A Cataluña puede decírsele 'prou', basta, y aceptar conllevarse con un problema sin solución

Ortega y Gasset.
Ortega y Gasset.

"El problema catalán, como todos los parejos a él es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar", solía decir el filósofo español José Ortega.

A Cataluña puede decírsele 'prou', basta, y aceptar conllevarse con un problema sin solución

"El problema catalán, como todos los parejos a él es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar", solía decir el filósofo español José Ortega.

Lo predijo don José Ortega: "El problema catalán, como todos los parejos a él es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”.

A Cataluña hay que decirle “Prou”, basta, hasta aquí. De esta raya no se pasa. Porque sean cuales fueran las concesiones que se la hagan a los independistas no será suficiente, como no lo ha sido ninguno de sus Estatutos. Para ellos son etapas, pasos hacia el objetivo final, la secesión. Hemos de acostumbrarnos a convivir con este problema, como  nos advirtió Ortega; pero sin ceder más Cataluña goza de más autonomía que ningún estado federado, así que digamos de un vez vez “prou”. Basta. En efecto, ya lo dijo Ortega: El problema catalán no se puede resolver. Lo sabemos. Lo dijo don José Ortega aquel día, el 13 de mayo de 1932, durante la discusión del Estatuto de Cataluña que le otorgaría la II República:

“¿Qué es eso de proponernos conminativamente que resolvamos de una vez para siempre y de raíz un problema, sin parar en las mientes de si ese problema, él por sí mismo, es soluble, soluble en esa forma radical y fulminante? […] Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”.

 

Y Azaña respondió dos semanas después:

“El señor Ortega y Gasset decía, examinando el problema catalán en su fondo histórico y moral, que es un problema insoluble y que España sólo puede aspirar a conllevarlo; se entiende, naturalmente, que yo he comprendido el vocablo “conllevar” en la misma acepción que le daba ayer en su magnífico discurso el señor Ossorio y que creo coincide con la intención con que lo empleó el señor Ortega. ¿Insoluble? Según; si establecemos bien los límites de nuestro afán, si precisamos bien los puntos de vista que tomamos para calificar el problema, es posible que no estemos tan distantes como parece. El señor Ortega y Gasset hizo una revisión, un resumen, de la historia política de Cataluña para deducir que Cataluña es un pueblo frustrado en su principal destino, de donde resulta la impaciencia en que se ha encontrado respecto de toda soberanía, de la cual ha solido depender su discordia, su descontento, su inquietud, vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar”

 

Bien le vendría a Mas y a los que siguen empeñados en declarar la independencia del modo que sea recordar aquellas palabras de Azaña:

“Supongamos que Cataluña hubiese dicho: no quiero nada con España, unánimemente me quiero separar de España. Ya no era este problema legislativo. Pero, desde el momento en que Cataluña dice que su voluntad es permanecer dentro del Estado español, como lo ha dicho en el plebiscito, ¿quién va a resolver este problema orgánico del Estado español sino su órgano legislativo, las Cortes de la República? De suerte que por haberse producido la voluntad de Cataluña en un plebiscito, de acuerdo con el Estatuto que se quiere presentar a la soberanía de las Cortes, por este camino de la voluntad de Cataluña se llega a la soberanía plena y absoluta de las Cortes, a una política autonomista dentro de la Constitución, con la autoridad de las Cortes. La consecuencia está bien clara, señores diputados: el Estatuto de Cataluña lo votan las Cortes en uso de su libérrimo derecho, de su potestad legislativa y en virtud de facultades que para votarlo le confiere la Constitución. El Estatuto sale de la Constitución, y sale de la Constitución porque la Constitución autoriza a las Cortes para votarlo”.

 

Antes y ahora, saben Más y saben los suyos que no hay salida fuera de la Constitución.

Y como dijo aquel día Azaña:

“Ahora bien, en la Constitución se establecen, al propio tiempo que la potestad legislativa de organizar las autonomías, límites para las autonomías; es decir, en el texto legal votado por las Cortes se transfieren a las regiones autónomas estas o las otras potestades, y estos límites son de dos clases: unos son taxativos, enumerativos, en cuanto van relacionando las facultades de poder que pueden o no ser objeto de transferencia; pero otros límites no son de este orden, sino límites conceptuales, en cuanto la Constitución, tácita o expresamente, está fundada en ciertos principios que presiden la reorganización del Estado de la República y nada podrá admitirse en el texto legal que regule las autonomías de las regiones españolas que contradiga no ya los límites taxativos y enumerativos de la Constitución, sino los límites conceptuales implícitos en los dogmas que presiden la organización del Estado de la República”.

 

Está claro: Antes y ahora, “Prou”. Y a conllevar un problema que no tiene solución.

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