El oso ruso visita el Trópico mientras EE UU ya no ejerce la misma influencia

Obama y Putin en el caso Snowden. / Dibujo de Dalcio Machado
Obama y Putin en el caso Snowden. / Dibujo de Dalcio Machado

América Latina le ha abierto las puertas a Rusia, confirmando su intención de buscar socios alrededor del mundo. Al tiempo, Estados Unidos ya no ejerce la misma influencia de antes en la región.

El oso ruso visita el Trópico mientras EE UU ya no ejerce la misma influencia

América Latina le ha abierto las puertas a Rusia, confirmando su intención de buscar socios alrededor del mundo. Al tiempo, Estados Unidos ya no ejerce la misma influencia de antes en la región.

El pasado febrero, el Ministerio de Defensa de Rusia anunció que se estaba negociando un aumento en la presencia militar de ese país en un número de países, incluyendo varios en América Latina. El anuncio del ministro Sergei Shoigu indicó que Rusia pediría permiso para que sus bombarderos de largo alcance aterricen en campos aéreos latinoamericanos para obtener combustible y para que sus barcos de guerra atraquen en puertos de la región.

Las palabras de Shoigu también dieron la impresión de que Rusia también está negociando activamente para lograr el establecimiento de bases militares, pero Olga Oliker, analista de la Corporación RAND, opina que Estados Unidos no debe preocuparse demasiado por ello porque Shoigu solamente ha presentado lineamientos generales para el establecimiento de bases y cualquier efecto que estas puedan tener sobre los intereses de EE UU en América Latina dependería de una serie de variables que no se pueden determinar de momento.

A la caza de socios

Por otro lado, lo que ha ocurrido hasta el momento, al menos de acuerdo con reportes de la agencia rusa de noticias RIA Novosti, no ha sido el establecimiento de bases. Nicaragua, que ya le ha dado el visto bueno a la presencia de barcos y bombarderos rusos en su territorio, ha anunciado en abril pasado que ha decidido modernizar sus fuerzas armadas con ayuda de Rusia, y los jefes de estado mayor de ámbos países han empezado a delinear los parámertros de dicha ayuda. En adición, Rusia ha entablado acuerdos separados de cooperación militar con Venezuela y Cuba y el gobierno ruso invitó a Venezuela a participar en el biatlón de tanques que Rusia celebrará el próximo agosto.

Pero Rusia también ha encontrado socios en otros países latinoamericanos, vendiendo tecnología militar a Brasil y Perú. De hecho, la venta de armamento ruso a América Latina ascendió a $1,500 millones en 2013. Además, la cooperación entre Rusia y América Latina se extiende al área energética (petróleo y energía nuclear) y varios países han acordado con Rusia la suspensión del requisito de visados (Honduras y Uruguay) o tratados de cooperación (Chile).

El punto es que esta historia de cooperación ruso-latinoamericana apunta a ángulos interesantes sobre las relaciones exteriores de América Latina, especialmente con EE UU.

Un poco de historia

En su líbro Talons of the Eagle: Latin America, the United States, and the World, el politólogo Peter Smith menciona que América Latina ha escogido de entre varias opciones estratégicas para preservar su independencia política de EEUU, incluyendo la búsqueda de protección y patronazgo por parte de poderes extra-hemisféricos. Aunque aquella opción le dio cierto espacio a Argentina, Brasil y Chile en los albores del siglo XX, no estuvo disponible para la cuenca del Caribe (incluyendo a Venezuela y Colombia), la cual fue objeto de los episodios más notorios de intervencionismo estadounidense. Durante la “guerra fría”, el único poder extra-hemisférico que América Latina podía tener era la Unión Soviética, pero el buscarles favores era políticamente peligroso. Que sepamos, Cuba ha sido el único país de la región que hasta cierto punto soportado la reacción estadounidense.

Con el final de la “guerra fría”, no hubo ninguna otra superpotencia en el mundo que EE UU, y ese hecho tuvo sus repercusiones en América Latina. Aunque la reintroducción del liberalismo político en la región comenzó años antes, entre 1991 y 2001 la región no tenía otra opción que seguir los dictámenes de EE UU, particularmente la introducción de sistemas económicos neoliberales y el mantenimiento de los procedimientos y las instituciones de la democracia liberal. La primera Cumbre de las Américas de 1994, celebrada en Miami, fue el evento que definió esta influencia incuestionable de EE UU sobre América Latina, pero fueron las fallas de ese liberalismo recetado por Washington lo que precipitó la llamada “ola rosa” de finales de los años 90, la que trajo al poder a gobiernos con designios claros de convertir a sus países en actores globales de peso (Brasil) o frontalmente opuestos a EE UU (Venezuela).

Todo cambió todavía más al llegar el 11-S, pues el que América Latina le haya abierto sus brazos a Rusia es un resultado del cambio en prioridades de EE UU luego de ese fatídico día. La atención estadounidense ha sido puesta en el Medio Oriente y Asia Central y América Latina, su feudo de siempre, aprovechó la situación para trazar su propia ruta diplomática.

El que tenga tienda, que la atienda

EEUU no parece estar preocupado por las actuales movidas rusas, al grado de que el Pentágono ha defendido el derecho que tiene Rusia a establecer sus propias relaciones militares, pero el que aquella actitud sea justificada depende de que cierta conjetura – el que Rusia está respondiendo a las penetraciones de EE UU en su propia esfera de influencia – sea cierta. Si lo es, no tiene sentido decir, como el Secretario de Estado John Kerry el pasado noviembre, que la Doctrina Monroe ha muerto. Gregory Weeks, experto en estos temas, tiene razón al decir que el realismo tiene sentido como base teórica para analizar las relaciones entre América Latina y EE UU porque, después de todo, no hay nada mejor que la seguridad existencial en un mundo anárquico.

Por esa razón específica, y aún cuando no lo diga públicamente, EE UU prefiere que América Latina no busque amigos entre países como Rusia para convencerlos de que ellos tienen que cambiar de actitud si quieren participar del concierto de las naciones civilizadas. La razón es simple: es preferible evitar la penetración de influencias políticas y hasta económicas que atenten contra los intereses de EE UU en la región, bien sea complicando el ambiente para futuros tratados de líbre comercio o proveyendo ayuda a los populismos en el poder. Además, en el presente estado de cosas, el que América Latina empiece a entenderse a Rusia es como ignorar maliciosamente o hasta bendecir lo que Rusia le ha hecho a Ucrania o tal vez aprobar el plan maestro de Vladimir Putin de convertir a Rusia en el próximo gran poder hegemónico mundial.

Buscando oportunidades

Esto nos lleva a explorar las razones para que América Latina busque relacionarse con Rusia. No es de sorprenderse el ver a Venezuela, Cuba y Nicaragua aceptar ayuda rusa y hasta apoyarla en el asunto de Ucrania. Todos ellos han criticado continuamente a EEUU y lo que les motiva a abrirse a Rusia es plantar cara y desquitarse de tanto intervencionismo estadounidense. Paradójicamente, Nicaragua y Venezuela son socios comerciales de EE UU – Nicaragua a través de CAFTA-DR y Venezuela a través de sus exportaciones de petróleo. En el caso de Nicaragua, hay una segunda teoría: para hacerle la vida de cuadritos a Costa Rica, con la cual tiene disputas fronterizas.

De otra parte, debe ser más desagradable para EE UU ver a Honduras, Perú y Chile, con los cuales tiene mejores relaciones, siendo amigables con Rusia, aunque el continuo apoyo de Chile y Perú a EE UU y sus votos en Naciones Unidas contra la anexión de Ucrania por Rusia son vistos como un obstáculo a una profundización de relaciones. En general, las razones por las que países como estos buscan asociarse con Rusia son varias (inversiones económicas, tratos con Gazprom), pero en el fondo lo que une a estos y otros países latinoamericanos que quieren relacionarse con Rusia es que están en libertad para explorar otras vías para conseguir lo que desean.

A modo de conclusión
¿Quiere decir todo esto que América Latina está haciendo que la Superpotencia y uno de sus rivales más importantes compitan entre sí para satisfacer los intereses de la región? ¿O tal vez que se está cambiando un Hermano Mayor por otro? Sólo el tiempo dirá. Lo que sabemos de seguro es que América Latina está siguiendo la misma opción estratégica que Argentina, Brasil y Chile siguieron hace más de un siglo y la coyuntura del 11-S proveyó el mejor incentivo posible para ello. Luego de años haciendo lo que EE U quiso, América Latina quiere proyectarse ahora como un conglomerado de estados con suficiente poder soberano como para hacer tratos con cualquier otro estado que les plazca. La región todavía considera a EE UU como socio en áreas importantes, pero no quiere depender de ellos por completo.
En resumen, América Latina tiene opciones y no teme escoger entre una y otra.

 

Comentarios