Cataluña está perfectamente encajada en España, sobre todo en el mercado

Pancarta independentista.
Pancarta independentista.

Está tan encajada como la Almunia de Doña Godina. No está tan claro que España esté adecuadamente encajada en una comunidad donde el Estado permite que no se cumplan las sentencias.

Cataluña está perfectamente encajada en España, sobre todo en el mercado

Está tan encajada como la Almunia de Doña Godina. No está tan claro que España esté adecuadamente encajada en una comunidad donde el Estado permite que no se cumplan las sentencias.

Los grandes teóricos de la propaganda señalan que uno de los efectos más devastadores de ésta es cuando se consigue que el enemigo asuma el propio lenguaje que el bando que la lanza expide. ¿Qué quiero decir? Se verá mejor con algunos ejemplos. ETA y su entorno consiguieron que en lugar de terrorismo se usara la expresión “lucha armada” o ahora en lugar de problema catalán que se usen expresiones como “el encaje de Cataluña en España”.

¿Está Cataluña encajada en España? A mí me parece que sí: los españoles todos compramos los automóviles que dan trabajo en Cataluña, adquirimos salchichón de Vic y el independentista Javier Ferrero, dueño de Nutrexpa, no para de mandar Cola Cao al resto del país que tanto odia. Desde Campobecerros enviamos kilowatios a Barcelona al mismo precio que se pagan aquí a pie de presa, y somos tan solidarios que entre todos pagamos las pérdidas del transporte. El ahorro de los gallegos y los andaluces financió en los años sesenta a través del coeficiente de caja (inversión obligatoria que imponía el Gobierno) la red de autopistas de aquella región (Cataluña). El Banco Sabadell y la Caixa tienen una parte esencial de su negocio en el resto del Estado y este año vaciaremos millones de botellas de cava catalán…

Ya he dicho que más que el problema catalán me desazona que, como aquí mismo ocurre, asumamos el lenguaje de los que se empeñan en reinventar la historia de Cataluña y en su delirio extremo llegan a decir que Cervantes era catalán o que el Quijote se escribió en su lengua, porque todo esto forma parte del mismo conjunto.

Cataluña está tan encajada en España como la Almunia de Doña Godina, lo que no tengo tan claro es que España esté adecuadamente encajada en una comunidad donde el Estado permite que no se cumplan las sentencias de sus tribunales, donde no ondea la bandera nacional como se debe en todos los edificios públicos, y donde la dejación progresiva de su presencia y su autoridad han permitido llegar al punto donde nos hallamos.

Dejemos de bobadas. Un amigo mío, muy nacionalista, me confesaba que para él, la cuestión esencial es recibir lo mismo que se aporta. O sea, que es cuestión de pasta. ¿O es que es de otra cosa? Pero el problema es cómo echar las cuentas. Aquello de la solidaridad interregional se ha vendido mal. No tributan los territorios, sino las personas, y estoy seguro de que los extremeños, andaluces o murcianos que viven en Cataluña, si les preguntan, estarán encantando de que parte de sus tributos ayuden a sus regiones de origen, al tiempo que generan riqueza en la parte del territorio español donde habitan.

En cuanto al resto de las reclamaciones emocionales, la falsificación de la historia entrevera el relato verdadero de una comunidad que pretende ser diferente de las demás, haciendo del pretendido hecho diferencial una patente que no aguanta un análisis serio. El mito consiste en segregar un periodo concreto de la historia de este territorio de la del resto del país, y colocar en el periodo de la “Marca hispánica”, los condados catalanes y el dominio carolingio el núcleo de su historia verdadera, como si antes no hubiera allí nada. Nada menos que Tarraco, Ilerda, Barcino nova, Gerunda, etc.

Pero mientras entre nosotros asuman los eslóganes de marca con que una parte de los residentes en Cataluña pretendan imponer un trágala al resto de los españoles, como presuntas víctimas de un falso agravio, iremos entregando la fuerza moral que se desprende de la razón.

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