El inofensivo impostor que ha dejado a España y los españoles en ridículo

Nicolás Gómez con Felipe VI.
Nicolás Gómez con Felipe VI.

La pregunta ya no es como pudo colarse Francisco Nicolás Gómez-Iglesias en las fotos, sino ¿quiénes son esos señores que salen en las fotos con Nicolás?

El inofensivo impostor que ha dejado a España y los españoles en ridículo

La pregunta ya no es como pudo colarse Francisco Nicolás Gómez-Iglesias en las fotos, sino ¿quiénes son esos señores que salen en las fotos con Nicolás?

Estamos tan avergonzados, se nos ha quedado tal cara de tontos, que en vez de pedir justicia estamos exigiendo venganza para un inofensivo impostor de 20 años. Nos jode tanto haber hecho el ridículo como pueblo, como país, como sociedad supuestamente avanzada, que hacemos vudú desde hace unas noches para que Francisco Nicolás Gómez-Iglesias se convierta lo antes posible en un anecdótico lapsus, je, en el solemne álbum de fotos del Estado.

¿Qué hacía un chico como él en unos actos como esos, eh? ¿Cómo ha podido sucedernos a nosotros? ¿Qué tipo de país es este en el que casi hemos llegado a hacer realidad aquel célebre chiste de Benavides? Sí, hombre, sí: aquel tipo anónimo que va dejando alucinado al personal mediante alardes de colegueo con Aznar, con el Rey, con el Papa en el mismísimo el balcón de El   Vaticano, no sé si te acuerdas, hasta que alcanza su zenit cuando llega un japonés a la Plaza de San Pedro y exclama: ¡qué hace ese señor de blanco con Benavides! Bueno, pues por el canto de un Euro, no hemos acabado escuchando en España una exclamación parecida por parte de alguno de los 60 millones de guiris que nos visitan cada año: ¡quiénes son esos señores que salen en las fotos con Nicolás…!

Eso es lo que de verdad duele en España, tío. Aquí es que tenemos mucho más sentido del ridículo que sentido del Estado, como ha quedado demostrado esta última semana. Entre una marabunta de vomitivos carteristas, comisionistas, evasores, blanqueadores, Honorables Tartufos y hediondos Harpagones de tarjeta black que llevan años circulando en coches oficiales, nos ha sobrado tiempo para dedicarle primeras planas, tertulias en “prime time”, prestigiosas columnas a un mocoso que circulaba en coches de alta gama. De repente, dejó de ser un problema la enfermiza obsesión de Mas y Junqueras por abandonar España, y los más sesudos psicólogos acudían a los estudios de radio y los platós de televisión a desarrollar sofisticadas teorías sobre la enfermiza obsesión de Nicolás por abandonar su barrio y renegar de su gente.

Yo, es que me parto con este país de coñones, ¡que somos unos coñones, hombre!, que lleva décadas contemplando pusilánimemente cómo se han roto la cara por salir en la foto miles de intrusos de esos a los que acabamos llamando políticos, y que ahora se rasga teatralmente las vestiduras porque el pequeño Nicolás ha hecho lo mismo, pero con más ingenio, con carnés del CNI en vez de carnés de Juventudes Socialistas o Nuevas Generaciones y siguiendo un guión que habría inspirado otra obra maestra de Berlanga o un nuevo y esperpéntico psicoanálisis de celuloide de Woody Allen.

Réplica del afán político  

A mis escasas luces, el afán de este chico por estar en todas partes es algo inherente a la idiosincrasia nacional: el niño en el bautizo, el novio en la boda, el muerto en el entierro, como la dichosa “Dama, Dama” de la malograda Cecilia. Mismamente, en versión civil, viene siendo una réplica del afán político que últimamente marca la agenda implacable del desconocido Pedro Sánchez: de estudio de radio en estudio de radio, de plató en plató, de sarao en sarao, en busca de la piedra filosofal de la celebridad. O del afán de ubicuidad de Pablo Iglesias, aquel anónimo profesor de política que se coló en las redes, en las tertulias conservadoras, en las tertulias progres, donde hubiese una cámara, vamos, hasta conseguir el milagro mesiánico de su ascensión al reino de los cielos electoral.

Todos somos un poco Nicolás cuando nos cruzamos con cualquier personaje que huela a poder, celebridad o famoseo: líderes políticos o sucedáneos, magnates de Forbes, galácticos futbolísticos, astros de cine e incluso estrellas fugaces de Sálvame. Todos desenfundamos nuestros IPhones y nos colamos de intrusos en autofotos para la eternidad en el ciberespacio infinito. Sólo que, el genuino Nicolás, se lo ha montado mucho mejor que los pringaos caza-famosos. Nosotros, los pringaos, sólo podemos presumir de habernos hecho unos “selfies” con Sergios Ramos, Pablos Iglesias y Pedros Sánchez en campaña o Belenes Esteban pilladas en rulos y chándal en una calle de Benidorm. Pero el pequeño Nicolás puede demostrar que Aznares, Rajoys  e incluso Reyes, consciente o inconscientemente, se han marcado un selfie con él.

Eso es lo que jode. Sobre todo a Miguel Bernard, el digno representante de Manos Limpias al que también se la han metido cuadrada. Resulta que, a un miembro de la asociación a la que no se le escapa una, le ha metido un mocoso de 20 años un gol por toda la escuadra. No me extraña que en sus recientes declaraciones públicas haya aparecido siempre más quemado que la moto de un hippy.

Servidor, con Nicolás, haría una película. Empezaría ya de talludito, sentado en un banco de su barrio junto a una desconocida, exclamando: me llamo Gómez-Iglesias, Nicolás Gómez-Iglesias. Luego, desplegaría melancólicamente su impresionante álbum de fotos con personalidades de toda condición, sólo comparable al álbum de fotos de Gump, Forrest Gump, y se iría desarrollando el guión de un anónimo chaval de barrio que descubrió una ingeniosa fórmula de quedar inmortalizado en la historia.

¿Quiénes son esos señores que han salido en las fotos con Nicolás…?

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