Grecia necesita el apoyo del BCE, inversiones y crecimiento para pagar una deuda reestructurada

Grecia. / Manel Vizoso
Grecia. / Manel Vizoso

El no griego al ultimátum de las Instituciones (FMI, BCE y Eurogrupo) abre un escenario complejo, pero apto para la construcción de consensos en favor del euro y de la UE.

Grecia necesita el apoyo del BCE, inversiones y crecimiento para pagar una deuda reestructurada

El no griego al ultimátum de las Instituciones (FMI, BCE y Eurogrupo) abre un escenario complejo, pero apto para la construcción de consensos en favor del euro y de la UE.

Los griegos han rechazado la persistencia de unas fracasadas políticas de austeridad y han votado en clave de dignidad democrática. El no griego al ultimátum de las Instituciones (FMI, BCE y Eurogrupo) abre un escenario complejo, pero apto para la construcción de consensos en favor del euro y de la Unión Europea. Las razones económicas empujan a reestructurar la deuda, garantizar la liquidez y estimular el crecimiento que haga posible pagar aquella, aunque fuerzas poderosas anteponen una clave política que pasaría por demostrar a toda Europa que quien desafía el dogma de la austeridad no sale vivo del intento.

La ciudadanía griega habló de modo contundente. Con el 98% de los votos escrutados, el 'no' se imponía por más de 22 puntos de diferencia (61,29% frente a 38,71%). Es evidente que la ciudadanía respaldó el órdago del gobierno Tsipras en una dimensión muy superior a la propia base electoral de Syriza.

Las claves de un voto negativo

Esta transversalidad del voto negativo (quizás con la excepción de las clases privilegiadas, claras partidarias del voto afirmativo y de la gente mayor, donde los números parece que han estado mucho más equilibrados) explica que hubo un consenso generalizado entre el electorado griego en la idea de “hasta aquí hemos llegado”, como bien señalaba hoy mismo en estas páginas de MUNDIARIO el periodista y analista economico Sergio Barbeira.  Y es que una de las claves de este resultado (no previsto en su contundencia por la desmoscopia) reside en que sólo el NO abría caminos para los griegos: el SI hubiera supuesto la rendición de Grecia ante unas políticas de austeridad fracasadas en toda Europa , pero cuyo grado de lesividad ha sido excepcional en Grecia, con tres trimestres consecutivos de crecimiento negativo y un proceso de depauperación acelerado de sus clases medias y trabajadoras. Además de servir para darle el finiquito al único Gobierno que planteó una alternativa (tampoco muy elaborada ni especialmente coherente) a la estéril austeridad de frau  Merkel et alter.

Otra clave ha sido política. La ciudadanía griega ha actuado reactivamente al miedo que intentaron sembrar casi todos los dirigentes dela UE, desde Merkel o Paul Schultz, presidente del Europarlamento, hasta el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. El elector griego ha reaccionado en clave de dignidad nacional y reivindicado el valor del voto en la democracia. Frente a ministros como Isabel García Tejerina, que dudan de las virtudes democráticas de los plebiscitos, Grecia ha apelado a los valores democráticos, que son realmente el acervo común a todos los europeos.

Y también ha existido, pero quizás en mucha menor proporción, una expresión de confianza en Tsipras y su equipo, incluído el controvertido ministro de Finanzas Yanis Varoufakis.

¿Qué pasará ahora? ¿Política o economía?

Las reacciones a los resultados, incluso a mitad de escrutinio, no se han hecho esperar. El vicecancilller alemán Sygmar Gabriel (SPD) ha sido durísimo al  anunciar que el resultado había sido “el peor” y que los griegos debían asumir las consecuencias de su decisión. Pero dicha reacción parece que no cuenta con la anuencia de otros líderes socialdemócratas, como el presidente francés Francois Hollande o el gobierno italiano de Renzi, dos de cuyos ministros se han mostrado contemporizadores y abiertos a un pacto que ven “factible y necesario”.

Si se atiende al reto del euro y de la unidad europea, la solución habría de ser de colaboración y construcción de consensos. La primera clave pasa por Draghi y por el Banco Central Europeo, unico financiador de la banca griega y que tiene este lunes la clave para permitir que Grecia levante el martes su “corralito”. Pero las medidas habrían de continuar con la reestructuración de la deuda (tanto en lo que respecta a los plazos como a una cierta quita), que debería acomodarse a la capacidad de pago griega, como han defendido desde Stiglitz hasta Obama, pasando por los técnicos del FMI. Una capacidad de pago que sólo puede restaurarse por un crecimiento prolongado y sostenido, para lo que se precisa un amplio plan de inversiones impulsado desde Europa. Crecimiento que, desde luego, debería apoyarse por reformas estructurales griegas que Tsipras no puede seguir retrasando, como la reforma administrativa o fiscal, la mejora de la productividad o el sustancial recorte de un inasumible gasto militar.

Pero gran parte de la derecha europea, comenzando por frau Merkel y Mariano Rajoy, pasando por eslovacos, bálticos o finlandeses, entienden la tragedia griega no desde el `punto de vista cooperativo del win to win, sino en clave de imposición de medidas inasumibles de austeridad para que no se cuestione en serio que la conducción de las políticas europeas desde el comienzo de la crisis ha sido una catástrofe. Y para que no cunda el ejemplo de que quien cuestione el dogma de la austeridad pueda salir vivo del intento.

Un epílogo lleno de dudas
Claro es que ahora, a pesar de la confusión, parece que son significativas las fuerzas dentro y fuera de la Unión Europea que apelan por una solución en clave cooperativa, única que puede salvar el euro y la Unión.
De todos modos no está garantizado que las decisiones que de ahora en adelante se adopten sean las correctas. La historia europea de los últimos quince años es un ejemplo de persistencia en el error y perseverancia en las políticas que dañan la economía, limitan la producción y generan sufrimiento. Pero faltan estadistas que crean en Europa y entiendan cual es el camino que lleva al bienestar y al crecimiento.
Porque -como ha apuntado certeramente el politólogo gallego Antón Losada- si la Unión Europea no garantiza la democracia y el bienestar, perderá su razón de ser.

 

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