Los viejos políticos ven en Podemos un intruso que va a robarles el poder

Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias.

Los poderosos cubren de oprobio al nuevo rival, para convencer al electorado de que todos los políticos siguen siendo iguales y que vale más corrupto conocido que político alternativo por corromper.

Los viejos políticos ven en Podemos un intruso que va a robarles el poder

Los poderosos cubren de oprobio al nuevo rival, para convencer al electorado de que todos los políticos siguen siendo iguales y que vale más corrupto conocido que político alternativo por corromper.

A los indignados del 15-M, en sus primeras movilizaciones, se les acusó de que sólo protestaban, que no tenían propuestas viables y que no daban el paso de meterse en política y someterse al voto de los ciudadanos. Cuando algunos grupos de indignados decidieron presentarse a unas elecciones, con su correspondiente programa más o menos elaborado, se les descalificó por utópicos y populistas. Ahora, cuando moderan sus propuestas, se pasa a considerarlos oportunistas que abandonan sus principios.

Naturalmente, cuando resaltan que nacen de la indignación ciudadana y que sus decisiones se van a ajustar a un proceso de participación activa de la sociedad, sus detractores claman contra el asamblearismo caótico que no lleva a ninguna parte. Y cuando empiezan a organizarse como partido, con su liderazgo clásico, la reacción es contundente: hay un líder autoritario que se impone en una lucha interna por el poder.

Aparte de los casos de acoso personal contra políticos determinados (como Adolfo Suárez y Rodríguez Zapatero, por ejemplo), no recordaba una persecución ideológica ymediática tan reiterada y contradictoria, contra una organización, desde los tiempos en que el franquismo arremetía contra el Partido Comunista como causa de todos los males que podían arruinar a España y condenaba sistemática y sucesivamente, sin atender a matices, los pasos que fueron dando los comunistas tras la guerra civil, tanto cuando apoyaron en principio la resistencia armada de los maquis como cuando terminaron promoviendo la reconciliación nacional para un tránsito pacífico desde la dictadura a la democracia. Ahora, en un escenario político muy diferente (al menos hay libertades), los partidos convencionales, como muy convencidos por las encuestas que predicen notables avances electorales de Podemos –o quizás por otras encuestas confidenciales con perspectivas aún peores para los poderes–, parecen caer en el pánico y despliegan una campaña apocalíptica, con estrecho marcaje de los movimientos de Podemos, que, por otra parte, se desarrollan a la vista de todos, a poco que se quiera navegar por las redes sociales.

En lugar de saludar con diplomática deportividad la aparición de una nueva fuerza política, que en sólo unos meses ha conseguido unos resultados destacados en las elecciones europeas y está dinamizando el debate político, llegando incluso a sectores del electorado que se habían retirado de las urnas hace tiempo, reaccionan como ante un intruso que viniese a despojarles de las esferas de poder que consideran de su propiedad. En lugar de tomar nota de la nueva dirección de los vientos electorales y actuar en consecuencia –por ejemplo, empezando por cortar radicalmente los lazos con tanta podredumbre como se va descubriendo en las investigaciones judiciales– todo su afán va dirigido a cubrir de oprobio al nuevo rival, en un intento de convencer al electorado de que, en realidad, todos los políticos siguen siendo iguales, con el consiguiente mensaje implícito de que vale más corrupto conocido que político alternativo por corromper.

Desde la filosofía tradicional que encierra el dicho gallego “nunca choveu que non escampara” (“nunca llovió que no escampara”) –de la que el actual presidente del gobierno español es un ferviente convencido–, los que hasta ahora van controlando los hilos del poder parecen conformarse con alternar la campaña contra o lobo feroz con algunas medidas de maquillaje, a la espera de que se desinfle la indignación ciudadana y Podemos quede reducido poco más que al papel de sustituto de Izquierda Unida. Después de todo, también Izquierda Unida surgió de unas movilizaciones ciudadanas, en su caso contra la continuidad en la OTAN, en 1986, y sus mejores resultados (21 diputados en las elecciones generales del 96) quedaron ligeramente por debajo de los mejores del PCE en solitario (23 diputados en 1979).

Las circunstancias, por supuesto, no son las mismas, ni en las motivaciones de los ciudadanos ni en las alternativas que se les ofrecen. Y la aplicación del refrán puede dar un resultado radicalmente diferente, si una mayoría del electorado se convence de que lo que tiene que escampar es la corrupción.

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