Habitación 300: La madurez consiste en que duela tanto que dejes de protestar

De algo adoleció la ciudad, aquella tarde se volvió oscura. Estaba sola, la ciudad me rodeó. Cabe imaginarse familias a la mesa a las tres de la tarde, mirando noticias en el televisor, desoyendo las calles a las que dan sonido.

Pero siguen estando mudos para mí. Yo aquí me crié, no me he acostumbrado todavía. Me dicen esas cosas, se callan esas cosas… Se comportan como cretinos si no estás pagando, pero ellos me invitan a la reflexión: me sigo perdiendo, Dios sabe que me pierdo en pensamientos que matan. Todo lo que debiera morir, es lo que reparte la sociedad; lo que más temen es el deber… Pero lo que todos desean es, sin duda, sobrevivir. Nada más que ganar dinero y seguir adelante como la idea que una, alguna vez tuvimos de adueñarnos del tiempo… Fue imposible, algún momento nos atrapa para siempre.

Esa enfermedad que frustra a cada uno nos hace, sin embargo, diferentes. Incomprensibles unos a otros, luchadores. La enfermedad está en el sueño, el placer, la rutina, en la tradición: lo que hacen es repetirse y reiterarse hasta caer en la enfermedad mortal, he ahí que residen ambos lados del ciudadano, que yo llamaría “exceso o dependencia”.

Los profesionales apelan a la demencia en ocasiones, siempre que llegan a un enfermo a tiempo y dispuesto. Esta sociedad es demente. ¡Los profesionales son dementes! La vida en común requiere de normas inmorales que les placen, un refugio legal de la misma en algún lugar ajeno y excitante. Se encuentran mal con su esposa, con su trabajo, con sus tiempos, con sus creencias, con su coche, con su educación, con los precios, con su hedor, con su camisa sudada, con su fracasado ideal de vida. Son dementes.

La demencia civil acaba en guerra, la guerra comienza en el hogar. Algunos hombres reniegan del hogar, los niños huyen del hogar, la mujer es esclava del hogar, los ancianos morirán en el hogar… Muchas veces desearía incendiar mi casa.

(Continuará.)