Cataluña precisaría un hombre como Tarradellas con sentido de Estado y realismo político

Eleccions Parlament 1980   8/5/1980 - EL PRESIDENT DE LA GENERALITAT JORDI PUJOL JURA EL SEU CARREC AL COSTAT DEL PRESIDENT DEL SENAT, L'EXPRESIDENT DE LA GENERALITAT JOSEP TARRADELLAS, EL MINISTRE D'ADMINISTRACIO TERRITORIAL I EL PRESIDENT DEL PARLAMENT. PALAU DE LA GENERALITAT BARCELONA 1980 - EUROPA PRESS
Tarradellas, en el centro, no se fiaba de Pujol.

Comparar a Tarradellas con sus sucesores no permite establecer nivel alguno. Es inalcanzable. No se fiaba de Pujol, cuya ambición sospechaba, y qué decir del pobre miserento en que se ha convertido Mas.

Cataluña precisaría un hombre como Tarradellas con sentido de Estado y realismo político

En estos momentos Cataluña necesitaría el regreso del –en este caso sí- Honorable Tarradellas o de un hombre de su talla (y no me refiero a la envergadura física, sino a la política), con el sentido del Estado que el poseía, su realismo y su amor inteligente a Cataluña.

Creo que alguna vez me he referido ya a dos anécdotas que expresan el realismo político, a partir del rigor formal con que ostentó su cargo de presidente de la Generalitat. Cuando estaba negociando el restablecimiento de la Generalitat con Adolfo Suárez, le dijo: “Todo es negociable, menos el Protocolo”. Es decir, que mientras se reconstruía desde cero el aparato del gobierno autonómico, él, que lo encarnaba quería ser tratado con el adecuado respeto y consideración.

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Tarradellas junto a Maciá y otros dirigentes nacionalistas.

 

Comparar su figura con las de sus sucesores no permite establecer nivel alguno. Es inalcanzable. No se fiaba de Pujol, cuya ambición sospechaba, y qué decir del pobre miserento en que se ha convertido Mas. Pero hay otra anécdota que denota el respeto que Tarradellas se tenía a sí mismo y al cargo que ostentaba: En una ocasión acudió a visitarlo el padre Xirinacs ataviado con camisa a cuadros, pantalón de pana y espardeñas. El presidente entendió que no era modo de presentarse ante él y le espetó: ¿Mosén va de excursión al campo? Cuando regrese venga a verme”. Curioso personaje el padre Lluis María Xirinacs, muerto en extrañas circunstancias, y que en vida fue un activista polémico pro independencia de Cataluña, siendo su frase preferida afirmar haber vivido 75 años en unos Países Catalanes esclavos ocupados por Francia, España e Italia, y acusaba a la clase política catalana de cobardía, por no plantearse la independencia como meta inmediata.

Precisamente con respecto a este asunto, de todos cuantos análisis y comentarios se han venido haciendo a estos días sobre la decisión de la CUP de no apoyar la investidura de Mas, resultan especialmente llamativos los de aquellas personas que con conocimientos jurídicos y, se supone, sentido de la realidad, han colegido que la postura de la asamblea y vicariato de los antisistema va a retrasar la independencia de Cataluña. Es decir, que se da por hecho que, de contar con este apoyo, Mas habría alcanzado los objetivos de la hoja de ruta del desenganche de España.

Es una especie de fatalismo predicado, por entender que el asunto es así de fácil y que una región española puede separarse del resto a la brava y por las malas, sin que el Estado lo aborte con los medios legales de que dispone. Yo no sé si es por complejo o admiración acomplejada que se pueda concluir que lo que pretenden los independentistas es inevitable y que sólo es cuestión de que fructifiquen las componendas y se vayan cumpliendo los plazos y planes de sustituir o anulas las estructuras del Estado en Cataluña.

¿Alguien puede pensar que eso pueda ser así? Y yo no digo que los independista renuncien a sus objetivos, que no tienen otra vía para ser planteados o alcanzados que una reforma de la Constitución que permita la ruptura de España y la separación del resto de uno de sus territorios de una parte de la misma. Ni el Estado ni la comunicad internacional –como abundan las evidencias- va a admitir la quiebra de la soberanía nacional y la ignorancia de la Constitución y las Leyes por parte de un sector de la comunidad catalana.

¿Cómo se puede dar por sentado que la rebelión de Cataluña, como tal sublevación contra el Estado pueda progresar en modo alguno? Claro que pueden intentarlo, y pueden ensayar medidas en esa dirección, pero no creo que cuenten con el propio sentido de la responsabilidad de los funcionarios en general del Estado en Cataluña y de los propios Mossos D´esquadra en su conjunto, que deberían mirarse en los episodios del pasado y en cómo acabó la aventura de 1934.

La empequeñecida figura, cada vez más de Arturo Mas, que ha dejado de ser patética para entrar en el puro esperpento contrasta con la de Tarradelas y evoca necesariamente la urgencia de que en Cataluña aparezcan, sin existen, hombres y mujeres nuevos, con realismo y sentido del Estado con capacidad de planteamientos asumibles con  los que, como diría Ortega, sea posible conllevarse. Al final frente al ilusorio optimismo de Azaña, que creyó zanjado el asunto con el Estatuto, se sigue imponiendo el juicio crítico del autor de “La rebelión de las masas”.

Pero quien por activa o pasiva le hace el coro desde aquí, aparte de sus complejos, parecen padecer un peligroso sentido imitativo que sólo responde a sus propios apriorismos o al deseo de poder desenvolverse de modo parecido en un escenario semejante. No a otra cosa.

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