictadura de signo azul dieron lugar a un posterior y constante descrédito por parte de la izquierda social y política de la misma que alimentó la existencia de valores contrarios o alejados en cierta medida de la ultraderecha en la gran mayoría de los españoles: el denominado marxismo cultural. Ello explica en buena medida por qué la canalización de la indignación ciudadana ha sido aprovechada principalmente por la “nueva” izquierda alternativa.

Desde el punto de vista arquitectónico-institucional, nunca ha habido grupos o regímenes en nuestra historia adscritos a ese espectro político (exceptuando las “familias” políticas falangista y carlista durante el franquismo). Así, salvo el “período azul (1939-45)”, el propio régimen franquista siempre destacó más por su conservadurismo autoritario con un cierto componente social de índole católica (política de seguridad social, normativa laboral, arrendamientos urbanos, etc.).

Prosiguiendo con este punto, la naturaleza axiológica de las leyes orgánicas educativas existentes desde la LOGSE (1990) ha sido contraria a los principios de las organizaciones denominadas de extrema derecha. En el plano electoral, el carácter catch-all del PP o el hecho de que nuestro sistema electoral presenta una proporcionalidad limitada, ha limitado también el éxito de esta tipología de formaciones.

En el plano religioso -el cual antes citábamos- si tenemos en cuenta la todavía fuerte base católica existente en España (desde un punto de vista político y ético), la doctrina social de la Iglesia o el humanismo que, teóricamente, preconiza esta institución (rechazo, por ejemplo, del racismo, o la importancia de la caridad y piedad) colisiona con los ideales ultraderechistas. En este sentido, si nos detenemos en los principales focos de éxito de la extrema derecha/populismos derechistas en el pasado y presente, vemos como muy pocos (por ejemplo, el Chile pinochetista) son sólidamente católicos.

Finalmente, la crónica atomización de estas formaciones (nacionalrevolucionarios, social-patriotas, tradicionalistas/integristas, neoconservadores o propiamente fascistas/pseudofascistas), la prácticamente nula presencia mediática y la inexistencia de un líder que cautive a un buen número de seguidores dificultan igualmente su éxito, a lo que debemos sumar también la consabida mala reputación historiográfica de estos movimientos. De este modo, teniendo en cuenta los factores expuestos, no se vislumbran para este tipo de organizaciones partidistas cosechas electorales ni a corto ni medio plazo en nuestro país.

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