Bárcenas ya tiene película porque el fraude también tiene su merchandising

Luis Bárcenas, haciendo un gesto a la prensa, en Barajas.
Luis Bárcenas, haciendo un gesto a la prensa, en Barajas.

Que Luis Bárcenas tenga película es la confirmación de que una vez más el consumismo puede con todo y ahora el fraude vende como camisetas vende Auryn.

Bárcenas ya tiene película porque el fraude también tiene su merchandising

Que Luis Bárcenas tenga película es la confirmación de que una vez más el consumismo puede con todo y ahora el fraude vende como camisetas vende Auryn.

 

Ahora tiene película. Se titula "B" y está dirigida por David Ilundain. Bárcenas ya es una marca que va más allá del PP. Aunque aún sea presunto de no sé cuántos cargos, su palabra y obra pertenecen a esa mitología del mal que tanto gusta al cinéfilo y al literato. La cinta lo ha convertido en personaje de ficción, en aventura quijotesca, en émulo de un padrino, cuya estética es una mezcla de Julio Iglesias y Julián Muñoz.

Bárcenas es más que Rajoy y Aguirre, porque una película te convierte en un hombre imborrable para los tiempos futuros donde las cúpulas de los partidos habrán caído. Bárcenas será un clásico como esos personajes decadentes y arrebatados de Los santos Inocentes que las hemerotecas conservan con recelo y talco. Bárcenas es la antítesis de Torrente, claro está, y eso le da más categoría, porque hay un halo misterioso en ese aura de gangster que desprende cuando mira fijamente a la cámara, en su mala leche de voz de director de colegio de paga allá por los setenta.

Bárcenas se proyecta. Su horma aumenta y ahora su tenebroso ser, su mirada de Medusa y su postura de madurito que supera la adversidad de los años, vistiendo con trajes de sastre y esquiando como mi vecino del quinto que vendió dos cocheras y un bajo a un paquistaní para que pusiera una frutería, pueden dilapidar algunas aspiraciones triunfales dentro del PP. Precisamente ahora, cuando llegan las elecciones, cuando el cine se descarga y cómodamante se puede ver en la parada del bus, mientras algunos jovenzuelos que no se han sacado la ESO empapelan la cristalera de un Bankia.

Me gusta España.

 

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