Sobre La vida perenne, libro que recoge el ideario de José Luis Sampedro

José Luis Sampedro. / RRSS
José Luis Sampedro. / RRSS

Sampedro fue un escritor, humanista y economista español que abogó por una economía más humana, más solidaria, y mucho más digna. 

Sobre La vida perenne, libro que recoge el ideario de José Luis Sampedro

Las citas que aquí se comentan fueron extraídas del libro La vida perenne, una recopilación de las ideas propias de José Luis Sampedro así como de los textos ajenos que le ayudaron a configurar su pensamiento social y la cualidad de su espíritu.

 

Cuando se hace algo por necesidad interior, se está haciendo uno a sí mismo.

La necesidad interior apenas emerge. Está sepultada por las exigencias de la vida. Los otros nos impelen, los convencionalismos sociales que consentimos nos secuestran. Cuando, por fin, liberados, acometemos un mandato que no proviene de los demás ni de nuestro ego, lo reconocemos como auténtico por su indiferencia ante los resultados, por la seguridad en los pasos que nos encaminan a través de la realidad verdadera, aquella tan cercana que habíamos  obviado con tanta estulta persistencia.

Despertar consiste en ser consciente de la realidad

Sí, ¿pero qué es la realidad? Creo que la realidad es, como mínimo, lo perceptible, lo que está afuera, lo sensible; y lo que está dentro, detrás de la compuerta que oscurece y preserva nuestra interioridad. Afuera está la luz, aunque a veces deslumbrante, confundidora. Adentro, está la corriente del ser invisible.

Entremos más adentro en la espesura. Entiendo por la espesura la maraña que hay dentro de cada uno. Y si miramos dentro de cada uno de nosotros  lo encontraremos todo.

La espesura supone oscuridad, la maraña establece trampas. Todo está ahí, pero, ¿cómo acceder? ¿Cómo iluminarlo? El interior se resiste a nuestra doma, se expresa con espasmos conocidos. No atiende esperanzas sino presentes. Aunque no quiere imponerse, no es su estilo. Se limita a estar ahí, tal vez a esperarnos. Aún no sabemos quién es ni si lo sabremos algún día. Tal vez sea alguien que podríamos recuperar, que perdimos en sucesivas desviaciones por temor a sufrir el desdén que aún subyace en el fondo de nuestro orgullo.

El buen maestro es el que provoque en ti tu propia visión, no la copia de la suya; el que te haga descubrir por ti mismo lo que él no percibiría nunca.

Al buen maestro lo hacemos malo si lo interpretamos con nuestras antiguas defensas del yo más recalcitrante. Nos enseña a mirar, pero creemos que ya todo lo hemos visto y que, lo que queda por ver, es derivación de nuestras proyecciones. Pero el buen maestro está ahí solo para deshacer nuestra ceguera, para avisarnos de nuestros extravíos.

No es digno eludir las batallas necesarias, hay que empeñarse en ellas, vayan a ganarse o no.

Lo verdaderamente necesario es lo que nos acomete cuando estamos muy despiertos, cuando observamos una realidad descontaminada de nuestras intenciones, de las fatigas y las luchas que activan las inercias. Nos apartamos de nuestra digresión infinita y vemos un camino claro en el que son posibles muchos de nuestros mejores pasos, aquellos que parten de una verdad íntima nacida a salvo de las falsas privacidades, pasos que no persiguen un final sino un continuo avance certero.

Aquel que está contento consigo mismo ha realizado un trabajo carente de valor.

Sí, llegar es vaciarse, es engañarse. Es convertirse en el espejismo previsto. Es acabarse, negar la continuidad, el perfeccionamiento, la infinitud de las posibilidades. Aunque a veces hay que cortar, detenerse y dar por concluida una partícula de la inmensa obra del sucesivo presente.

...escuchar al maestro, guardar silencio, meditar, esperar a ver qué ocurre. Otras culturas viven hacia afuera, más pendientes de los resultados que del proceso de aprendizaje. El maestro está para ayudar a ver, no para cegar a sus discípulos.

¿Cuándo se sabe que se sabe? ¿Cuándo se ha aprendido a mirar, a escuchar, a reaccionar, a querer? Muchas veces, lo que se sabe se ignora; por olvido, por desinterés, por inconveniencia. No siempre se quiere lo mejor. Hay destellos de necesitada emoción en lo erróneo; casi siempre es esa emoción que tanto ansiamos, la de sabernos bien reflejados en los espejos que nos importan.

La felicidad es hacerse plenamente lo que se es, luchar por conseguirlo. Prefiero una vida intensa a la felicidad idiota que quiere imponer el poder.

Es decir, esa clase de intensidad que se refiere a vivir volcados en el cumplimiento de las posibilidades que uno va descubriendo en sí mismo, en contraposición al seguimiento de los mandatos de la sociedad consumista, a la creencia de que una frenética obnubilación es una forma de estar más vivos. El mimetismo sigue patrones vacíos, nombres que aureolan al ser con el vacuo acto de la apariencia.

No te empeñes en alcanzar lo que no eres, sino en alcanzar lo que eres.

Ser otro que lo que se es: el mayor desperdicio de la vida. Pero, ¿cómo saber quién se es? Porque uno está en continua transformación... Quien se es: un paulatino descubrimiento, un ensanchamiento del ser que sustituye la dispersión antigua.  Quien se es: uno mismo con sus choques, sus resortes, sus intransigencias, su mundana inmersión; pero también sus búsquedas, sus serenas observaciones, su forma de obedecer a un sentimiento profundo, a una comprensión emocionante.

Pero esa palabra puede convertirse en ruido, en ruido para adormecer, confundir, engañar, persuadir con falsedades o encadenar con creencias.

Frente a la palabra que se usa como medio para el conocimiento y la belleza, aquella que sirve para arrullar conciencias perezosas, para limitar a quienes exigen librarse de las dudas, para renunciar a la exploración peligrosa. Palabras para aquellos que desean ante todo disolverse en un grupo que los exima de la soledad del buscador y les otorgue inequívocos antagonismos, el abrigo de los himnos y la corrección en el conciliábulo de los iguales.

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