Los árboles del dolor no deben ocultar el bosque de inmundicia

Miembros del Estado Islámico. / geic.com.ar
Miembros del Estado Islámico. / geic.com.ar

El Islam según sus teólogos y sus místicos es una religión basada en el amor y  en el cuidado compasivo del otro. Algo que los integristas pervierten identificándola con una funesta prédica de odio y muerte que difunde el Estado islámico.

Los árboles del dolor no deben ocultar el bosque de inmundicia

Un grupo de infames individuos, protagonistas de felonía ajena, muestra a qué grado puede llegar la degeneración del ser humano manipulado de forma diabólica. Una maldad y abyección, arcilla moldeable de intereses oscuros, da ejemplo de como la aberración del fundamentalismo colgado de la percha de una confesión religiosa, sigue impasible azotando la civilización y la convivencia, galopando apocalíptico a través de los siglos…

Da igual un siniestro franciscano, Diego Landa, destruyendo a fuego hace quinientos años los Códices Mayas en el “Auto de fe” de Mani, en la península de Yucatán, que el salvajismo de los  talibanes de Afganistán bombardeando hace quince los Budas de Bamiyan labrados en la roca en los siglos III y IV. Giordano Bruno o Miguel Servet morirán quemados en las hogueras de la Inquisición, igual que muchos otros centenares más, por el simple hecho de utilizar la razón frente a la fe, hacer de la heterodoxia herramienta y trabajar al progreso de la Humanidad…Por millares hoy, morirán destripados por bombas, degollados, torturados, aquellos que la ortodoxia inculta, zafia y analfabeta de clérigos  iluminados y enloquecidos marca como víctimas….

El virus del fundamentalismo en su odio al conocimiento, al pensamiento libre, a la armonía de la civilidad,  es una peligrosa deriva de los movimientos religiosos en su tendencia a pretender como absoluta, su verdad religiosa. En su demencia, constituir una parte de la doctrina como si fuera su totalidad, desfigurándola en su interés. Que homologa férreamente pensamiento y conducta de acuerdo con un canon  establecido en orden a su peculiar interpretación política y religiosa de los textos sagrados, implantando un teocratismo embrutecedor a la medida de sus intereses…. El término, “fundamentalista”, nació a principios del siglo XX en los EE. UU. Producto de  ideologías cristianas protestantes que, enarbolando la infalibilidad de la Biblia, pretendían un regreso a las posturas fundacionales del cristianismo, basándose en lecturas literalistas de la Biblia. Algo aplicable a los que tal hacen del Corán y similar al mesianismo del  judaísmo ultraortodoxo…

Se llaman de mil formas…tal conviene a cada momento y espacio… En este caso en integrismo feroz del Daesh, ISIS... Basura de una historia que enajena la fe en el ser humano…Califato de criminales en tierras donde el terror es oficio, el dolor compañía cruel, el horror omnipresente…Una llaga que carcome seres, valores, civilización…esperanzas de futuro….Hidra venenosa nacida de mano siniestra, entre las paredes de Langley, de Wall Street, de la City, de los trust del armamento y del petróleo, de instituciones más que supranacionales, suprapersonales… Las naciones convertidas en sociedades anónimas al servicio de unos pocos bolsillos codiciosos que en torno a mesas de caoba manejan el guiñol donde los más vegetan miserables y mueren y los menos mueren de éxito y codicia alimentada en albañales que vierten sangre y oro … cuanta más sangre… más oro…

Se destrozan países a sangre y fuego, con impunidad y fiebre asesina. En nombre de la “libertad”, (Oh Libertad, cuantos crímenes se cometen en tu nombre, diría amargamente Madame Roland), se los condena a la hambruna y la miseria, a la consternación de peregrinajes trágicos, pesadillas de eldorados que despiertan en pateras inciertas, que riegan cadáveres en playas que eran placidas y cultivan odio en su desesperanza… Países entregados al arbitrio del crimen de “señores de la guerra” debidamente entrenados  por asesores “rubios como la cerveza… dime marinero que sabes de él…” que cantaba Doña Concha Piquer… Y con armas mortíferas y sofisticadas, cuyos registros se leen al menos en inglés, francés o ruso.

Asolan las raíces milenarias de una humanidad que lo contempla con cínica indiferencia y no poca hipocresía… Nimrud, Palmira, Nínive, Mausoleo de Imam Dur en Samarra, Hatra..La tierras de Pakistan, Siria e Irak, huellas primigenias de nuestro encuentro en la vida civilizada, son dinamitadas, saqueadas, holladas con la zarpa obscena de un siniestro “muera la inteligencia” y con no pocas complicidades, que harán terminar los despojos en manos de instituciones o coleccionista de “absoluta respetabilidad”.

Su última canallada fue la voladura del templo de Nabu, ubicado en Nimrud, a 50 km de Bagdad.  Dedicado hace 3.000 años al culto de la divinidad Nabu, en las épocas asiria y babilónica…Dinamitar un yacimiento arqueológico es dinamitar la Luz de la Sabiduría, la Memoria, el rumbo a seguir desde un punto de partida… Ahora amagan con la destrucción de las Pirámides, de la Esfinge que resistió ser diana para los ensayos de los artilleros de Napoleón y a miles de años de  enigma y esoterismo…

El Islam según sus teólogos y sus místicos es una religión basada en el amor y  en el cuidado compasivo del otro. Algo  que los integristas pervierten identificándola con una funesta prédica de odio y muerte que difunde el Estado islámico.  Es importante recordar esta distinción cuando frente a estos crímenes, en  “occidente” los sectores ultraconservadores invoquen el “espíritu de cruzada” que hace del Islam la encarnación del mal y que exhorta a la UE a deshacerse de los refugiados acogidos tan a regañadientes. Es estúpido asumir que combatir al Estado islámico y al terrorismo internacional se hace estigmatizando al Islam.

La necesaria firmeza y eficacia frente al agresor debe ser lúcida y justa. Sin contribuir al juego de los terroristas (y de quienes los alientan manipulándolos en virtud de sus siniestros intereses) convirtiendo a todo musulmán en sospechoso. El objeto del Estado Islámico es agudizar las contradicciones, intentando contagiar a la comunidad internacional de su vocación destructiva. Y con ello, lograr su mayor victoria. La que es perseguida desde siglos con obsesión enfermiza por todo el fundamentalismo religioso y su  confluencia temporal… Dinamitar no solo las raíces de la historia del hombre, sino los valores de la Ilustración. No dejar rastro de su compromiso con la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Sepultar en las tinieblas del integrismo los caminos  trazados por Descartes, Newton, Montesquieu, Diderot, Rousseau, Buffon, Locke, Voltaire… Sendas de Luz cuyo brillo ilumina la cara más digna del ser humano. Sería terrible tras tan largo y laborioso andar que terminásemos abducidos por una práctica siniestra de violencia que reproduzca las deleznables actitudes que rechazamos y que es nuestro reto enfrentar.

Ante todo esto es imprescindible reforzar las tareas educativas que difundan el valor de esa frágil virtud que es la tolerancia, la noción de que los otros tienen derecho a elegir y reproducir sus rasgos particulares sin servidumbres de ningún tipo. La tolerancia por sí sola no puede enfrentar a sus enemigos. Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud. Necesita el acompañamiento de un corpus legal que sujete los ánimos monocromos y totalitarios del fundamentalismo. Pero ello, de nada habrá valido, sin la construcción de la tolerancia, en el ámbito personal y social. Algo de obligada presencia en las sociedades auténticamente democráticas y sus actores.  El culto a la cultura civilista, laica, democrática, con la educación por herramienta, la solidaridad por bandera y la libertad como único norte. Y desde luego, desenmascarando el cinismo de los especuladores del crimen, los dueños de las marionetas…

Los árboles del dolor, de la cólera legítima, del espanto ante el horror, no deben ocultarnos el bosque de inmundicia donde pululan los intereses oscuros, la delincuencia de cuello blanco, y el crimen planificado al servicio de estrategias tenebrosas.

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