Habitación 300: La seguridad vial perpetrada por señoras y gatos astutos

Obra de Ray Caesar.
Obra de Ray Caesar.

Soy objeto de una persecución infame en esta ciudad de la que quise escapar aquel día. Mi sospecha parte de aquel día.

Habitación 300: La seguridad vial perpetrada por señoras y gatos astutos

Sé que es muy fácil llamarle loca a alguien que no se enteró de nada, y se hace divertido para todos… Hasta que llega a atraparlos, los ha convencido de tanto que se afanaron en engañarla, entonces dejan de creer en si mismos, en su mezquindad. Entonces descubren que aman a esta loca.

Y no es fácil hacer como si no visitases a un psiquiatra que ama su profesión cuando a ti te hace ilusión trabajar para Woody Allen y pasear por calles alternativas a tu rutina cometiendo la locura de entrar en todas las tiendas.

Por aquel entonces, había dejado de ser antisocial, pero no era capaz de demostrarlo. Como había empezado a escuchar rock, leía a los beatniks y toda la poesía que me abriese los ojos. Estaba cerca de ligar por Messenger, les dije a todos para quién era esta menda, ¡pero sólo le gusté después del ingreso!

Soy objeto de una persecución infame en esta ciudad de la que quise escapar aquel día. Mi sospecha parte de aquel día.

Todos me envidiaban por simpática. ¿Qué es de ti si dejas de ser simpática? Me sentí tonta, supuse que me habría perdido una lección no escrita que te ayuda a sobrevivir, dejé de entender el sentido de la libertad de la que gozaba y me sentí solita y minúscula otra vez, otra vez fui la niña perdida… Y el azar consiguió que Mada, mi vieja compañera, me diese el golpe final. Supongo que, si la gente consume gore y porno, no verá en mí sino a León Tolstoi, y él está muerto y lejos.

A caballo entre dos ciudades de la provincia, subí al tren del horror y las risas maquillada de sábado noche, calzada con las Converse comunes… Hice todo lo que pude para demostrar que venía en son de paz.

No sé qué pasa siempre, que todos se quedan tranquilos cuando me vapulean como a un títere para hacer bien de mí, poniéndome en mi sitio como si a cada una le debiese un pase, con grandiosa virtud.

Ellas las intocables. Vuelven a mí en mis momentos felices para darme mi bofetada, dado que he de entender que no soy feliz, que soy un espectáculo que acabó. Quedó olvidado, olvidé cómo me han jodido, supongo que para sobrevivir.
 

(Continuará.)

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